Con una sonrisa. Así sale Diego ‘el Cigala’ al escenario del auditorio El Batel en Cartagena. La ovación es cerrada, fervorosa o cualquier otra filigrana o adorno que queráis añadirle. Pero no la necesita. Como el propio Diego, que sale trajeado y cubierto de joyas, sí, pero se sienta en una silla bajo la luz tenue con un cubata en vaso de tubo con dos hielos. Sin más. El “Sinatra del flamenco”, como lo llamó un americano, sabe que el artificio no es necesario en su espectáculo. Porque el espectáculo es él, como demuestra a cada tono, a cada pequeño golpe con los nudillos para seguir el ritmo o cuando pide que le traigan otro vaso (algo que repite varias veces) y el auditorio se ríe. El cantaor ha sabido desprenderse de los grilletes de la tradición y fabricarse su propio personaje, pero sin abandonarla. Fusión, sí, pero respetando los cánones de las dos disciplinas que su cabeza decida juntar.
En este concierto en concreto, un piano, un contrabajo y la percusión son los únicos instrumentos que acompañan a su voz. Diego nos da lo que hemos venido a buscar, y no es otra cosa que ‘Lágrimas Negras’, salpicada con alguna que otra versión entre corte y corte del disco. O casi, porque se deja en el tintero alguna canción, como ‘Se me olvidó que te olvidé’, una que estábamos todos esperando. Pero no importa porque para el bis nos tiene reservada una versión muy especial de ‘Como el agua’.
La única pega que le pondría al concierto no ha dependido de los cuatro grandes músicos que salen al escenario, sino del formato. Nunca he terminado de acostumbrarme al formato gran auditorio, en el que al acabar cada canción encienden unas potentes luces que nos alumbran al público que aplaude y, a mí personalmente al menos, me sacan un poco de la situación. Nunca termino de entrar totalmente.
Aún así, cuando todo acaba y salimos de allí, no puedo evitar pensar que me esperaba más. No sé cómo podría haber dado más. No es algo concreto en su voz o en sus gestos o en la música. Es como una expectativa que yo ya sabía irrealizable antes de atravesar las puertas del Batel, pero que ahí está ahora, como una micro decepción que me hace pensar que me esperaba más. No porque se me haya hecho corto, que eso es un punto a favor de cualquier artista, si no por algo que no logro explicar.
Diego se marcha del escenario sin despedirse, ni dedicarnos ningún gesto, a seguir en lo suyo. Como el que termina de trabajar, que es al fin y al cabo lo que ha hecho. Y pienso que forjar una leyenda de ti mismo es un arma de doble filo.
Fotografías: Mario Cayuela
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