Allí, sentados en la escalera de acceso al escenario uno, apoyado en la puerta entreabierta por la que asoma medio cuerpo y dirige su mirada el público el otro. Al primero se le puede intuir, a través de los ojos vidriosos que no disimulan el pedal, la concentración. El segundo esboza una sonrisa entre orgullosa y picarona que dice que lo está pasando bien. Son Natos y Waor, los dos tipos que, parece ser que sin comerlo ni beberlo, se han convertido en máximos exponentes de la nueva generación de rap nacional (sin olvidar a Suite Soprano) guste más, o guste menos. Han tocado en el último ViñaRock, lo cual termina de confirmar esta consagración de la que hablo, del relevo generacional que se venía intuyendo en la industria rap (por qué no llamarla así) nacional desde hacía algún año ya.
Desde estas poses que parecían perfectamente estudiadas para aparentar naturalidad (o al menos eso me comentaba Miguetxo, el cámara) saltaban al escenario cuando veían que ya habían calentado suficiente los ánimos de la sala. La 12&Medio que se encontraba, por entonces, a rebosar. Es innegable que la media de edad entre el público no superaba la mayoría de edad, y si lo hacía, era de forma muy justa, este es el típico argumento que se emplea en su contra, el famoso «rap para niños y grupis». En cualquier caso, nosotros, que estábamos allí dentro y nos sentíamos unos veteranos, podemos asegurar que más de uno tendría sueños húmedos con llenar así un garito, aunque fuese con niños.
Bueno, a lo que íbamos, estos dos ya estaban en el ruedo, y arrancaban con «Cuentas Pendientes» el videosingle de su nuevo trabajo, «Caja Negra», del cual además tocaron «Remember», «Excesos», con su carraspeo de guitarra, «Sigo Vivo» o «Sabor Amargo», además de varias a capellas o de darle repaso a trabajos anteriores con «Medias Tintas» o «Hija de Puta», «Con la música a otro parque» o el que se ha convertido rápidamente en clásico de Waor, «Loopings», y para volver a «Caja Negra» pero esta vez Natos en solitario, con «Qué guapo estás callado».
Después de entre otros, tocar estos temas, cerraban con «Es como la cocaína», que se les iba un poco de las manos, pues el público asaltaba el escenario y se fundía entre la gente, y de pronto empezaba a llover agua de los botellines que había por este, y sucedía lo que parece ser que sucede cuando mezclas agua y una mesa de mezclas, que como diría el borracho de la arbolada, todo «se va a la puta». Esto parece ser que fue lo que sucedió y el concierto concluía.
Quizás la pega que le encontramos fue que tanto las instrumentales como los muchachos sonaban tremendamente bajos, hasta el punto de poder hablar con el de al lado sin problemas con sólo acercarse un poquito. No sabemos muy bien de donde venía el problema, si del técnico de la sala, de que a los altavoces les faltaba potencia, o de los muchachos, que habían desperdiciado la prueba de sonido.
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