Cuando todo parece calmo, asegurado, tranquilo, sosegado, lleno de esa paz que rezuma de un círculo cerrado y completo. De un orden casi vital. Cuando ya hemos conseguido arrebatar el caos y sobrecogerlo y remediarlo y esconderlo bajo un mantón y un montón de noches estrelladas, llega –en principio al portal infinito y libérrimo que es Internet, y luego a todas partes– una revolución absurda. Definitiva. Si Noel y Liam Gallagher gritaban I’ll start a revolution from my bed, el trío de Ad Absurdum pretende incendiar todas las quimeras, subidos a lomos de cualquier caballo –o viceversa. Y es que con la pasión que da el conocimiento, Isaac, David Omar y Juan Jesús publican valientemente una Historia Absurda de España, con subtítulo genial De Granada ’92 a Barcelona ’92; un libro de historia donde congregar y asegurarse una limpieza de lo purulento y lo mayestático que contiene nuestro pasado. Un libro para arrasar tópicos con el humor como principal arma, y para conseguir que por fin te comas la verdura histórica haciendo incluso que te parezca exquisita.
Mil cosas se nos vienen al fondo de los ojos en forma de pregunta para estos chicos, pero los ojos, antes que nada, vuelven siempre al origen, a lo primero, y esa cuna, ese punto de partida para la divagación, es Aristóteles. El Estagirita no se cortaba al admitir en su Poética: y también es evidente, por lo expuesto, que la función del poeta no es narrar lo que ha sucedido, sino lo que podría suceder, y lo posible, conforme a lo verosímil y lo necesario. Pues el historiador y el poeta no difieren por contar las cosas en verso o en prosa (pues es posible versificar las obras de Heródoto, y no sería menos historia en verso o sin él). La diferencia estriba en que uno narra lo que ha sucedido, y el otro lo que podría suceder. De ahí que la poesía sea más filosófica y elevada que la historia, pues la poesía narra más bien lo general, mientras que la historia, lo particular. Esta afirmación nos conduce a esa unión visceral primera que vinculaba estas dos grandes disciplinas, embebidas la una por la otra y la otra por la una: la historia del ser humano como fuente inagotable para la literatura, y la literatura como formato lírico casi hecho a medida para contar la historia.
Con todo ello, desembocamos en la primera pregunta de nuestra entrevista: ¿cuándo se produce la ruptura entre Historia y Literatura?
Juanje: La historia existe desde hace muchos siglos, y tomamos a Heródoto como «el primer historiador»; ahora bien, en el siglo XIX, se produce un cambio con la presencia de ciertas metodologías que la convierten en una ciencia social. En el siglo XX, vuelve a darse un conjunto de cambios gracias, entre otros, a la primera Escuela de los Annales (Lucien Febvre y Marc Bloch), que luego tiene una serie de réplicas en posguerra (Fernand Braudel, etc). Después los marxistas (en el sentido historiográfico, también llamados materialistas históricos) y otros movimientos contribuyeron con nuevos temas y, sobre todo, con metodologías hasta entonces no utilizadas, lo que terminó de asentar la historia como ciencia.
Isaac: Por lo tanto, se puede decir que hay dos puntos de inflexión: en el XIX cuando se inicia como ciencia más bien positivista (acumulativa) y en el XX con el cientifismo marxista. Pero también resulta curioso que Mommsen, ya a finales del XIX, aúne historia y literatura en su narrativa Historia de Roma y le sirva, sin embargo, para ganar el premio Nobel de Literatura. Es decir: al mismo tiempo que divergen la disciplina histórica y la literatura, en el fondo siguen unidas por un fino hilo que las hace inseparables.
David: En mi opinión el marxismo es la corriente que provoca la mayor ruptura, porque supone una cruda exposición de datos, pura metodología sin estética, pero aquí hay algo curioso también y muy difícil que se diera, y es que llega un momento que se genera un estilo propio capaz de hacer bello ese discurso estadístico con un toque literario. No hay nada imposible. Tal vez en eso se parece al libro en tanto que en cierto modo recuperamos ese ideal: de un desarrollo bastante técnico intentamos dejar un contenido estéticamente agradable. Y encima haciendo reír.
Por tanto, de alguna manera, a ello contribuye la asunción aristotélica de ahí que la poesía sea más filosófica y elevada que la historia, invertida por el devenir del tiempo. ¿Se ha vuelto la poesía actualmente superficial y frívola mientras la historia ha adquirido un cariz más profundo y reflexivo?
