“El Pianista”, “La lista de Schindler”, o “El niño con el pijama de rayas”, son algunas de las películas que han intentado plasmar la cruda e imborrable realidad de los años marcados por la Segunda Guerra Mundial.
Dichas películas de gran renombre internacional han indagado con el propósito de “aprender de los errores de la historia para no volver a cometerlos”, según las palabras del poeta y filósofo español Jorge Santayana; cita que se encuentra escrita en el campo de Auschwitz.
Benigni va más allá y consigue transformar una situación desarrollada en un campo de concentración, en un juego inocente por y para su hijo, ya sea para salvarle la vida en determinados momentos, o para evadirle de aquella situación. Es decir, el protagonista decide tomarse aquel lugar (representado por la puesta en escena y el ambiente) como una “estancia”, donde la perspectiva pesimista queda sometida al positivismo o psicología positiva.
Así, lo que empieza como una comedia romántica se va transformando en un drama que no pierde en ningún momento su carácter cómico, donde los planos de cada escena están sincronizados perfectamente con la música, consiguiendo emocionarnos y adentrarnos en la historia. A esto, se le suma la gran interpretación de los protagonistas, destacando la figura de Guido, interpretado por el mismo director, Roberto Benigni.
En definitiva, esta tragicomedia intenta despertar en nosotros un cierto positivismo, ya que, independientemente de la situación en la que nos encontremos, deberíamos parar, tomar aire y reflexionar. Si no creemos en la existencia de una esperanza, ¿cómo vamos a vivir la vida y, lo que es aún más importante, cómo defenderemos su belleza?
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