Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) vino a Murcia hace un tiempo para presentar una novela de esas que se convierten más que en agradable lectura, en maravillosa experiencia. Escribí aquí que teníais que leer “El cielo de Lima” (Salto de Página, 2014) y como estoy segura de que todos me hicisteis caso y la disfrutasteis cual voraces lectores, os dejo ahora la charla (con música de clarinete incluida) que tuvimos Juan Gómez Bárcena y yo sobre la impostura, la metaficción y, cómo no, sobre la literatura, para que así volváis a recordar a Georgina, aquella fascinante e ir(real) musa de Juan Ramón Jiménez.
“¿No le pasa también a usted, al mirar el mundo que lo siente hecho de los ingredientes de los libros que lee?” ¿Y de los libros que escribe?
Sí, por ahí va un poco la idea de la novela. A pesar de que está ambientada en el año 1904, tomé muchos ingredientes míos y de mis amigos, de personas a las que conocí en la carrera de Teoría de la literatura. Al final lees tanto que es inevitable ver la realidad filtrada a través de los libros. En su momento, pensé en escribir una novela ambientada en la realidad, con personas que vivieran un poco con esa obsesión, pero cuando me surgió esta anécdota de Juan Ramón Jiménez, me di cuenta de que el material que tenía de personas de hoy y que vivían más la vida a través de películas y novelas era fácilmente trasladable a 1904.
¿Por qué decides convertir la anécdota de Juan Ramón en una novela?
La anécdota me vino hace un montón de años cuando me tocó hacer el típico trabajo de clase de Juan Ramón Jiménez. Mirando las enciclopedias me encuentro con que había escrito un poema a una mujer que no existía, lo que me intrigó mucho. El tema de las fronteras entre realidad y ficción es una obsesión que tengo como narrador: esa idea de cómo muchas veces una mentira bien contada acaba teniendo consecuencias reales y de algún modo, las fronteras entre lo que es verdadero y lo que no, se difuminan. Si acaban teniendo una consecuencia real, ¿qué importa si el origen es real o no? Vi entonces que esta anécdota me interesaba para escribir un cuento porque no me parecía que diera para más. Lo que ocurrió fue que al empezar a escribirlo me di cuenta de que me pedía un texto muchísimo más largo. Me empecé a documentar, sobre todo en la búsqueda de ambientación y fui viendo que había un material muy interesante de una época que no se había trabajado nada: revueltas obreras, el tema de la prostitución, el tema del caucho…
Empieza a sonar una música y Juan dice que no importa, que así sus palabras quedan más solemnes.
…y sobre todo ese tema de los falsos aristócratas o mejor dicho, aristócratas que son falsos bohemios. La anécdota es sólo una excusa y sí que es cierto que es lo que más llama la atención pero la novela va a muchos otros sitios.
¿En qué medida te ha restringido la anécdota para dar rienda suelta a tu creatividad?
Muy poco. La gran ventaja de esta anécdota es que se sabe muy poquito. Me sentiría casi incapaz de escribir una novela basada en una anécdota muy conocida por todo el mundo o sobre la que hubiera muchos datos. Pero de esta historia tenemos poco más de lo que se puede contar en la sinopsis, de hecho, décadas después se hicieron entrevistas a los dos impostores y cada uno contaba una versión distinta; el propio Juan Ramón contaba otra versión que no cuajaba mucho con los datos. Además, se conservan muy pocos fragmentos de las cartas y, en cualquier caso, la anécdota está muy poco definida. Hay datos que van desde que Georgina es la prima de Carlos que escribía las cartas, otros dicen que es la que ponía la letra… Iban saliendo diferentes versiones, de manera que gracias a ser una anécdota tan abierta, pude jugar mucho, porque lo que no me interesa era hacer una crónica, y como se trataba de una anécdota tan mínima, he podido tener toda la libertad del mundo…
La música vuelve. Un solo de clarinete versionando la mítica “My way” nos interrumpe de nuevo. Juan dice que debería incluirlo en la entrevista, que sería un buen juego. Es él el que conoce todos los trucos así que hago caso y transcribo. Es fácil reconstruir la escena si sabes que la entrevista fue en la plaza de la Catedral de Murcia y alguna vez has estado en una de esas terrazas a las que se acercan músicos para amenizar las conversaciones (o las entrevistas).
…Carlos y José son así por invención mía, más allá de que José efectivamente tenía unos antepasados muy ilustres, no era rico y Carlos tampoco lo era. Me planteé si quería hacer unos poetas pobres o unos poetas ricos y al final pensé que sería más interesante si se podía contraponer de algún modo ese elemento de la riqueza. En el caso de poetas pobres, quizá hubiera habido más piedad del lector y yo no quería ser excesivamente piadoso con los personajes.