I: Como concepto literal es cierto: la historia se ha vuelto más profunda, analítica y más útil y necesaria que nunca, y la poesía más superficial y banal, reducida tristemente al vacío mundo motivacional que tanto daño hace; pero analizando los términos en su sentido antiguo quizá no sea tan así.
D: Los filósofos modernos dicen que la filosofía griega surgió como reacción a la superstición mitológica de la poesía, construyendo así la ciencia moderna de la que procede la historia, por lo que Aristóteles puede que se refiera más bien a la historia como género literario de la Antigüedad y no como la ciencia que conocemos.
Por otra parte, determinados historiadores, según tengo entendido, prefieren la ficción per se a la novela histórica. ¿Cuál es vuestro caso?
I: A mí, personalmente, me ocurre que cuando leo novelas históricas no disfruto del hecho literario en sí por los errores o anacronías, mientras que, por ejemplo, una saga de ficción como Juego de Tronos te permite reflexionar desde una perspectiva histórica por los guiños que tiene, porque podría referir tanto un hecho histórico como algo que no ha pasado pero podría pasar o haber pasado en la realidad.
J: Yo prefiero el ensayo. Fin. Cuando leo ficción prefiero que no sea histórica, si bien defiendo que ficcionar ciertos acontecimientos puede ayudar a entrever qué ha ocurrido en la historia. En un caso como la biografía de Felipe II escrita por Geoffrey Parker, el historiador ficciona qué podría haber pasado si en lugar de unas decisiones, Felipe hubiese tomado otras, lo que le ayuda a reflexionar por qué pasó lo que pasó, y a analizar las opciones posibles. Lo genial del asunto es que trata todas las opciones incluso con escritos en los que Felipe II explica por qué no se hicieron ciertas cosas de una manera en lugar de otra. Así se puede llegar a entender por qué ocurrió algo, pero siempre desde el punto de vista de lo posible.
I: Esto es similar al tema de las ucronías, distopías, etc., ya que la especulación sobre la historia o sobre el pensamiento histórico nos puede hacer entenderla mejor, y tal vez parezca mejor estudiar la propia historia así. Hay que abrir la mente e intentar enfocarlo todo desde el pensamiento histórico.
J: Parker lo hace así precisamente para entender por qué pasó lo que pasó.
D: No soy amante de la ficción histórica, porque me importa mucho el valor didáctico, y la ficción histórica redunda constantemente en una serie de tópicos, porque al final irremediablemente se cae, por ejemplo, en el oscurantismo de la Edad Media.
En otro orden de cosas, y retomando el título del libro, cualquier lector se preguntaría por el tratamiento del absurdo –lo que conduce, en cierto modo, a corrientes filosóficas de tipo existencialista, vitalista, etc., donde el personaje del absurdo aborrece de su existencia y aboga por una absoluta indiferencia con respecto al devenir temporal y los hechos que ocurren en ese devenir (Sartre aducía que “estamos condenados a elegir” y Camus condena esa posibilidad de elección admitiendo que no importa qué hagamos o elijamos porque el resultado siempre será el mismo)-, pero, sin entrar en muchos detalles y de suerte sucinta, ¿cómo tratáis el concepto del absurdo?
D: Nosotros no utilizamos el absurdo literario de forma genuina, sino que elegimos lo aparentemente absurdo en el habla coloquial y planteamos situaciones absurdas. Por ejemplo, la comparación de Carlos I con Paris Hilton que hacemos en el libro puede parecer absurda, pero nosotros explicamos en qué se asemejan, por lo que partimos de un elemento absurdo que al ser explicado deja de serlo. Así, se convierte el absurdo en una herramienta para llamar la atención y hacer reír, y contar algo con fundamento, jugando al engaño con el término.
J: Es una herramienta didáctica, básicamente. Os hemos engañado a todos.
I: Lo más parecido a nuestra corriente (si se puede decir que hayamos creado algo así) al absurdo de la literatura, viene desde un punto de vista más básico. Nosotros aderezamos con un enfoque humorístico la información en bruto para que solape ese tono aburrido, y lo hacemos con un toque irónico pero alegre para que no caiga en ese existencialismo pesimista mal entendido que ahora tanto circula por ahí. Por ejemplo, en relación al caso de La náusea de Sartre, se ve una aplicación libre del mito de la caverna platónico a la tarea del historiador en tanto que en la novela el protagonista escribe una historia que no es la correcta per se a la vez que vive un descubrimiento y un cambio personales, y nosotros hacemos algo parecido, invitamos a todos a salir de la caverna. Y con Camus lo que nos ocurre es que él trata el existencialismo con indiferencia, sin implicarse, mientras que nosotros como historiadores sí nos implicamos y nos comprometemos, renunciando a la épica y a la credulidad ciega, pero comprometiéndonos.
