Lo primero que me sorprende cuando llego a la entrada de El Batel para presenciar el concierto de la Film Symphony Orchestra es observar la presencia de un público heterogéneo y de un amplio rango de edad, desde niños ilusionados ante la posibilidad de escuchar la banda sonora de su película de animación favorita a personas en la senectud que, como buenos cinéfilos de alma nostálgica, desean revivir antiguas sensaciones. La intención de su director, Constantino Martínez-Orts, era acercar la orquesta sinfónica al gran público. Misión cumplida.
La gente se muestra ansiosa en el hall esperando a que comiencen a picar las entradas. Pintorescos personajes como un morador de las arenas o Darth Vader aparecen entre el público, dejando clara una cosa: los conciertos de la FSO no son los de una orquesta convencional, son imprevisibles y se respira un agradable frikismo en el ambiente. Tras ocupar mi asiento y un largo tiempo de espera (cada vez se deja más tiempo para los espectadores rezagados), comienzan a salir a escena los miembros de la orquesta acompañados de un atronador aplauso del público. Cada uno de ellos ocupa su asiento. La orquesta, compuesta por más de 70 músicos, impone. Finalmente, aparece en el escenario su carismático director. Una de las cosas que me llaman la atención es que Constantino no se limita a deleitar al público con la música, recibir los aplausos pertinentes y marcharse, sino que concibe el espectáculo como una experiencia completa en la que hay una interacción permanente con el público. Una interacción en la que se respira pasión por el séptimo arte, introduciendo las diferentes piezas que la orquesta va a interpretar y contando anécdotas y curiosidades del compositor, de la banda sonora o de la propia película.
El concierto comienza con la partitura que Max Steiner compuso para Casablanca (Michael Curtiz, 1942), en la que recurre al tema del amor ‘As time goes by’ y al himno francés ‘La marsellesa’, como arenga contra las tropas nazis que avanzaban inexorablemente por el territorio francés, junto con otros temas de estilo árabe (por la situación geográfica de la película en Casablanca, Marruecos) o el tema del amor en París. La pieza termina y embriagado de emoción surge una frase en mi cabeza: «Tócala otra vez, Sam». A la excelencia técnica en la ejecución se suma un escenario idílico: la sala, con sus paredes y techos de uralita y metacrilato permiten que las luces de los focos se reflejen, creando distintos ambientes y sensaciones gracias a las combinaciones de colores, dando lugar a momentos inolvidables como la recreación de la bandera francesa en el escenario mientras la orquesta interpreta ‘La marsellesa’. El concierto continúa con la partitura que Ernest Gold compuso para Éxodo (Otto Preminger, 1960), un tema de gran belleza melódica en el que destaca la percusión y la sección de cuerdas. Una composición ciertamente épica pero que no consigue calar tan hondo como la de Steiner. A continuación, Constantino da paso a la partitura de John Barry para la película Bailando con lobos (Kevin Costner, 1990) y una emoción especial invade la sala, con una pieza hermosa y emotiva rematada con un sublime solo de trompeta.
De repente, una sensación de nerviosismo y angustia se instala en el público con los primeros acordes de John Williams para Tiburón (Steven Spielberg, 1975). Un compositor esencial en los conciertos de la FSO y una pieza de la que Constantino admira su capacidad para lograr una tensión in crescendo, con un comienzo lento y siniestro sirviéndose del bajo para después acelerar el tempo con una tuba, trompa y un acompañamiento de cuerdas que ayudan a crear esa sensación de pánico y violencia. Magistral. Tras escuchar la suite de Pearl Harbor (Michael Bay, 2001), en la que Constantino nos descubre a un Hans Zimmer más cercano al sinfonismo y menos experimental que el actual, escuchamos dos temas de Rogue One (Gareth Edwards, 2016) compuestos por Michael Giacchino: el tema de la esperanza y una nueva versión de la marcha imperial. Una banda sonora que escuchada al margen de la película, consigue transmitir el dolor de la pérdida y la desesperación del personaje de Jyn Erso, pero a la vez su espíritu revolucionario con ese cambio constante de sonoridades orquestales. Constantino rescata de nuevo otra partitura de John Williams para la película Hook (Steven Spielberg, 1991) e invita al público a cerrar los ojos para vivir ese viaje hacia Neverland, y la primera parte del concierto se cierra de forma enérgica y motivacional con el tema principal de Rocky (John G. Avildsen, 1976) de Bill Conti.
Tras un breve descanso de 15 minutos, como si de un partido de fútbol se tratara, da comienzo la segunda parte con la magnífica partitura de Bruce Broughton para Tombstone: La leyenda de Wyatt Earp (George Pan Cosmatos, 1993), con una maravillosa suite en la que destaca el tempo de vals. La música de Michael Giacchino vuelve a hacer acto de presencia con una suite emocionante, hermosa y delicada de la película Up (Pete Docter y Bob Peterson, 2009). A continuación, el director da paso a uno de los momentos más mágicos de la noche, la partitura que el gran Ennio Morricone compuso para la película La misión (Roland Joffé, 1986), con una ejecución perfecta y repleta de sensibilidad del tema ‘El oboe de Gabriel’ y un trabajo brillante del oboísta de la orquesta, que finaliza con un solo de oboe inolvidable. El concierto continúa con la que según el director es una de las bandas sonoras más esperadas por el público: ‘La máquina de escribir’, de Leroy Anderson, para la película Lío en los grandes almacenes (Frank Tashlin, 1963). A pesar de la ironía de su comentario, tiene mucho valor que de una banda sonora desconocida y no demasiado sorprendente, la FSO logre conseguir un momento único y humorístico gracias a la aparición de un imitador del gran Jerry Lewis, que consigue arrancar las carcajadas del público.
Después de interpretar una suite de Titanic (James Cameron, 1997) de James Horner y del breve tema ‘Yo soy Iron Man’, compuesto por John Debney para Iron Man 2 (Jon Favreau, 2010), en el que destaca el uso de la guitarra eléctrica y el bajo, llega el momento cumbre de la noche: el epílogo orquestal de Justin Hurwitz para La La Land (Damien Chazelle, 2016), una composición hermosísima que invita a bailar y a revisionar la película para perderse de nuevo entre sus canciones. El concierto «acaba» con la partitura de Hans Zimmer para el Hombre de acero (Zack Snyder, 2013). Un tema largo, potente y de gran epicidad que exige un último esfuerzo a la sección de cuerda y metal. Imposible concebir un final mejor. Con un aplauso ininterrumpido de más de cinco minutos, la orquesta obsequia al público con la música de la intro de Juego de Tronos (HBO, 2011-) de Ramin Djawadi, y el tema de la cantina de La guerra de las galaxias. Episodio IV: Una nueva esperanza (George Lucas, 1977) de John Williams.
El concierto termina y todo el mundo se levanta para marcharse. Yo me quedo petrificado en el asiento después de dos horas y media con los pelos de punta y las emociones a flor de piel. Faltan adjetivos para definir el espectáculo. Simplemente es la magia del cine, de la música y de la Film Symphony Orchestra.
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