¿Cómo reconstruyes el personaje de Georgina?
Me costó poco en el momento en el que tuve claros al resto de personajes. Georgina a pesar de ser un personaje muy importante de la novela, bueno, sin el “a pesar”, precisamente porque es un personaje muy importante, reúne un poco lo que todos esperan de ella. Todos se reflejan en ella, desde Juan Ramón, que espera que sea una especie de musa en el sentido romántico del término, hasta Carlos, que acaba proyectándola en las mujeres que conoce. Por otro lado José, quiere de ella un instrumento para conseguir otras cosas. Me gustaba esa idea de creación triple, que Georgina actuara como una encrucijada a los intereses de los tres personajes, es, de hecho, lo que más me divirtió porque del mismo modo que yo creo como personajes a José y a Carlos, ellos crean a Georgina como un personaje. El juego metaliterario se vuelve fundamental.
¿De dónde surgió la idea de que ellos crearan escribieran una novela a la vez?
Nunca había practicado la novela metaficcional por mucho que me interesara el tema. Recuerdo un libro que fue muy importante para mí cuando era adolescente, “La insoportable levedad del ser”, de Kundera en el que de pronto vi cómo era este juego en el que el narrador se incluye dentro de la historia. Me gustó, pero la verdad es que nunca me vi escribiendo así. Tenía el problema de que escogiendo una historia que transcurriera en 1904, era difícil contarla siendo un poco actual, en el sentido más literal del término. Era fácil caer en la crónica y el típico pastiche de cómo habría sido verdaderamente esa situación en 1904 y a mí no me interesaba eso; quería escribir desde una perspectiva posmoderna sobre el tema de la impostura, así que empecé a pensar que el narrador tenía que ser muy particular, no podía acabar como un narrador a imagen y semejanza de lo que podría haber sido un Galdós o un Clarín de la época. Dado que era una historia con un fuerte contenido metaficcional porque se trata, grosso modo, de unos personajes que escriben la vida de una mujer y esa mujer, digamos, la eligen de la realidad, vi que la gracia estaría en que el narrador jugara a eso mismo con ellos, que jugara a tratarlos como personajes para que ellos a su vez trataran como personaje a Georgina. Al mismo tiempo, me gustaba que fuera un narrador que no escribiera desde ningún tiempo concreto, que fuera un narrador que, por un lado estuviera situado en 1904 pero que por otro, hablara con total libertad de 2014 y además desde una perspectiva bastante posmoderna. También el personaje del licenciado Cristóbal piensa de la misma manera, tiene una visión de la realidad como realidad textual: la idea de que el texto acaba convirtiéndose en realidad de algún modo en el momento en el que es leído; que el amor es tan sólo un discurso, que no es una concepción esencialista del amor como la que existía en la época. Yo creo que la clave fue esa: ver que la propia historia pedía tener un espíritu metaficcional, que si lo piensas es un poco de cajón y, al mismo tiempo, entender que el narrador no tenía que ser un narrador realista, omnisciente, en el sentido en el que se entendía en el siglo XIX o principios del XX, sino un narrador que se permitiera unas libertades más propias de nuestro tiempo.
Dice el licenciado Cristóbal que uno sólo puede escribir de sí mismo. ¿Qué hay de ti en el libro?
Pues muchas cosas, la verdad. Para empezar, el licenciado Cristóbal es una parte de mí mismo, tengo una visión bastante, podríamos llamar posmoderna, -aunque hay gente que a la que no le gusta el término-, sobre el valor que tiene el texto a la hora de generar la realidad, o sobre cómo la realidad, lo que entendemos por realidad, es más bien un conjunto de discursos que sentimos como reales, pero que no dejan de ser una construcción cultural. Para empezar, ya el personaje de Cristóbal representa mi propio punto de vista sobre lo que está sucediendo en la novela; del mismo modo , el narrador es un trasunto de mí mismo, viendo esta historia de principios de siglo XX, con interés, pero al mismo tiempo con una cierta distancia porque escribe desde 2014. Por otro lado, siempre me ha interesado mucho, como ser humano, ya más allá de como escritor, el tema de la idealización: cómo al final el amor, por lo menos, tal y como se suele entender en el sentido romántico, tiene más que ver con nuestro deseo de adaptar a las personas que conocemos a una construcción ideal de lo que entendemos por el objeto amoroso, cómo es muy difícil introducirse o crear una relación amorosa en la que tengamos un verdadero deseo de conocer a la otra persona tal y como es y de amarla tal y como es y cómo muchas veces, lo que sucede más bien es que tenemos una especie de hueco donde queremos meter…
Ahora pasa un camión de la basura. Juan dice que sí, que nos odian; no hay duda de que se trata de una especie de complot para que no hagamos la entrevista.
