Si David Bowie no fuera David Bowie, diría que está perdido. Es de esos artistas que te hacen sentir que cuando no te gusta lo que plantean, el error es tuyo. Maestro de la generación que ya veía el show business como parte de su obra, El Duque Blanco publica su primer disco en diez años, tercero en el siglo XXI. Diez años de ausencia. El silencio de Bowie ha sido diferente al de The Rolling Stones o al de Dylan. La fábrica de papeles con la cara de George Washington en que se han convertido los primeros no les permite estar más de un año sin noticias, ya sea en forma de biografías o recopilatorios innecesarios. El juglar de Duluth se arrastra por circuitos menores, quizá intentando seguir vivo pese a todo. Bowie desapareció en 2003 y sus apariciones en escena (musical) se pueden contar con los dedos de una mano. Tocó con Arcade Fire, Dave Gimour y Alicia Keys. Pero la aparición que mejor sintetiza lo que ha sido la década para él, fue su interpretación de Life on Mars? en el Fashion rock de 2005. Bowie apareció con un ojo morado y la mano vendada. Ofreció una versión magnífica de una de sus mejores canciones. Pero parecía desentrenado, había estado fuera del ring demasiado tiempo. Su (casi) estrenada vejez provocó una interpretación completamente diferente a la que cantó en 1971. Bowie pronunció cada palabra consciente del significado que ahora tenía. Ahora. Cómo ha cambiado el mundo, decían sus ojos. Parecía más extraterrestre que nunca.
Muchos han visto en el silencio de Bowie una estrategia publicitaria. Después de los palos (musicales) que se llevó por sus últimos discos de los 90, diez años de silencio crearían un hype inalcanzable por otro camino. En estos años hemos leído sobre Bowie enfermo, Bowie sin interés por la música, Bowie obsesionado por la pintura. Las leyendas se multiplicaban. Por eso, cuando el 8 de enero de este año, día de su 66 cumpleaños, se anunció que El Duque tenía nuevo disco, más de uno respiró aliviado. No estaba muerto. El disco resulta ambiguo desde el título: The next day. Cierto que ambigüedad y Bowie forman un pleonasmo desde hace medio siglo, pero el álbum suspira un esfuerzo -significativa la foto de promoción, en la que en el fondo aparecen Bowie y Burroughs– por sonar anacrónico. Y hoy, sonar anacrónico significa sonar a lo que se hacía antes. The next day suena a los 80. En demasiadas ocasiones, a lo peor de los 80. Algunas canciones navegan entre la intrascendencia y la caricatura mal dibujada. Provocan cierta condescendencia. Dentro de estos parámetros entran Valentine´s Day, Dancing out in space, Heat, The next day y If you can see me (lamentables esas voces a lo Bono). Suenan a un anciano que se sigue peinando para parecer rebelde, que dice palabras que dejaron de estar de moda hace décadas. Nosotros movemos las caderas y sonreímos para que no se sienta mal. Pero sabemos que estamos perdiendo el tiempo.
En otro grupo podemos encuadrar las canciones que prometen emocionar, pero nos sorprendemos a nosotros mismos mirando la línea de reproducción demasiadas veces y sintiendo -aunque cueste reconocerlo- que la canción se está haciendo larga. Y termina sin emocionarnos. Aquí entraría Dirty boys, con vientos que recuerdan al Tom Waits más barriobajero, pero que no desembocan en nada. La canción se pierde sumida en su propia cadencia. Boss of me recuerda por (escasos) momentos al gran Bowie, a ese artista que hizo que Mick Jagger se planteara destruir a los Stones. Pero se repite más queKiss. How does the grass grow? recuerda en sus primeros 30 segundos lo diferente que sería el rock sin Bowie. Lo mucho que le debemos. Pero el británico se recrea demasiado en esa imagen y se olvida de resolver la canción. La canción más decepcionante de The next day es la que cierra el álbum: Heat. Su inicio es sobrecogedor, es posible que lloremos. Pero la tensión vuelve a quedarse sin resolver y llega a aburrir.
Varios escalones por encima, convertidas ya en buenas canciones, se sitúan You feel so lonely you could die, Where are we now? y The stars (are out tonight). Las dos primeras muestran al Bowie frágil, más creíble conforme pasa el tiempo. El paro cardíaco que sufrió en 2004 se refleja en cada verso, sobre todo en Where are we now? (primer single). La atmósfera nos traslada al atolondramiento que se debe sentir al despertar. La canción es plantear el resto de tu vida una vez que has entendido su fugacidad. Varios críticos han tildado Where are we now? de canción débil, con un Bowie casi etéreo. Sin embargo, creo que es lo que emociona, es donde Bowie mira hacia atrás de forma más acertada y se pregunta, en nombre de la especie, en qué nos hemos convertido. The stars (are out tonight) fue el segundo adelanto del disco y representa el reverso de Where are we now? Es el primer capítulo del plan de vida que ha trazado en la anterior canción. Es llevar a la práctica ese plan, disfrutar cada momento porque quizá sea el último. La gente que ha sufrido estas crisis cardíacas suele decir que, una vez recuperados, disfrutan más de cualquier detalle de la vida, de las pequeñas cosas. Eso es The stars (are out tonight), Bowie disfrutando de cada momento.
The next day también tiene momentos de brillo. I´d rather be high es un ejemplo. Los coros parecen cantados por Ian Hunter, líder de aquel juguete de Bowie llamado Mott the Hoople. Solo ese detalle nos retrotrae a lo mejor de los 80, la grandilocuencia con fundamento, los (escasos) momentos en los que la laca, los cardados y las plataformas estuvieron justificados. La herencia deZiggy Stardust. Love is lost se mueve por el mismo territorio, esa mezcla de rock y disco que tiene el sello de Bowie. Dicen que si Dylan hubiera llegado en los 70 a Nueva York se hubiera llamado David Bowie, y viceversa. Esta canción es un recuerdo de aquella época. Parece dominada por sintetizadores, pero el peso lo llevan las guitarras que emergen desde una profunda cloaca. En este caso la tensión sí provoca que apretemos los músculos. Bowie suena cínico, escéptico.
Lo mejor de The next day se titula (You will) set the world on fire y es la única canción que demuestra que el álbum ha sido publicado en 2013. Es el único momento en el que Bowie mira (más allá de su paro cardíaco) al mundo de hoy. El riff es espectacular. Una vez que lo escuchas corres a Wikipedia a comprobar que Mick Ronson murió en 1993, porque parece suyo. Bowie impone. Es la única vez en The next day. Ese I can hear the nation crying (Puedo oír a la nación llorando) es lo que escucha quien tiene el oído más agudo y el campo visual más amplio que el resto. Otro detalle de ambigüedad: los mejores momentos de The next day son las canciones que podría haber escrito hace 40 años. Pero también las que solo podría haber escrito hoy. Mientras Dylan, Waits o Cohen siguen publicando discos de forma regular en la última etapa de su vida, Bowie no tiene nada claro. Ellos parecen separados del mundo. Sus discos suenan a divertimentos de genios que ya han olvidado sus demonios. El Duque Blanco parece seguir atormentado y recurre a las armas que hicieron suyos los 80. Pero los 80 suenan hoy cutres. Lo mejor de su discografía es el compromiso extremo o la evasión extrema del contexto en que fue creada. Su álbum de regreso se queda en un término medio. Y el británico es grande en los extremos. The next day será recordado por su contexto más que por su música. Un disco necesario, pero olvidable.
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