Que en cuestión de quince años hayamos tenido tres encarnaciones distintas del trepamuros debería ser motivo suficiente para activar nuestro sentido arácnido y percatarnos de que algo no se está haciendo bien. En una época donde prima la sobreexplotación, con las franquicias, reboots y remakes como máximos estandartes, se debería seguir la máxima de George Miller: los clásicos y las buenas películas de antaño solo se deberían tocar si es para hacer algo mejor. Tras su cameo en Civil War y el reparto de los derechos entre Sony y Marvel, parecía que por fin Spidey estaba en buenas manos. Exactamente, lo parecía; pues Spider-Man: Homecoming ha sufrido los efectos adversos de las franquicias y universos compartidos, convirtiéndose en un episodio de relleno del serial cinematográfico más hipertrofiado de todos los tiempos, cuyo único objetivo es llegar a un espectacular final de temporada comandado por los hermanos Russo. Solo hace falta ver la presentación del Buitre de Michael Keaton antes de las respectivas intros de las compañías, como si de un procedimental televisivo se tratara.
La escasa entidad cinematográfica del producto y su absoluta entrega por servir a un bien mayor, hacen que la película esté repleta de cameos y referencias poco sutiles que recuerdan al respetable que este Spider-Man solo es un pequeño engranaje que forma parte de una maquinaria mucho mayor. Olvidan que Peter Parker y su alter ego gozan de un universo propio lo bastante rico y vasto para sostenerse por sí solo, lo que provoca que determinados personajes como la M.J. de Zendaya y el Flash Thompson de Tony Revolori solo aparezcan para soltar alguna pequeña replica, que el mejor amigo de Peter, Ned Leeds (Jacob Batalon), funcione como simple alivio cómico, o la tía May, encarnada por Marisa Tomei, quede desdibujada y convertida en una milf presa de “inofensivos” comentarios machistas. La idea del director Jon Watts era homenajear el cine juvenil y las comedias de instituto de los 80, aplicando ese tono ligero, cómico e ingenuo a su Spider-Man; el resultado está más cerca de las rancias sitcoms adolescentes que pueblan la parrilla de programación vespertina de Disney Channel que del cine de John Hughes. Ese es el nivel del humor.
Esa inclinación hacia el chiste deja de lado el componente dramático y épico que convivían en anteriores adaptaciones cinematográficas. Si se ha desvirtuado el sentido de brújula moral y apoyo emocional que significaba para Peter su tía May, el tío Ben directamente ni está ni se le espera. Después de tanto relanzamiento puede provocar cierto hastío el discursito de “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, pero es la muerte de su tío lo que motiva la razón de ser de Spider-Man y no el intentar caer bien a Tony Stark para que lo enchufe en Los Vengadores. La función de mentor de Tony para con Peter es la simplificación perfecta de nuestro idilio con la tecnología: sus recursos facilitan la labor de Peter pero a la misma vez le restan parte del encanto al viaje del héroe. O lo que es lo mismo, no se molesta ni en tener que fabricarse el traje, que tiene una especie de Siri incorporado, y si se ve muy perdido siempre puede recurrir a Iron Man, con apariciones en las escenas de acción que acaban resultando forzadas y anticlimáticas. Dichas escenas no sorprenden ni emocionan debido a que están mal planteadas desde el propio guion, situando la acción en entornos poco favorables para el lucimiento de los poderes de Spider-Man. Situar el clímax de la película en un avión o montar persecuciones a camiones por carreteras secundarias (los guionistas han visto demasiados capítulos de Arrow) es a todas luces una decisión descabellada, por mucho que se escuden bajo el pretexto de que querían hacer un Spider-Man más cercano, un amigo y vecino a pie de calle.
No todo es negativo: Tom Holland es el mejor Spider-Man (enfrentado al peor guion posible) y Michael Keaton le disputa el trono a Loki en la lucha por el carisma en la galería de villanos cinematográficos Marvel. Juntos protagonizan la mejor escena de la película, un duelo actoral repleto de tensión con reminiscencias de la comida del Día de Acción de Gracias del primer Spider-Man de Raimi. Por su espíritu lúdico y desenfadado, este Spider-Man de instituto consigue salvar su examen con un aprobado raspado, pero si se despista tendrá que ir a las recuperaciones o, peor aún, repetir curso. ¿Otro reboot? Que Dios (o Stan Lee) nos pille confesados.
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