Antes de desempolvar las garras, permítanme que comience esta crítica rememorando al poeta británico Dylan Thomas y su acertada reflexión sobre el ocaso y la vejez:
“No entres dócilmente en esa noche quieta.
La vejez debería delirar y arder cuando se cierra el día;
Rabia, rabia, contra la agonía de la luz.”
Al contrario de lo que puedan pensar, la elección de estos versos no es para nada gratuita. El poema de Thomas versa sobre la rebeldía frente a la vejez; una exhortación a vivir la vida en plenitud y afrontar el final del camino, la senectud, de manera activa, sin rendirnos en los brazos de la muerte. Anima a aquellos que la desperdician, a vivir una vida que merezca la pena ser recordada cuando el brillo se apague, dejando un legado de experiencias que no nos hagan sentir que otros han podido vivir mejor. En uno de los momentos más intimistas de Logan, un nostálgico y senil Charles Xavier, imbuido por el espíritu del poeta británico, le descubre a su «hijo» parte del sentido de la vida; le invita a refrenar sus impulsos suicidas, detenerse unos instantes y percatarse de que todavía está a tiempo de formar una familia, de conocer el significado de la palabra hogar. En definitiva, de vivir.
Acostumbrados a los superhéroes luminosos, impolutos, de moralidad férrea y disfraces pomposos, Logan es un derechazo directo a las entrañas del subgénero para que tome contacto con la realidad. Nunca se había retratado de manera tan gráfica el crepúsculo y la autodestrucción de un héroe (salvo algunos retazos de la trilogía del Batman de Nolan) como en el nuevo filme de Lobezno. Observar al ídolo caído es ciertamente demoledor y los primeros compases de la función, entre Taxi Driver y el estilismo visual de Michael Mann, conforman lo mejor de la película. Un inicio con un Lobezno alcohólico, enfermo y, gracias a la bendita calificación R, brutal, que trabaja como conductor de limusinas con la intención de recaudar el dinero suficiente para poder cruzar la frontera y empezar una nueva vida. Los mutantes han desaparecido, pero no su sentimiento de culpa frente a una existencia llena de pérdida y dolor que solo la aparición de Laura (magnífica Dafne Keen, a través de la mirada lo dice todo sin decir nada) conseguirá dotar de significado. Las lecturas políticas siempre han formado parte del ADN de la saga X-Men, pero el director James Mangold consigue tomarle el pulso a la actualidad sociopolítica en esta nueva entrega, contando la historia de tres personas que quieren cruzar la frontera y lograr la ansiada libertad, en lo que es una clara referencia a los refugiados y un presagio de las medidas políticas que se van a llevar a cabo en la era Trump.
La primera mitad de la película hasta la llegada a la granja es el mejor ejercicio de cine de superhéroes que he visto en muchísimo tiempo, con un ritmo pausado lleno de metáforas y reflexiones sobre la decadencia y la vejez que no entorpecen el desarrollo de las set-pieces de acción, como el primer ataque de los cazarrecompensas con una Laura/ X-23 desatada. Una secuencia llena de furia y violencia que reafirma el acierto de Fox en saciar la demanda de un público que exige películas de superhéroes para adultos, pero sabiendo ofrecer productos diferenciados: mientras que en Deadpool la violencia y el drama se cubrían bajo la pátina del gag, en Logan los golpes, físicos y emocionales, son salvajes, duelen y dejan cicatrices (o si no díganme en que otra película comercial han visto a una menor de edad siendo ensartada por un arpón, en lo que es un auténtico delirio comiquero gore). En la compañía saben que la salvación del cine de superhéroes pasa por la hibridación de géneros y otorgar una personalidad propia a cada producción, huyendo de las habituales fórmulas que han acabado por desgastar a la saga mutante.
El principal enemigo de la película es su duración, 137 minutos son a todas luces excesivos y conllevan a que hacia mitad del relato se manifieste una arritmia narrativa que junto con el desaprovechamiento de ciertos escenarios (Las Vegas y la granja ofrecían un sinfín de posibilidades argumentales) y la escasa entidad de los villanos, deslucen el resultado final. Por otra parte, la película transmite una solemnidad en lo visual que nunca se llega a equiparar a nivel narrativo. En su periplo, Lobezno deja tras de sí una serie de cadáveres, pero su impacto es mínimo debido a la deficiente construcción de las conexiones emocionales, que se manifiesta sobre todo en la relación fría y distante de Logan con Laura, y a la escasa sensibilidad cinematográfica de Mangold.
Logan es una rara avis dentro del subgénero. Un neo-western áspero, decadente y desmitificador, en las antípodas del espectáculo superheróico, donde el polvo y la sangre se erigen frente a los efectos especiales. Dicta mucho de ser perfecta, pero analizando el devenir de la trilogía, las últimas notas a pie de página del antihéroe de las garras de adamantium no son precisamente las que sus seguidores se merecen, pero si las que necesitan ahora mismo.
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