Aviso: Contiene spoilers
Aún ronda en mi cabeza. Cada vez que aparece una noticia me lleno de orgullo, sonrío y vuelvo a la sala del cine Renoir donde la vi. Pasábamos un fin de semana en Madrid y una de las cosas que más ilusión me hacía era poder ver Verano 1993 el fin de semana de su estreno. ¿Una película en catalán, sin doblaje, subtitulada y en pleno debate político de mierda sobre el independentismo? En Murcia era misión imposible (no os preocupéis, ahora que les conviene van a estrenarla treinta veces en cada cine).
Tenéis que saber que soy un forofo del cine patrio hecho por mujeres. Me apasiona. No me sobra virilidad (al director de este medio tampoco mucha, pero eso no viene a cuento). Así que el sábado me desperté nervioso y empecé a dar por culo cuatro horas antes de la peli. «Tenemos que sacar entradas, que no van a quedar», «madre mía las doce y la película es a las seis, tenemos que ir», «hostia que nos quedamos sin entradas», «chiqueta qui nos quedams sin entrats, jajajajaja», y así hasta que mi querida compañera de vida se paró y me exigió que me callase la boca un rato. Luego hubo un silencio… otro silencio… otro silencio… y al final… «¿eso es que vamos a por las entradas o que no?». Puesto que era la única vía para lograr que me callase durante más de media hora, fuimos a por las entradas (por supuesto, tres horas antes). Y aprovechamos para tomarnos un café en el Ocho y medio. ¿Habéis estado en el Ocho y medio? La verdad es que Madrid me gusta. Si te gusta el cine Madrid te ha de gustar. O sea, un plan de café en el Ocho y medio mientras miras la firma de almodóvar para luego entrar a ver Verano 1993… es la felicidad absoluta.
Y llega el momento. La sala es pequeña y está atestada, no queda un asiento libre. En los trailers me pongo nervioso. Empiezo a susurrar a mi compañera datos sin parar, como los críos estos que van a ver la última de marvel y les comen la cabeza a sus padres y estos ni les miran, pues igual pero con datos de la directora. A todo esto me chistan los de atrás (en Madrid no es como en Murcia, no está bien hablar en los tráilers, lo digo para que lo sepáis). Mi compañera, muerta de verguenza, se cubre la cara, pero a mí me da igual y sigo sonriendo a la pantalla con las pupilas dilatadas de la ilusión.
Y empieza Verano 1993.
«Dirigida y escrita por Carla Simón«, reza el primer rótulo. Las fiestas de un pueblo. Los petardos se lanzan lo más cerca posible de los pies de los amigos. Una niña, seria, inexpresiva, contenida (una Laia Artigas descomunal). La cámara tiembla ligeramente y los tíos de la niña se la llevan en su furgoneta con urgencia. David Verdaguer y Bruna Cursí miran a la niña y se miran ellos, pensando «¿qué se hace en estos casos?». La niña está exhausta, en parte por la cantidad de estrés de los petardos, en parte porque piensa «¿qué se suele sentir en estos casos?». Y de esto va todo, de aprender a sentir.
Arrancamos en un pueblo, en el verano de 1993. Yo no quise leer mucho sobre esta película, pero no pude evitar informarme de que es autobiográfica y de que iba sobre el VIH. Con estas premisas uno puede imaginarse los derroteros. Y así es, una niña en un nuevo pueblo con unos nuevos padres (o unos viejos tíos) y con una nueva hermana que, por cierto, es un trozo de pan. Carla Simón, o Frida, o la niña, se dibuja a sí misma tan imperfecta como lo sería una niña de seis años en una situación así. Tras la muerte de sus padres, Frida debe adaptarse a su nueva familia. Le cuesta, el apego y el desapego se siente en cada instante. Cuando el apego llega, las risas se escuchan en la pequeña sala de cine, pero cuando llega el desapego nos sentimos fatal. De la misma forma podemos comprender al resto de personajes, como a esa tía que a veces tiene fuerzas para soportarlo, y a veces pierde la paciencia y grita que no puede más.
La película ya me había ido ganando poco a poco. Me habían ganado las noches de jazz y chicharras. Me había ganado esa madre tan tolerante con el Sida pero tan gilipollas con la sangre. Me había ganado Frida probando la mortadela de la charcutería. Me había ganado Frida jugando con su hermana a ser rica. Pero aún quedaba el clímax: la huida de Frida. Coge su mochila, le regala la muñeca a su hermana, nos morimos todos de amor, la niña desaparece en la oscuridad, los tíos se asustan, luego entran en pánico y entonces vemos a Frida volver a aparecer por el mismo camino, entrando a casa cabreada y mascullando entre dientes que ya se irá mañana. La sala empieza a reír, mucho, con fuerza. Ya queda nada para acabar.
Pero no comprendía que, como he dicho antes, la película de Carla Simón no va de un verano en un pueblo.
Frida ya había hablado de la muerte de su madre con total libertad. Mientras forra los libros del colegio (peligro: nostalgia a muerte), quiere terminar de comprender qué le ocurrió a su madre. Al parecer, Frida no quería terminar de hacerlo porque las niñas de seis años no tienen por qué hacerlo, es así de simple. No sabemos si lo ha llegado a comprender o no, pero cuando nos estamos riendo se nos olvida que todo esto había ocurrido. Y en la cama, en la habitación con la familia unida, todo se desmorona y todo cobra sentido. «No saltéis en la cama», dice su tía. «Parad, que parecéis animales», dice su tío. Hay risas y sonrisas. Pero de repente Frida se queda fijada en la cama y deja de reírse para empezar a llorar. Nosotros en la sala también borramos la sonrisa de nuestra cara en un segundo, pensamos que se ha hecho daño. Pero esperamos unos segundos eternos donde el silencio de la sala de cine es brutal. Es violento. Se me acongoja el pecho cuando me doy cuenta de lo que ocurre. No ha pasado nada en realidad pero cambia todo lo que habíamos visto. Frida lo había comprendido al final y lloraba todo lo que no había llorado durante el verano de 1993.
Carla Simón es tan, tan jodidamente grande, que lo único que necesita para hacer que todo el mundo salga de la sala frotándose los ojos, es un minuto.
Y esta es la razón por la que nunca olvidaré Verano 1993
2 Comments
Abellán, se te da mejor lo de comentarista deportivo, de verdad.
jajajajaja es cierto que comento la jugada al detalle, mea culpa. Pero vamos, que estoy jodido, porque odio el deporte 🙁