El 24 de noviembre se estrenó con bastante éxito una nueva adaptación de Asesinato en el Orient Express., basada en la popular novela de Agatha Christie y que supuso un gran éxito para la Fox. Tanto, que ya preparan la adaptación de Muerte en el Nilo, para que actúe como secuela de ésta y sea el siguiente capítulo de las aveturas cinematográficas de Hercule Poirot. Además, el pasado mes de abril llegó a nuestras salas La casa torcida, otra adaptación de un relato de Christie escrita por Julian Fellowes (responsable de Downton Abbey y del guión de Godsford Park), dirigida por Guilles Paquet-Brenner y protagonizada por Christina Hendricks, Gillian Anderson, Glenn Close y Max Irons, entre otros. La película nos contaba la historia de una mansión de estructura inclinada perteneciente a Arístides Leónides, un multimillonario griego, que vive allí con toda su familia que abarca hasta tres generaciones. Cuando Arístides aparece envenenado, la rutina de la mansión se trunca ya que se sospecha que el culpable es alguien de la familia. El caso se complicará con más muertes y el hecho de que todos tienen algún motivo para asesinarlo y nadie tiene una coartada sólida. La cinta promettía más de lo que acaba dando; una realización plana y una producción desganada que, ni siquiera el oficio y profesionalidad de Glenn Close pueden levantar.
Este tipo de historias detectivescas en las que hay que descubrir al asesino y que, normalmente, transcurren en la alta sociedad, recibe el nombre de whodunit, género que Agatha Christie se encargó en poner de moda y elevar a los altares. Cabe destacar que la obra cumbre de este género, La ratonera, obra teatral de Christie, es el montaje más longevo de la historia y lleva representándose en Londres ininterrumpidamente desde 1952. En sus múltiples adaptaciones al cine, con mayor o menor éxito, las adaptaciones fílmicas del whodunit han disfrutado también de cierto reconocimiento, principalmente en la década de los setenta, con títulos como Asesinato en el Orient Express o Muerte en el Nilo. Tal fue la proliferación de adaptaciones fílmicas y televisivas de estas novelas detectivescas/policiacas y algunos derivados, que no tardó en parodiarse el género en una sátira divertidísima titulada Un cadáver a los postres, con un excelente guión de Neil Simon. Sátira a la que el propio género era proclive, debido a ciertos recursos narrativos que acabaron convirtiéndose en un cliché y a los que era muy difícil resistirse a no parodiar.
Años después, a mediados de los ochenta, Paramount Pictures decidió llevar a la gran pantalla otra vuelta de tuerca a la parodia del género con El juego de la sospecha, película basada en el famoso juego de mesa Cluedo, perteneciente a la actual compañía Hasbro y que, a su vez se basaba en este tipo de historias de crímenes.
En 1949, la empresa inglesa Waddington publicó por primera vez este juego de mesa creado por Anthony E. Pratt y su esposa y que en un principio fue llamado Murder. En Estados Unidos, el juego fue licenciado por la compañía Parker Brothers, actualmente comprada por Hasbro y con unas leves modificaciones sobre el original, es el que todos conocemos y al que hemos jugado alguna vez. El contexto del juego (inspirado claramente en las obras de Christie) nos sitúa en una mansión de campo en la que un personaje ha muerto asesinado y los jugadores deben adivinar quién, en qué habitación y con qué arma a través de una serie de preguntas y descartes hasta dar con el asesino a través de una acusación que debe corroborarse.
A partir de esta premisa, la productora Debra Hill y el productor Peter Guber, a través de Paramount Pictures se propusieron llevar a buen puerto un concepto tan arriesgado como adaptar un juego de mesa a un guión que pudiera convertirse en largometraje. La película iba a estar dirigida por el famoso cineasta John Landis que ya había escrito un tratamiento de la historia en líneas generales pero que carecía de nudo y resolución. Para ello, contactaron con el dramaturgo Tom Stoppard, ganador de un Oscar por Shakespeare in love, que tras un año de trabajar en el guión acabó dándose por vencido ya que era incapaz de encontrar una historia adecuada y una solución al misterio central.
Tras la imposibilidad de tener un guión acabado por parte de Stoppard, se contactó con el compositor Stephen Sondheim y el actor Anthony Perkins, autores de The Last of Sheila, un thriller de crimen y misterio que había gozado de cierto éxito. Perkins y Sondheim pidieron una cantidad desorbitada de dinero y, ante la negativa de Paramount, se bajaron del barco. Tras otro intento fallido de encontrar guionistas, Landis recordó un show británico titulado Yes, Minister que estaba escrito por un desconocido Jonathan Lynn al que acabaron proponiéndole el encargo y aceptó de buena gana. Tras seis meses de trabajo, Lynn consiguió dar con la fórmula que adaptara los elementos del juego de mesa en una estructura en tres actos, con una solución satisfactoria al conflicto planteado y que, por mandato expreso de Landis, debía consistir en cuatro finales independientes entre sí que tenían que encajar con el resto de la película y que pudieran exhibirse por separado en distintos cines para dar a los espectadores una experiencia distinta dependiendo de a qué cine fueran a ver la película.
A finales de 1984, Lynn tenía el guión acabado, situando la historia en la América de los años 50, en plena caza de brujas, para dotar de coherencia interna a un argumento que situaba a seis personajes de dudosa reputación (con pseudónimos de colores) que eran víctimas de chantaje, en una mansión junto al mayordomo y al servicio y que iban a encontrarse cara a cara con su chantajista, el Señor Caballero, que acabaría siendo asesinado por uno de ellos tras un fortuito apagón de luz. Un guión con retazos de screwball comedy, slapstick, comedia de situación, grandes dosis de humor negro y con líneas de diálogo descacharrantes que hizo las delicias de los productores y del director. Aunque por un azar del destino, John Landis tuvo que renunciar a dirigir la película, debido a un compromiso contractual con otra cinta, así que pasó el testigo a Lynn, figurando en créditos de guión y producción ejecutiva.