¿Veis que la historia tenga que dar cuenta de la responsabilidad que ella misma tiene?
I: Comprometernos implica eso, el decir que la historia es muy importante y también hacer autocrítica. Nosotros defendemos que hay que ser neutros y al mismo tiempo criticar. Como David dijo en la presentación del libro: “confundimos objetividad con equidistancia”, y un tema político cercano en ocasiones nos hace caer en el bienquedismo. Sin embargo, a veces tenemos que ser directos y decir las cosas como son: cuando decimos a los chavales que no hay que tener prejuicios políticos no se excluye que un elemento como el nazismo sea negativo, y uno no debe indignarse por ello, así como tampoco debe hacer una identificación personal del pasado (“Los españoles éramos…”, por ejemplo) ya que nadie puede responsabilizarse de algo que no ha hecho. Como decía Heráclito: “no podemos bañarnos dos veces en el mismo río”. La historia y los historiadores tenemos mucha responsabilidad en el asunto, pero tampoco toda. Por ejemplo, un autor de novela histórica tiene mucha responsabilidad también, lo que ocurre es que a él le es mucho más fácil o le está más permitido correr riesgos. Nosotros no solo tenemos que ser rigurosos sino también valientes para no autocensurarnos.
Por el hecho de mezclar literatura y humor, no podemos obviar tratar el Quijote, quien, citando a Jauss, se convierte en un lector al que no le basta su función receptiva y que, por tanto, se dispone a convertir lo leído en código de su conducta, presentando, incansablemente, a los no lectores los éxtasis derivados del placer de leer, y que, como intérprete genial de la penuria de la realidad exterior, es capaz de restablecer, mediante su imaginación descubridora, lo que la realidad niega a sus esperanzas y anhelos. Dada la desmitificación y la iconoclastia de la que hacéis uso ¿existe en vuestro libro un reírse de o un reírse con?
J: Se puede hacer una doble lectura: desde el humor simplista como herramienta para explicar 500 años de nuestra historia; o, en un segundo nivel, manifestando una iconoclastia que puede llegar a ofender a ciertos lectores. En este nivel entra otro debate: el uso del humor en sí y sus límites, ya que nosotros nos saltamos esas vallas y vamos a donde queremos ir, sin caer en un humor negro, sino costumbrista, jugando con los propios acontecimientos. El humor ofende, sí, pero va en la persona, y si alguien se siente ofendido resulta más un problema personal.
D: Si te hemos ofendido, quizá hemos conseguido lo que queríamos. Eso evidencia un prejuicio sobre el que quizás debas reflexionar.
J: Pero ¿por qué sentirse identificado con un personaje que vivió hace cinco siglos? El uso del humor nos ayuda a explicar y a identificar los problemas que tenemos y nuestra manera, aún muy romántica y nacionalista, de entender la historia. No quereremos identificarnos con el Quijote como tal, pero se establece cierto símil con la frase que apuntabas, porque la utilización del humor en la historia sigue siendo algo muy menor.
I: Y otro parecido es que lo hacemos como respuesta indignada al estar hartos de lo que hay, como Cervantes con la novela de caballerías. Protestamos y nos manifestamos con nuestra obra e inevitablemente somos irónicos al hacerlo.
D: Yo matizo: no nos reímos de la historia como ciencia, pero sí hacemos cierto hincapié en cómo se han entendido determinados personajes y acontecimientos históricos, y si te ofende, pues eso, es tu problema.
La propia mención a los lectores me lleva a preguntaros: ¿cómo percibís el estado de recepción y de lectura en general de los ensayos históricos con respecto a la literatura en general?
D: Lo decimos al principio del libro. Hay que hacer otro tipo de historia más social, que llegue a una persona de a pie, y aunque cometemos algún pecadillo en el libro, tratamos de darle un enfoque más ligero y cercano. Rehuimos de esa historia que no lee el gran público, árida, densa y que en realidad no transmite.
I: ¿Y qué responsabilidad tiene la gente en esto? Pues básicamente mucha, como el propio historiador, ya que además es la gente la que decide. No todo es responsabilidad nuestra, pero no podemos culpar a la gente de sus gustos, sino ser autocríticos nosotros mismos con nuestras formas de transmitir e inducir esos gustos.
