Foto de Anatoliy Hlodan
Cuando acaba ‘Deathrite’ la tela de proyector blanca que hace las veces de telón nos impide ver lo que ocurre en el escenario de Garaje Beat Club. Mientras los alemanes recogen sus instrumentos y los británicos sacan los suyos algunos aprovechan para ir a fumar o al baño, pero mucho menos que durante los intercambios de los teloneros. Nadie quiere perderse ni un sólo minuto de concierto, algo que se confirma en cuanto empieza la pequeña intro por los altavoces y el grupo sube al escenario.
Apenas dos minutos después el pogo se convierte en una lucha por la supervivencia, al menos para los que pesamos unos treinta kilos menos que los demás. Entre el sudor y los codazos Patrick, el cantante, habla de amor y fraternidad. De que todas las personas se merecen una vida digna. Simplemente. No habla de lucha, no habla de derechos ni privilegios ni clases sociales. Sólo lo dice, casi como de pasada. Repite el discurso en varias ocasiones durante la noche. Escucho risas detrás: «Tío, ¿cómo puede decir eso y después arrancarse a cantar ‘Scum’?».
La verdad es que es impactante, porque el tío lo da todo encima del escenario. El sudor le cae a chorros mientras sigue saltando de aquí para allá sin parar. Hace una referencia a la igualdad entre géneros, pero de nuevo es algo de pasada. Algo como «para ellos, y también para ellas, claro, porque esto va de igualdad». Simplemente. No es un mensaje en sí mismo, es casi una apreciación. Por pura casualidad apenas dos temas después una chica se quita la camiseta. La sociedad en general estará lejos de llegar a este punto, pero aquí, en mitad de un concierto de grindcore, desde luego no tiene nada de erótico-festivo. Es como una vikinga quitándose la coraza en mitad de una batalla para seguir cortando cabezas. Atrae miradas y curiosidad, claro, pero todos seguimos a lo nuestro, sin un puñetero segundo de descanso.
Cuando Patrick anuncia la segunda cover de la noche, ‘Nazi Punks Fuck Off’, de los Dead Kennedys, se produce el momento más duro hasta ahora. Todos nos volvemos aún más salvajes y ya por inercia aguantamos el durísimo ritmo hasta el inevitable final. Sin bises ni grandes florituras. Una actuación profesional, soberbia incluso, y por y para los fans del grupo.
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