Keith Richards dijo que la canción se debía a una noche loca de Mick Jaggeren Estudio 54. Se refería a Miss you, canción que abría el sublime Some girls (1978).Miss you mostraba lo alerta que estaban los Stones a las nuevas tendencias y lo geniales que eran al mezclar su sonido con lo que hacían las nuevas generaciones. Algo parecido le pasa a The Strokes. Pero no llevan una noche en Estudio 54. Tampoco tienen 15 años de experiencia en la música como los Stones en 1978. Aunque parece que lleven más, la banda liderada por Julian Casablancas debutó en 2001 con un disco de los que hacen época, un clásico: Is this it. Desde entonces, tres discos que se alejaban cada vez más de los elementos que les hicieron grandes, y la sensación, cada vez más fundamentada, de que los supuestos salvadores del rock están perdidos. Un juguete roto, como esos niños prodigio que cuando alcanzan los 25 años se encuentran sin futuro.
La banda eligió a la revista Pitchfork como plataforma para colgar su disco en streaming, hace hoy 4 días. Comedown machine se publicará el día 26 pero, cosas de la era internet, ya lo hemos oído. Ya hemos tenido nuestra ración de nostalgia, rabia y condescendencia. Nostalgia porque estos chicos -hoy mediocres- fueron, junto a The White Stripes y Radiohead, la apuesta más esperanzadora para el futuro del rock de principios de siglo: eran jóvenes, sonaban a garaje mugriento y su cantante era un muchacho que no se perdonaba haber ido a colegios pijos. Por ello, se drogaba y cantaba como un borracho. El resultado era tan genuino que The Strokes se sentaron en la primera fila de la clase de Nueva York, entre The Velvet Underground y The Ramones. Rabia porque, por (escasos) momentos, la banda recuerda a lo que fue, pero se difumina entre la brillantina casposa que envuelve ese revival de los (cutres) 80 que se han propuesto hacer. Y condescendencia porque están perdidos. Es respetable que una banda use sintetizadores y que su cantante se empeñe en inventar un falsete, pero resulta desconcertante que ya no intenten sonar oscuros o, al menos, irritados. Si con Angles nos dimos cuenta de que estaban perdidos, 5 o 6 escuchas seguidas de Comedown machine pueden hacer que nos perdamos nosotros.
Podemos perdernos en el falsete de Julian Casablancas, en las guitarras peleadas, en los sintetizadores inexplicables o en el intento de volver a sonar auténticos. Que cada uno elija. El falsete de Julian Casablancas podría ser un recurso muy válido si no se hubiera convertido en su nueva forma de cantar, es una herramienta empalagosa y frívola que recorre casi todo el álbum. Casablancas no canta como el borracho trasnochado y perdido que es, canta como un llorica que se lamenta o, para nuestra estupefacción, se alegra del giro que ha tomado su banda. Las guitarras siguen peleadas, Hammond Jr. yValensi no se ponen de acuerdo, no saben si sonar sucios o recién lavados, no saben quién tiene que pinchar y quién cortar. Menos en tres canciones. The Strokes nos enseñaron dos adelantos: One way trigger y All the time. La primera es un despropósito, se oye a una a banda que quiere sonar todo el verano a partir de las 3 de la mañana. La segunda recuerda a lo que nos enamoró de la banda americana: guitarras (esta vez sí) coordinadas, Julian con su voz de pupilo de Lou Reed y una buena melodía. Es una canción que hubiera sido de las peores de sus dos primeros discos, pero a las alturas que estamos y escuchando el resto del disco, All the time es una de las mejores canciones de Comedown machine. Una de las tres que se salvan de la quema.
