La historia de los del 3B comienza una mañana con un par de nubarrones que no intimidan demasiado. Con un desayuno en el que él elige probar los mini-croissants de mantequilla porque ella adora los de esa panadería. En concreto los de esa. Los prueba y están buenos, “pero más buena estás tú”, le dice el chico a la chica. El último sorbo de café y ya están listos para partir hacia el banco. Caminan hacia el que consideran, sin andar muy desencaminados, como uno de los momentos más importantes de su vida.
La historia de los del 3B comenzó antes en realidad. Él trabajaba en una panadería haciendo croissants. Detalle bonito si lo pensáis, solo que ni ella ni él cayeron en ningún detalle, aquella mañana de la que os hablaba. El caso es que ella estudiaba y no tenía trabajo. Ninguno tenía demasiado dinero, pero la paciencia puede con todo y a base de golpes de promesas constantes, a base de imaginarse que todo aquello no eran solo imaginaciones suyas, sobrevivían día a día. A base, vamos, de un “¿Te imaginas que…?”, tras otro.
La historia de los del 3B, y perdón por el prólogo desordenado, comienza una mañana con un par de nubarrones que no intimidan demasiado. Ahora caminan con una excitante ansiedad que les corta la respiración. Juntos, muy juntos, cruzan la puerta de su banco de confianza, se sientan delante de su banquero, amigo del cuñado de la prima de alguno de ellos, y se preparan para firmar lo acordado sin leer la letra pequeña. Se preparan para dejar de imaginar y pasar a vivir, que ya era hora. Se preparan y no se preguntan nada malo. ¿Por qué iban a hacerlo, en realidad?
La historia de los del 3B continuó con una mudanza, claro está. Los vecinos, encantados, llevábamos comida para dar la bienvenida. Tan jóvenes y risueños, un buen bizcocho, una empanada… cosas que seguro les venía bien. Los veíamos irse con media hora de diferencia a trabajar, pero volver igual de tarde ambos. Los jóvenes pueden trabajar mucho y dormir poco, eso es así.
La historia de los del 3B continuó con nuevos “¿Te imaginas que…?”, que al final se convirtieron en puro combustible. Cuando unos “¿Te imaginas que…?” se agotaban, venían los siguientes. Al final, una pequeña rubia y un demonio de apenas cinco años, golpeaban las escaleras con una energía inusitada hasta para unos niños. Los del 3B ya no podían ser nada más que los del 3B. Ese era su hogar, donde sus hijos habían nacido, crecido, comido, roto las barandas a base de deslizarse, roto un tobillo por empujarse el uno al otro… Donde la joven pareja había practicado sexo con la ventana indebidamente abierta en beneficio de más de un vecino salido… Donde habían procreado al más malo de los dos en el cuarto de la lavadora con el centrifugado porque, y recito textualmente solo que sin gritar, “DIOS, DIOS, LA PUTA VIBRACIÓN. DIOS SÍ”…
La historia de los del 3B debería haber continuado en el 3B. Pero el mismo día en el que yo tenía que comprar naranjas porque se me acabaron, llegó el policía, el cerrajero, el banquero y el funcionario, irrumpiendo en el edificio. El día en el que ascendieron al del 1B, los del 3B fueron advertidos de que, o salían fuera en tres días, o los echarían a la fuerza. El día en el que tú estabas cenando con tu novia y viendo una película en versión original porque así sale más barato, aquel banquero, aquel cerrajero, aquel funcionario y aquel policía advirtieron a la perfección las caras de dos niños que asomaban tras las rodillas de la madre sin que eso, y esto no deja de sorprenderme, cambiase absolutamente nada. También fue ese mismo día cuando el padre se lanzó hacia ellos, enajenado, y fue retenido en prisión durante un mes por agresión a la autiridad. Es este el mismo día en el que tuve que acoger en mi casa a la joven, al diablo y a la pequeña rubia.
El escritor Isaac Rosa y la dibujante Cristina Bueno, han creado un cómic que habla de una situación negra que escuchamos cada día y, aunque suene a ciencia ficción, ya hemos aprendido a ver como algo normal. “Aquí vivió, una historia de desahucio” (Nube de tinta, 2016), es un trabajo de rigor, periodístico pero emocional, que nos habla desde el corazón sobre situaciones que han vivido demasiadas personas en muy poco tiempo. Situaciones que ocurren en una sociedad, se supone, primermundista. Rosa y Bueno aúnan esfuerzos para dejar clara una cosa: Todos somos responsables de los desahucios. El banquero que vende la hipoteca, el policía que participa en el desahucio, la limpiadora que se encarga de dejar el piso como si nadie hubiese sido expulsado de él, el vecino que mira desde la mirilla, los que ocupan el piso porque es un ganga… y todos nosotros, que evadimos el problema porque no nos salpica. Todos somos los culpables.
Escucharás cosas como “tendrían que haber leído la letra pequeña”, cosas como “a ver, un banco no es una ONG”, cosas que diría alguien que no ha visto cómo dejaban a una anciana con alzheimer en la calle. Si lo vieran, si lo pensaran…
Los del 3B deberían haber sido los del 3B siempre. Pero seamos justos, nadie en su sano juicio podría imaginar que, precisamente la pregunta idónea, nunca la llegaron a formular. Que aquel día que se conocieron, tal vez deberían haberse mirado y haberse preguntado algo muy distinto a lo que se preguntaron:
“¿Te imaginas que… conseguimos todos nuestros sueños pero, una mañana cualquiera, nos los quitan a la fuerza?”
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A simple and ineltligent point, well made. Thanks!