Quizá lo más sencillo sea pensar que una novela ambientada en los tiempos de Alfonso X el sabio cuya historia tiene lugar en un scriptorium no será leída con avidez por unos preadolescentes. En un mundo que parece reducirse –o ampliarse- a las redes sociales, ¿cómo es posible que una historia sobre lo que ocurre en la Escuela de Traductores de Toledo allá por el siglo XIII consiga que nos olvidemos del ahora y nos sumerjamos en un ayer casi desconocido sin echar de menos, ni tan siquiera un minuto, el tiempo que nos roba la velocidad del presente?
La respuesta, como el juicio hecho con la celeridad que ahora nos caracteriza, también es sencilla. Basta con tener una buena historia que contar, una intriga que mantenga los ojos pegados al papel, unos personajes creíbles que se conviertan en compañeros de viaje y una manera de escribir que no deje lugar a la indiferencia. En la teoría es así de fácil, pero en la práctica… ¡ay! Y si además la novela tiene que cautivar a unos lectores de vista joven, el trabajo se vuelve más difícil si cabe. Los niños son lectores complejos de lengua sincerísima y embarcarse en una escritura dirigida a ellos no es una cuestión baladí. Valentía se acerca más a la definición que podemos dar de un escritor que se embarca en la gran aventura que supone la literatura infantil y juvenil.
Pedro Ruiz García (1978, Cuenca) aprueba este examen con nota y de ello da buena cuenta su paso por el Premio Hache. El enigma del scriptorium ha sido nominada en el certamen de literatura de Cartagena y los jóvenes lectores han demostrado en el encuentro que han mantenido con él que se puede salir del hoy y disfrutar mucho –muchísimo- con una lectura que divierte, intriga, enseña e, incluso, enamora. Casi todos han terminado de leer la novela cuando el escritor los visita y todos quieren preguntar. Nunca deja de sorprender su curiosidad y su deseo de saber. En cada encuentro, los adolescentes demuestran que maduran a la velocidad del rayo y, quizá sea un atrevimiento decir que los libros han tenido algo que ver, pero ojalá fuera así.
Estos jóvenes se están convirtiendo en verdaderos lectores. Ya no solo se conforman con la mera lectura, van más allá. Estudian, analizan, piensan y repiensan. Se están convirtiendo en pequeños críticos. Y eso es algo que ya no dejarán de ser nunca –por mucho que crezcan, por mucho que dejen de ser niños.
Fotografías por Santiago Ros.
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