Dicho esto, Comedown machine es, en todos los sentidos, un álbum superior a Angles. Es la primera vez que los de Nueva York no hacen un disco peor que su predecesor, quizá porque es imposible. Estaríamos hablando de un gran disco si Julian hubiera cantado con su voz tormentosa. Los escarceos electrónicos no son esta vez tan innecesarios como en Angles. Esto hace que el disco no irrite, sino que resulte intrascendente, largo y, en ocasiones, soporífero. Hay varias canciones que parecen cortadas por el mismo patrón: empiezan de forma esperanzadora, pero las melodías de Game Boy y el falsete de Casablancas lo estropean todo. Hablamos de canciones como Tap out, Happy ending o Chances. Por encima se sitúa Call it fate, call it karma. Que pena que no llegue a ningún sitio esa guitarra que suena tan a Arctic Monkeys. Sin embargo, hablamos de un momento muy triste, la canción más introspectiva de The Strokes. No sabemos si era su intención.
Si Comedown machine merece una escucha y un respeto es por dos canciones. La primera se llama Partners in crime y es un resumen de toda la carrera de The Strokes: un equilibrio entre las guitarras sucias de sus primeros discos y la electrónica (aquí casi testimonial) de sus últimos. Es razonable pensar que la intención era que todo el álbum sonara como Partners in crime. Julian canta como el líder de su generación que algún día fue. Por momentos, se olvida de sus laberintos y hace lo que sabe: sonar directo, sin rodeos. Al grano. La otra canción es, agárrense, una de las mejores que jamás han hecho. Sí. Yo tampoco entiendo como, en medio de este disco, una canción puede sonar tan punk, tan genuina y tan callejera como 50/50. Parece como si jugaran con nosotros y, a la mitad del disco, nos dijeran: recordad, por cosas así somos (o fuímos) grandes. Pero deberían recordarlo ellos. 50/50 nos recuerda por qué nos enamoraron, por qué estudiamos sus dos primeros discos y por qué quisimos montar una banda. No parecía tan difícil, solo había que seguir la máxima que hacía gigantes a esos neoyorquinos: sacar la verdad sin aditivos. Fuera la retórica, era urgente decir lo que se sentía. Todo eso está en 50/50. Fantástica. Casablancas saca su angustia como hace una década, como cuando su quejido nos estremeció.
Cuando Keith Richards afirmó aquello sobre Miss you, ponía de manifiesto la necesidad de estar alerta, pero sin renunciar al sello personal de la banda. The Strokes están alerta, pero han renunciado a su sello. Suenan como las miles de bandas que bebieron de ellos, desde Kaiser Chiefs hasta Two Door Cinema Club pasando por The Vaccines, Vampire Weekend o Bloc Party. Comedown machine sería un gran disco de cualquiera de esas bandas, pero The Strokes siempre fueron algo más. No eran una banda del montón. Y comienzan a serlo. Quizá deberían prestar más atención a la discografía de Arctic Monkeys o The Libertines. El caso de los primeros se podría comparar al de Casablancas y compañía: sus discos de debut fueron clásicos inmediatos. A partir de ahí, Arctic Monkeys se redefinieron y se volvieron más oscuros, siempre con la coherencia y el rock como mantras. Intentaron que su tempranero éxito no les devorara. Y lo han conseguido. The Libertines se separaron tras dos discos que se encuentran entre lo mejor de la pasada década. Sin embargo, Carl Barat con Dirty Pretty Things y Peter Doherty con Babyshambles (y en solitario) siguieron grabando buena música. Los discos de The Strokes siempre han sido auténticos acontecimientos en el mundo del rock. Cuando solo 2 de 5 discos hacen honor a su prestigio, quizá se les haya acabado el crédito. Quizá entonces puedan reinventarse desde el sonido más neoyorquino que hemos escuchado desde que Lou Reed se convirtió en un cascarrabias. Ese sonido que fue su bandera. O quizá este sea su último álbum: se dice que dentro de la banda hay una desmesurada lucha de egos y que si siguen juntos es porque sus proyectos en solitario han sido batacazos descomunales. El tiempo dará la respuesta, pero esta vez juega en su contra y amenaza con devorarlos.
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