El potente sonido de la REM golpea el pecho en cuanto atraviesas la puerta. Allí, en la semi-oscuridad, al sentir la potencia de los temas de rap francés que escupen los altavoces, los asistentes al concierto se miran entre sí y bailan durante unos emocionantes segundos con una sonrisa de oreja a oreja, como si de repente todas las películas que llevan en su cabeza se hubieran vuelto realidad. En la barra, nosotros (los mayores de 25, amplia minoría esta noche) volvemos a moler el mismo grano en la misma piedra. Ojalá nosotros hubiésemos vivido el panorama actual. Agolparse ante las puertas de extintas y más diminutas salas a intuir más que ver a artistas entre nubes de humo de marihuana tuvo su aquel, evidentemente, pero esto es otro rollo. O igual sólo queremos ser jóvenes.
El caso es que en el escenario aparecen Benny Jr y Vato (piedras angulares de este embrollo, sobre todo éste último) seguidos por el nuevo joven revelación del momento, que con levantar una mano para saludar, aún antes de alzar el micrófono, ya tiene al público en el bolsillo. Algo que dejará patente una y otra vez durante el resto del show, en el que Vato defiende con gran soltura y manejo el por qué están aquí. Son lo más parecido que se ha hecho en España (con éxito al menos, y no me refiero a los números si no al sonido) al rap francés. Producciones potentes de fondo, un Morad agresivo al micrófono y la calle como (única) temática en todos los cortes. Si de algo peca es de explotar la fórmula que funciona.
Su disco es interesante pero repetitivo, con cero riesgos, basado en replicar una y otra vez aquel primer pepinazo que ya acumula más de 5 millones de visitas en Youtube. Ojo, su primer tema. Corriendo como la pólvora. Hace tan sólo 9 meses. Y aquí está, con una Sala REM abarrotada. Esa forma de entender su música casa un poco con su visión del negocio, como se deduce del hecho de que sus amigos abarroten el escenario, un detalle que, personalmente, me gusta. Un ‘Toma el dinero y corre‘ escupido sin disimulo, trayéndose a los colegas a contemplar el milagro. Hace 9 meses no tenía ni un tema, ahora hace gira nacional creando colas en la puerta.
Jaurías de adolescentes que gritan mensajes contra los abusos policiales y lo puta que es la calle, aunque la gran mayoría (entre los que me incluyo, claro) no tengan ni puta idea. Eso es lo de menos. Que Morad apenas cante el 15% de la letra de la canción, también. Lo está dando todo, grita dos frases de cada párrafo, pero las grita. Con rabia, con actitud, con un savoir-faire impresionante para lo poco que lleva en el panorama. El directo es para su público y lo tiene claro así que los espolea, les anima a gritar, a cantar, a sacar los móviles «y que los flashes iluminen la sala«. Aprieta puños y con las venas del cuello hinchadas vuelve a gritar frases sueltas sobre la realidad que le había tocado vivir hasta hace menos de un año.
Si algo tienen sus letras es que no romantizan la calle, como aquella que dice lo de «Mi colega, el que le robó al hijo de un comisario y se tuvo que fugar del barrio por abusos policiales«. Y eso gusta. Peca también de ser repetitivo en los conceptos que las mueven, y de hecho las bromas se hacen solas. «Ok, digamos que es un chico de la calle que no le gustan los chivatos ni los abusos policiales», dice alguien. Es un buen resumen del 85% de su mensaje.
Así que Morad coge el dinero y corre, estira el chicle, porque no sabe lo que va a durar. Se trae a los colegas, grita sobre el escenario, la lía parda, da un concierto medianamente corto (no sé si habrá llegado a los 45 minutos) y ni bises ni hostias en vinagre ni teloneros ni tonterías. Adiós que aún tiene dos conciertos más por delante. Es cierto, el viernes tiene otro y el sábado otro más. Y así hasta que dure el invento. Se despide entre aplausos y la sala se vacía con la misma rapidez que se ha llenado.
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