Tienes una camiseta de Heisenberg en tu armario, cuentas los minutos para ver el especial de Navidad de Black Mirror y te lo pasas pipa con las — pocas — escenas de acción de The Walking Dead. Pero tienes un oscuro secreto y todos lo sabemos.
No sabes exactamente el momento en el que viste por primera vez un capítulo de Crónicas Vampíricas — AKA The Vampire Diaries —. Es posible que estuvieses deprimido, aburrido o en un momento de tu existencia en el que le ponías pocas expectativas a la vida. Pero, seamos sinceros, estabas como una rosa y te enganchastes casi sin darte cuenta. Porque las series de la CW son como una droga — CW, ramera despiadada — que utiliza un reparto ridículamente atractivo en sus shows para que las veas en estado vegetativo.
Es eso. La simpatía física de TODOS los habitantes de Mystic Falls es lo que te hace odiarte a ti mismo, porque es la razón por la que sigues viéndola semana tras semana. En tu fuero interno te dices que tiene otras virtudes. Argumentas que sus tramas son adictivas — eso también pasaba con Pasión de Gavilanes — y te defiendes diciendo que no tiene un solo capítulo de relleno — es imposible cuando mueren una media de diez personas por temporada —. Pero el motivo principal es que Ian Somerhalder tiene sonrisa torcida de cabrón de mierda. Eso te encanta.
He ahí el quid de la cuestión, querido Watson: nos encontramos ante el personaje de Damon Salvatore, un vampiro sádico, ególatra y arrogante que se carga a un vecino cada vez que se cabrea — en serio, ¿nadie piensa en mudarse de ese pueblo? —. Pero, de pronto, te enseña el amor y el dolor que esconde en el fondo de tu corazón. La protagonista cae rendida. Normal.
El problema es que tú también caes. Se lo perdonas todo. Ya puede ponerle los cuernos, matar a su amiga, matar a su hermano, engañar a su tía, desaparecer durante meses… Que dices “ay, pobrecito. Si lo está pasando fatal». Pero, ¿sabes quién es imperdonable? Bonnie Bennet. Una mujer inteligente, guapa y benevolente que ayuda a sus amigos. Esa si que es una guarra. Deseas que su personaje sufra — yo también lo he deseado — y, en realidad, tampoco sabes por qué.
Como ese, cientos de ejemplos: Amas a Walter White, pero odias a su mujer; en Perdidos querías casarte con Sawyer con la muerte de Claire como espectáculo; y Jax es el motero más sexy de los Hijos de la Anarquía, mientras que Tara es una zorra.
Es curioso como un acto reprobable en un hombre queda sexy, mientras que en una mujer es imperdonable — aunque tampoco necesitamos que hagan algo malo para llamarlas putas — . A uno lo llamamos ‘anti-héroe’ y a la otra ‘perra asquerosa’. Él tiene un trasfondo interesante y ella es mala por naturaleza. Uno es hombre y la otra mujer.
Como dijo Tina Fey en Chicas Malas: “No os llaméis perras y putas las unas a las otras”.
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