Una vez completada la preproducción, se eligió el reparto de la cinta. Cada uno de los personajes tenía una personalidad tan definida y requerían un timing cómico tan exacto que se recurrió a actores especializados en comedia. Así Christopher Lloyd se convirtió en el baboso Profesor Pomelo, Madeleine Kahn en la fría Señora Blanca, Michael McKean en el torpe Señor Verde, Martin Mull en el simple Coronel Mostaza, Eileen Brennan en la hísterica Señora Faisán y Lesley Ann Warren en la descarada Señorita Escarlata. Todos y cada uno de ellos daría vida a uno de los personajes que son invitados a cenar a la mansión del chantajista Señor Caballero, que tendrían en su poder un arma del crimen y, por supuesto, un motivo para asesinarlo y detener así el chantaje para siempre. Pero hubo un personaje extra que se creó especialmente para la película y que es un regalo para cualquier actor: Wadsworth, el mayordomo. Personaje que funciona narrativamente como coro griego y que a su vez es cómplice y testigo, al que dio vida el excelente actor británico Tim Curry en la que probablemente sea la mejor interpretación de su extensa carrera. El papel fue ofrecido previamente a Rowan Atkinson, quien tuvo que rechazarlo por estar comprometido con la serie Blackladder, dejando vía libre a Curry para realizar uno de los más grandes tour de force interpretativos que se recuerden.
Con un presupuesto de 8 millones de dólares, algo bajo incluso para la época, el rodaje transcurrió con una gran camaradería entre el equipo técnico y artístico, principalmente porque en el 95% de las escenas aparecía todo el reparto, convirtiendo a la cinta en una película coral cuyo peso recae en sus actores. Se dejó cierta libertad de improvisación a los intérpretes, pese a que Lynn era un guionista bastante estricto, y la química que había entre ellos dotó de un dinamismo inesperado al film. Los perfectos tiempos cómicos, el tono de las interpretaciones, la velocidad de los diálogos y lo arquetípico de los personajes atrapados en una trama delirante que no se toma en serio a sí misma, hicieron el resto. Durante el rodaje, se decidió eliminar el cuarto final planeado por cuestiones de ritmo, aunque quedan algunas fotos del mismo circulando por internet y en la propia novelización de la película.
La película se estrenó en Estados Unidos el 13 de diciembre de 1985, indicando en las marquesinas de los cines y en los periódicos cual de los tres finales se proyectaba en cada cine (A, B o C) para que la gente eligiese cuál quería ver. Esta estrategia de marketing perjudicó la recepción de la cinta de cara al público ya que la audiencia no supo qué final ir a ver, así que decidió no ir a ver ninguno. La cinta acabó recaudando unos ridículos 14 millones de dólares. Además de esto, las críticas al film fueron bastante negativas (un 36 en Metacritic) convirtiendo a El juego de la sospecha en un gran fracaso crítico y financiero que pasó destinada al olvido por las salas comerciales. Y no por la propia película en sí, sino más bien por la estrategia de distribución de Paramount que, pese ser fiel al espíritu del juego y sus múltiples finales, fue probablemente demasiado radical para la época, sesgando al público objetivo de la cinta y confundiendo a la crítica, condenando a la cinta para siempre.
Afortunadamente para la película, nos olvidamos que la década de los ochenta es también la época de la explosión del vídeo doméstico, de los videoclubs y la televisión por cable. Y aquí es donde el film experimentó un nuevo renacer. Para su formato en VHS, la pelicula se re-editó con los tres finales originales mostrados uno detrás de otro, siendo el auténtico final el tercero de ellos y los dos primeros, únicamente dos posibilidades alternativas. La película comenzó a emitirse como programación de relleno en ciertas cadenas de televisión por cable donde muchos espectadores se acercaron al film por primera vez y, como ocurre muchas veces en estos casos, el boca a boca hizo que mucha gente la fuera alquilando en videoclubs y descubriéndola poco a poco a finales de los ochenta y principios de los noventa, creándose poco a poco una comunidad de fans que fueron rescatándola del olvido y dándole una segunda oportunidad.
Como dijo el director Peter Bogdanovich una vez: “la auténtica prueba de fuego para una película es el paso del tiempo” y El juego de la sospecha, contra todo pronóstico, superó esa prueba con creces. El culto generado a su alrededor la ha convertido en la actualidad en un clásico de la comedia y en una de las más grandes películas de culto del s. XX. Ha sido referenciada en múltiples productos audiovisuales, ha dado lugar a proyecciones nocturnas con performances en vivo (como The Rocky Horror Picture Show, también protagonizada por Tim Curry), diversas adaptaciones teatrales y recientemente se ha anunciado un remake (o ampliación de la franquicia, más bien) con Ryan Reynolds al frente. Se desconocen los detalles de este producto todavía, pero lo que sí está claro es que el legado de El juego de la sospecha durante los últimos 33 años no ha hecho más que crecer. Porque a veces una obra no se puede apreciar si no es con perspectiva. Y así es como algunas películas se convierten en clásicos.
¿Les apetece fruta u otra clase de postre?











 
						










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[…] Una primera versión de este reportaje fue publicada en Mayo de 2018 en C´mon Murcia […]