Como quien no quiere la cosa estoy plantado en REM. La sala donde la gente comete más fechorías que bondades. Antes de que el evento comenzara debía ir al backstage a resolver unas movidas y me encuentro con que la mitad de la banda telonera es vieja conocida. Comen pizza barbacoa. Busco a Tony de Moody Sake. Tony y yo nos cruzamos. Tony no me ve y sale. Me atrapan las conversaciones “Hostia, qué mayor te veo y qué haces ahora con tu vida”. “Te veo bien”. “¡Guay! ¿Y tú qué onda en todo este tiempo?”. Tras este idilio social, la gente comienza a llegar. No hay riesgo de aplastamiento, pero preveo un buen calabobos que terminará por inundar la sala. Cada gotita va colocándose en su lugar, y Desert Varnish comienza su actuación.
Las voces de un público aún frío se escuchan más que la propia música, pero antes vamos a contextualizar. Imaginad que una voz en off como si fueran mis pensamientos y cómo todo el ruido de la sala se difumina: Carlos, el teclista, me ha chivado que ese era su primer directo como banda. Susi, la cantante, fue la que me interceptó mientra buscaba a Tony. Íbamos juntos a la Escuela de Arte y lo último que me esperaba esta noche era verla frente a mí haciendo lo que hacía. Para ser el primero que daban, parecían que llevaban dos o tres más por los menos.
Volvamos a la sala. El concierto continúa y su rock lento, grave y oscuro no puede encajar más con un ambiente cada vez más respetuoso y callado. El calor aumenta. Unas pocas cabezas se atreven a moverse al ritmo de la música. Llevan un par de canciones y el ambiente es denso. Denso de que te mete dentro y es difícil salir. Entre canción y canción, Varnish Desert va martilleando poco a poco tu cabeza, hasta que arranca la canción de las luces rojas. Ahí es donde su primer directo pierde el miedo a sí mismo y empieza a disfrutarse más. La actitud híbrida de la cantante entre femme fatale sureña y una Hope Sandoval que mira al suelo y no habla muda de piel. Una especie de transformación a lo “Ha nacido una estrella”. Aquí la movida empieza a coger forma y se observa como aumenta la densidad de población de cabezas bailando. Susi pega un par de saltos y mueve la cabeza en una especie de headbanging de un solo movimiento. La música acelera y coge fuerza. Nos olvidamos de algunas de las carencias iniciales del espectáculo como la reducida interacción con el público, que necesitaba ser estimulado. Con la canción de las luces rojas ya nos estimulamos todos. Y así, con este último vigoroso estertor cierran actuación. La gente pide más, pero se quedan con las ganas.
Aprovecho el descanso para pedirme una cerveza. Mientra estoy inmerso en el sensual movimiento de abrir un tercio, la gente grita, aplaude y se vuelve moderadamente loca. Me doy la vuelta y los Moody ya han pisado el acelerador. El aforo a medias se ha transformado en un entorno hostil por el que tengo que pelear con garras dientes por recuperar mi alejada y privilegiada posición en cuarta fila. El talento murciano de llenar media sala a medio evento.
Sobre esa muchedumbre ruge el motor de Moody Sake. Un bajo bajísimo te arregla las cervicales y lo que sea con ese terremoto que produce cada nota. Si esta es la primera miedo me da el resto. ¡Baaam… babam! Fuerza sin esfuerzo, la recompensa del trabajo bien hecho. Qué decir si todo bien. Medidísimo como la precisión de un francotirador. Menos mal que es un colectivo con inmunidad política y nadie los va a condenar por tamaño despliegue de recursos.
La presentación del nuevo álbum “Wilderness” que llevan tanto tiempo cocinándose despierta con el pie derecho. Se nota que lo han pensado a base de bien. La devastadora energía de la banda continúa con las siguientes canciones, pobladas de memorables versos como “Sugus sugus txuminou”. Ginés, el cantante, y Ángel, el nuevo bajista – del que ahora hablaremos- transmitían una calidez y energía y buen rollo que parecía que se iban a besar el cualquier momento.
¡Hablemos del bajista! Si hay algo a lo que Moody Sake ha tenido que enfrentarse durante su carrera, es a lograr mantener un bajista durante más de una temporada. Y no es que ninguno de ellos fuera malo, porque tanto Juanfe como Jesús eran maravillosos. Pero el infortunio y las fuerzas mayores realizan estragos más allá de la voluntad de nosotros, meros mortales. Esperamos que Ángel continúe, porque tanto la banda como él se merecen mutuamente.
Huele a música y humo. Tras este despliegue inicial, el trío mágico crece con las colaboraciones de Ricardo Ruiz y Saray Melo. Un apoyo extra nada desdeñable que se deja notar y aporta peso a la música. El concierto se enriquece con encantadoras atmósferas noventeras y poderosos coros. Un sonido que evoluciona de joven a maduro. De agresivo a taimado.La actuación continúa, pero lentamente los nuevos añadidos sonoros pierden la sorpresa de la novedad y comienza a echarse de menos la frescura de la formación original. Puede que sea el cansancio, el mío o el suyo. No en vano, la actuación suma ya más de una hora y media. Es en ese momento de duda Ginés nos cuenta cómo disfruta estando sobre el escenario y que, si fuera por él, se quedaría allí para siempre, tocando.
Puntual como un reloj, justo cuando parece que va a decaer la acción, los Moody vuelven a hacer alarde de la energía con la que comenzaron la noche. En esta recta final alternan formato trío con formato ampliado hasta que cierran con la ya famosa “Here with my mates”. Un final entre vítores de “¡Moody, moody!” con el que celebrar la reunión de la banda con sus seguidores y compartir la emoción de regresar a los escenarios.
Redacción: Thomas Alburquerque / Fotos: Alejandro Paraíso
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[…] Soledad Vélez me pasa lo mismo que me pasó en el concierto de Moody Sake, cuando quiero darme cuenta la protagonista del cartel ya está sobre el escenario. Una presencia […]