…muchas veces a la fuerza, a la persona que conocemos para que se convierta en la persona amada y no tanto descubrir en las personas que nos rodean a la persona amada buscando sorprendernos. Muchas veces quizá no amamos lo que creemos amar (esto tiene mucho que ver con el narcisismo) parece que estamos buscando un determinado tipo de persona que está más bien en nuestra cabeza y esa idealización tiene más que ver con un amor a nosotros mismos. Todos los personajes de la novela son narcisistas en ese sentido, tanto Juan Ramón, como Carlos, como José… y es un tema que me interesa, cómo se puede producir este paso de la idealización al amor real. Todos estos elementos sí son propiamente míos. Además, me interesa muchísimo empatizar con personajes que vivieron en un contexto ideológico y cultural muy diferente, que a veces es difícil porque lo habitual cuando uno escribe una novela, por ejemplo ambientada en el siglo XIX o principios del XX, lo que se suele hacer es introducir personajes e ideas que en el fondo no son de su época.
¿La culpa la tiene la literatura o somos nosotros los culpables de inventarnos el amor?
Un poco de las dos cosas, al final tanto la literatura como el cine posteriormente hace daño, pues cualquier tipo de discurso cultural nos crea unas expectativas que tienen que ser satisfechas. Todos hemos crecido enseñados con la idea de que el amor es el amor que vemos en el cine; casi a muchas personas les sorprende que en su primer beso no suene una banda sonora filarmónica o el hecho de que se produzca una comunión total con la otra persona. Pero ese momento no va a llegar, esa comunión total sólo funciona en el marco de la ficción; todas estas ideas de que va a haber un momento que vas a sentir electrizado por otra persona, puede ocurrirte en momentos pasajeros pero desde luego no ocurre ni con la intensidad ni con la durabilidad con la que ocurre en una película -digo película porque nuestro tiempo está más moldeado por el cine que por la literatura-. Es ese tipo de contexto el que nos crea expectativas a las que es difícil renunciar. Uno termina pensando que si no siente eso, igual no ha encontrado a la persona adecuada cuando a lo mejor sí que ha encontrado a una persona con la que puede estar perfectamente, pero desde luego no en el nivel de expectativas tan amplias y tan colosales que sacas de la ficción. Ese es el problema, que acabamos viviendo más como creemos que hay que vivir por lo que vemos en el cine que por lo que sentimos o vemos a nuestro alrededor.
¿Entonces hay ya daño irreparable?
Sí, porque al final es inevitable pensar en tu propia vida como un elemento de ficción. De hecho, hay muchísimas películas recientes, de los últimos veinte años que tratan la idea de sentir que tú puedes ser el centro de un show o de algún tipo de ficción. Estoy pensando por ejemplo en “El show de Truman”, esa idea de que tu vida tiene que ser como una serie o el propio argumento de “Matrix” que también tiene que ver con la idea de que vives en un entorno de ficción, “Más extraño que la ficción” es otra película donde se juega a lo mismo con la idea de que tu vida es narrada por una voz en off. Todos estos elementos hablan de lo mismo: de una necesidad de entender nuestra vida como si fuera el producto de una película o de un libro y ese es el problema: si nuestra vida no es tal y como si estuviera contada por un libro o una película sentimos que es aburrida, que no termina de tener esa intensidad que vemos en el cine, pero como digo, es lo normal. La diferencia es que antes no se exigía tanto a la realidad, uno tenía unas expectativas menores hacia la realidad, estaba pensando, por ejemplo, en una amiga que hace poco ha vuelto de la India, que me comentaba cómo allí hay muchísimos matrimonios arreglados desde la niñez y cómo le contaban varios amigos hindúes que para ellos era terrible el casarse con una persona a la que eligieran porque de algún modo, generaba unas expectativas enormes de matrimonio occidental, unas como que la persona con la que te ibas a casar tenía que ser siempre perfecta para ti y la única entre millones, mientras que para ellos el matrimonio tiene otras connotaciones más funcionales. Nosotros quizás pedimos demasiado de la persona con la que vamos a casarnos, pedimos que todo sea perfecto, cuando quizá no tenga por qué ser así.
Dices en la novela que la escritura no es una profesión sino un acto de fe. ¿Qué hay de verdad en eso?