J: Hay ejemplos curiosos de voluntad de transmitir de forma más literaria. Un catedrático de la Universidad de Cambridge que escribe ensayos sobre Historia Antigua de Roma, Jerry Toner, dice que le interesa una historia más social, de clases bajas, y por eso va y escribe Sesenta millones de romanos. Y, además, luego se lanza a escribir Cómo manejar a tus esclavos, donde explica cómo era la vida de un esclavo y su dueño, pero a través de la voz de un personaje real para exponer, desde el punto de vista de un romano con esclavos, cómo era comprarlos y tenerlos, cómo era su vida, cómo había que instruirlos, y como guinda al final de cada capítulo añade un comentario más académico para terminar.
I: Al final hacer la historia es hacer sociología pura y dura, muy profunda para los gustos de la gente: así que puedes obligar a la gente a leer (que no suele salir bien) o intentar camelarte sus gustos con caramelitos.
D: La diferencia, por esto, entre un historiador del siglo XIX y un historiador del siglo XXI es que el historiador decimonónico es historiador y ahora somos sociólogos. Y divulgadores.
J: Sociólogos, geógrafos, antropólogos,…; por eso, tratamos de no caer en la hiperespecialización y explicar las cosas desde un punto de vista general. Lo hacemos intencionadamente con un estilo humorístico y una jocosidad naturales. En definitiva, hacemos que el lector no se identifique tanto con el héroe ni con lo épico, sino que se erija como un iconoclasta con más empatía por el patetismo y lo ridículo que por lo que tradicionalmente se ha considerado como venerable. A lo largo de la historia hay mucho misticismo y épica, pero realmente lo que nos rodea (que también existió en el pasado) son elementos patéticos, muertes absurdas o situaciones ridículas que afectaban y afectan a todo el mundo.
¿Es, por tanto, didáctica vuestra actitud? ¿Se podría utilizar vuestro libro en un instituto?
I: Todo está conectado: el patetismo ayuda a entender que la historia no es la historia romántica que nos han enseñado y, a nivel didáctico, en el libro se trata de explicar que la historia no es la épica, sino salir de eso y llegar más allá. Hay gente que se ofende mucho porque piensa que criticamos o desmitificamos a un personaje histórico o que estamos matando a Dios o algo parecido, y que lo serio es sinónimo de verdad y no se puede enseñar en clave humorística. Queremos sobre todo destruir tópicos.
J: Sí, precisamente porque queremos destruir tópicos, como decíamos, ya que dichos tópicos provocan a una mala enseñanza de la historia. Al final empleamos el humor como herramienta pedagógica.
D: A lo de utilizar el libro en un instituto: sí, por supuesto. Sería un elemento motivador que generaría curiosidad en el alumno y lo conduciría a querer saber más sobre historia, aunque de vez en cuando utilicemos alguna palabra no apta para todos los públicos.
Ya casi llegando al final de nuestro recorrido, ¿sentís algún tipo de descontento? ¿Os han censurado muchas partes?
D: Hemos tenido un proceso fatigoso y a la vez cómodo. La editorial apenas ha hecho grandes cambios. Más que la censura de la editorial, lo que me frustra es la autocensura. No estoy completamente satisfecho, por ejemplo, en cómo hemos contado la Transición, por lo que me gustaría que se pudiera hablar abiertamente de estas cosas. Hay procesos y hechos históricos de los que hoy en día se puede hablar fácilmente, porque existen muchas herramientas y facilidad, pero hay otros que no se pueden tratar con tanta libertad.
Y como colofón ¿En qué radica, pues, la originalidad de vuestro libro?
D: Hasta ahora lo que se había hecho en nuestra disciplina eran ensayos serios y aburridos y a veces o no se discutían o se reafirmaban los tópicos; mientras que nosotros jugamos con los tópicos haciendo algo serio y divertido simultáneamente. Una manera de repensar la historia de España a partir de qué dicen los historiadores sobre los hechos y darle una vuelta de tuerca al realizar un ensayo a partir de la broma, sin dejar de ser un ensayo serio. Ahí reside nuestra originalidad.
I: Lo hemos conseguido aunar todo sin que quede un collage incoherente, y por las críticas parece que hemos reunido la relajación humorística con la seriedad ensayística. Hemos mezclado lo culto y lo popular. Sobre todo al añadir elementos de la cultura pop que anteriormente no aparecían en libros de historia. Ese es un punto bastante diferencial con otras obras. Estamos muy contentos con el resultado.
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