Que el magnate de los negocios Mark Zuckerberg no es un humanista redomado es algo que a estas alturas cualquiera que se haya informado un poco sobre el tema debería tener más que claro. Cuando recientemente destinó más de 42.000 millones de dólares a crear una empresa con fines sociales (no una fundación ni una ONG, como mal se informó en algunos sitios) bautizada ‘Max’, como su primera hija, que se encargará de realizar donaciones aún sin especificar y de las que no hemos vuelto a oír nada, yo me quedé con dos cosas.
Una, este artículo de Rosa Jiménez Cano en ‘El País’ en el que, para mí, destacan estas líneas:
El abanico de posibilidades es amplio, desde apoyar a políticos de su elección a leyes que les parezcan adecuadas, pasando por inversión en startups que encajen con su finalidad.
Y dos: un libro de la saga Flanagan (‘Alfagann es Flanagan’) que leí de pequeño y del que me marcó un diálogo que el joven detective sostiene con una chica que se ha fugado de casa. La chica afirma que cierto tipo de personas se dedican a donar dinero a ayudar a acabar con injusticias al otro lado del mundo para poder sentirse bien mientras se portan como cerdos con la gente de su alrededor. Recuerdo que me marcó porque lo consideré equivocado, irresponsable y mil adjetivos más. Sin embargo aún era joven e idealista, ahora comprendo el fondo.
Y lo mismo que esa chica debieron pensar Saverin y cía al leer la noticia. En cualquier caso, más que donar (que aún no ha donado nada, insisto) grandes cantidades de dinero a causas súper de moda y en candente actualidad que hacen que a media humanidad se le caiga la baba, ¿no ha pensado el señor Zuckerberg en cambiar la forma con la que gana dinero? No sé, por ejemplo, ¿dejar de vender los datos de sus usuarios? No puedo hablar por todos pero desde luego que yo siento como crece exponencialmente mi miedo ante esta cuestión conforme, gracias a las estadísticas de mis visitas, mis ‘me gusta’ y demás factores, la publicidad comienza a ser cada vez más personalizada.
Primero empezó de forma sutil, e incluso conveniente para algunos, dejémoslo claro. Le vas dando a ‘me gusta’ a una serie de grupos musicales que tienen una propuesta más o menos cercana y de repente te aparece publicidad sobre otro grupo que tiene un sonido similar. Bien. Puede resultar hasta cómodo. Hasta útil. Puede ayudarte a descubrir a la banda de tu vida, que permanecía escondida bajo sus modestos 500 ‘likes’ en su página de Facebook hasta que se decidieron a meterle dinero en publicidad.
Después uno se encuentra con que tras pasar una amenizada tarde delante del ordenador buscando ruedas de recambio para el coche, al entrar a Facebook los alegres banners publicitarios del lado derecho, nada molestos, eso hay que reconocerlo, le muestran una serie de anuncios de desguaces y tiendas de repuestos…tras el miedo inicial y habiendo tragado la saliva suficiente para no caer en el impulso de tirar el ordenador contra la pared y fabricarse un gorrito de papel albal, la primera pregunta que cabe preguntarse es: ¿Pero Google y Facebook no deberían odiarse?
Sin embargo el otro día me comentaron algo bastante espeluznante. El ‘timeline’ es el siguiente: entras a Instagram y en las sugerencias de amigos aparece alguien con quien trabajaste una vez en un curro de 3 meses y que llevas 6 años sin ver. Si te resistes a quemar el móvil y largarte al Tibet a meditar sobre el rumbo que estamos tomando, o a vengarte escribiendo un guión que luego enviarás a Netflix para ver si aparece en la nueva temporada de Black Mirror, lo lógico es indagar. Entonces descubres que intercambiaste un par de mails por motivos de trabajo con aquella persona…en una cuenta de Hotmail. Gates y Zuckerberg no se odian pero, ¿no era el bueno de Bill un filántropo? ¿Un humanista? ¿Un buen tipo en general que jamás vendería mis datos?
Está bien, ya admitieron el ‘cederlos’ en casos de «seguridad nacional» , pero una cosa es darle al FBI acceso a determinados datos de un sospechoso de terrorismo, por peligroso que esto sea (habría que ver lo que un señor del FBI considera «terrorismo» y hasta qué punto podría perjudicar a cualquiera), y otra bien distinta es que Facebook (y todo lo que ha comprado: Instagram y Whatsapp, por poner ejemplos importantes), Google y Microsoft intercambien datos entre sí en algún tipo de pacto publicitario.
En realidad no hay por qué ponerse conspiranoico ni rebuscar en sub-foros extraños de Internet (aunque lo recomiendo) para leer un poquito sobre el tema. Esta noticia de El Confidencial estructura muy bien lo de la venta de datos. En cualquier caso no tengo conclusión con la que cerrar este artículo, así que me limitaré a fabricar gorritos de papel de aluminio (¡ya vendréis a pedirme, ya!) y a aplicar el Protocolo Cero a mis dispositivos conectados a la red de redes. Excepto la Playstation 4, claro, que al menos es honesta en cuanto a sus intenciones de vaciar mis bolsillos.
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