Creo que toda. Uno de los temas que a mí más me llamaba la atención cuando empecé a escribir era eso. Muy habitualmente la gente me pregunta ¿a qué te dedicas?, y claro, ya la simple duda de «¿les digo que soy escritor?», «¿qué quiere decir ser escritor?» Porque si es escritor quien vive de sus libros, según eso hay cinco escritores en España, o ¿es escritor quien publica?, ¿es escritor quien escribe? o ¿quien siente la escritura como un hecho esencial de su vida más allá de que ese libro sea leído por alguien? Es una pregunta difícil de contestar porque si decimos que sólo es escritor quien es entendido como escritor por los demás, resulta que hay muchos escritores maravillosos a lo largo de la historia a los que no podríamos llamar escritores porque en su época no fueron valorados. Al final lo que tienes es que la profesión de escritor va en que tú te lo creas y convencer a los demás de que lo eres. Es difícil decir dónde empieza y dónde acaba la profesión de un escritor, al fin y al cabo, todos somos escritores porque todos jugamos con la ficción permanentemente en nuestras vidas, todos fantaseamos y muchos pueden tener la mirada de un escritor, la mirada de alguien que juega a cuestionar la realidad; eso para mí ya es un acto literario, así que cuando decía que era un acto de fe, tenía un poco esta idea, es diferente, por ejemplo, lo que ocurre con otras profesiones: uno no puede decir que es cartero si no reparte cartas, es tan sencillo como que si te pagan por repartir cartas, eres cartero; pero para un escritor, es una frontera mucho más difusa y creo que tiene más que ver con la propia convicción. Diría que es más escritor aquél que no ha publicado nunca nada pero que todos los días piensa en escribir como una necesidad y que escribe aunque esos textos no salgan del cajón, que una persona que sí que publique textos pero como si rellenara formularios.
¿Tú te consideras escritor?
Pues mira, sí. Además me acuerdo de la primera vez que me sentí escritor, que fue en el año 2010: estaba en México con una beca de escritores y hubo un momento en el que teníamos que rellenar un formulario y de pronto ponía “profesión”, y me quedé dudando, y pensé ¿qué pongo? y me dijeron todos “pues escritor, ¿qué es lo que eres?, ¿por qué estás aquí?” y recuerdo haber dicho “qué diablos, a partir de ahora voy a decir que soy escritor porque es como realmente me siento”, pero como digo siento escritores a muchas personas que ni han publicado un libro y al mismo tiempo descreo de la condición de escritor de algunos que sí lo han hecho.
¿Quiénes están en tu cielo de influencias?
El escritor que más me ha influenciado es Borges, en general muchos de la literatura hispanoamericana, Cortázar, Bolaño, Julio Ramón Ribeiro, luego también de la norteamericana, me ha influido mucho John Cheever, John Barth, aunque no es muy conocido, Truman Capote… Mis influencias giran más a América que a Europa.
¿Lees autores de tu generación o prefieres leer más clásicos?
Leo mucho a mi generación, de hecho, yo me encargué de una antología de narradores jóvenes «Bajo treinta» (Salto de Página, 2013) porque creo que no se le está prestando la debida atención y hay autores excelentes: está Juan Soto Ivars, Cristina Morales, Aixa de la Cruz, Víctor Balcells… escritores que me parecen francamente interesantes y que me extraña que no se les preste la atención que merecen.
¿Y por qué ocurre eso?
Hay un montón de factores, siempre hay una cierta desconfianza hacia lo nuevo, siempre tienes el discurso ese de “ya no se escribe como en tal década” pero resulta que si leemos a los críticos de tal década también estaban hablando de una generación anterior y también les parecía que en su época no se estaba publicando nada digno de interés. Hace poco leí que Galdós vendía dos mil ejemplares en vida, cuando te dicen que el final del siglo XIX es una época dorada, esa gente todavía tenía la mente en los clásicos y les parecía que Clarín y Galdós era vulgares remedos de la literatura anterior. Eso por un lado, y por otro lo que tenemos es que cada vez hay menos apuesta por la juventud dentro de los grandes sellos editoriales, cada vez los jóvenes autores están publicando más en el seno de editoriales independientes, de una gran calidad, en mi modesta opinión, y de un gran valor pero que obviamente no tienen la capacidad de sacarlos fuera así que muchas veces tenemos gente que critica con dureza las generaciones actuales porque entienden que lo mejor de las generaciones actuales es quien gana el premio Planeta u otros premios, cuando todos sabemos que no son galardones que se midan por parámetros de calidad, y es difícil explicarle a una persona que no mire el último premio sino la última publicación de “Lengua de trapo” ,“Salto de página” o “Páginas de espuma”. Es complicado convencer a los lectores que editoriales que no sacan nunca más de mil ejemplares por libro reúnen, sin embargo, lo mejor de la literatura actual.
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