Víspera del Día de Todos los Santos. En Paramount Channel están poniendo las primeras películas de Superman; esas en las que el superhéroe favorito de América luce un imponente paquete en sus calzones rojos y no pierde el engominado por muchos obstáculos a los que se enfrente. Tras esta infumable exaltación de los rancios valores del país de las barras y estrellas empieza La Familia Addams. La sucesión de escenas en las que los pequeños de la familia se divierten suicidándose sujetando un pararrayos en una tormenta, ingieren arsénico o se mutilan en una obra escolar llenando de sangre a los espectadores de las primeras filas empieza a ponerme en un estado de ánimo más acorde con el plan principal de esta noche: disfrutar de la estimulante oscuridad del concierto que Narco ofrece en la sala Budokan de Cartagena.
Se acerca la medianoche, y la Budokan presenta un aforo más que respetable (lo justo para no agobiarse y lo suficente para alimentar el ego escénico de la banda). Dan las doce y aparecen en el escenario Amnésico, Abogado del diablo, Vikingo, Distorsión Morales, Diablero Díaz y Manipulador, una alineación de pesadilla preparada para desatar un infierno sonoro capaz de levantar a un muerto y provocarle una erección al maligno. Letras sobre psicópatas, drogas, marginalidad, las bondades del satanismo, las maldades del catolicismo, zombis cofrades y el papel represor de la policía se desarrollan sobre una base instrumental de metal, rap, electrónica y punk.
Vikingo se aferra a su pie de micro y aúlla con esa apisonadora que tiene por voz, metiéndole tragos a su botella de J.B. y sirviéndole lingotazos al público en una generosa muestra de colectividad. Distorsión Morales le saca partido al micro inalámbrico y se mueve de un lado a otro. Empieza a hacer un calor del carajo y el público se divide en dos partes visibles: la gente que lo está dando todo en las ollas enfrente del escenario y los que contemplan el espectáculo con mirada absorta cabeceando levemente.
Los Narco no son muy dados a la palabra fácil, agradecimientos entre canción y canción y poco más, pero esto se traduce en un directo frenético a la manera ramoniana del que sales segregando endorfinas. Esto está bien ya que, como dice Distorsión Morales en una parte del concierto, es el único deporte que hacemos algunos. Durante el transcurso del set list queda bien patente que no son uno de esos grupos que viven de las cuatro canciones de sus primeros discos. En el repertorio incluyen mayoritariamente canciones de su último álbum, Dios Te Odia, entremezcladas con temas de toda su discografía. Caen clásicos como Kolikotrón, Puta Policía (que reservan sabiamente para el bis), Tu Dios de Madera, La Cucaracha o Vizco que hacen que la sala se caiga abajo. Pero tienen el mismo peso que canciones de su discografía reciente como Son Ellos, La Última Cena, Carnicería en la Romería o Dame Veneno.
Son un grupo que nunca defrauda en directo. Tienen energía, potencia y siguen demostrando que aún les queda cuerda y cosas que decir. Una vez desaparecen del escenario comienza la bajada a la realidad. Durante cerca de dos horas hemos sido absorvidos por su atmósfera de oscuridad, desfachatez y canallería; nos han transportado a un estimulante universo de crimen, rabia y pensamientos psicópatas. De vuelta en la calle vuelves a ser el mismo tipo al que le parece un marrón tener que ir a pillar.
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