Tan seguidor soy de esta saga que en menos de 10 días he visto la tercera entrega (actualmente en cines) dos veces y las dos primeras en formato domestico. Las he visto con detenimiento, parándome para ver cada detalle y he llegado incluso a crear mi propia teoría sobre una futura cuarta entrega y de que (fabulosa) manera enlazaría con el resto de la saga.
James Wan nos ofreció en 2010 un film que llegaba con un toque diferente al mundo del terror, intentando ser un revival de tiempos pasados y mejores. Mezcla de casas encantadas, espíritus, demonios y elementos sobrenaturales, Insidious lograba colarse en la mente del espectador y dejarle confuso, con algunas imágenes difíciles de olvidar. Sin duda la aportación más memorable y que es sello de la franquicia es la chirriante y atronadora música que Joseph Bishara ha creado para acompañar en cada capítulo, siendo elemento imprescindible y sin el que no se entendería Insidious.
5 años después llega a la cartelera el tercer capítulo de esta saga, con la dirección de Leigh Whannell en esta ocasión. Whannell no es nuevo en la franquicia, de hecho es el creador de toda la historia junto a James Wan, además de uno de los personajes que forman el dúo «cómico» en pantalla. En esta tercera parte se nos plantea un caso similar a los anteriores pero alejado de la familia Lambert (protagonistas de las dos primeras entregas). El personaje de Elise asume el rol protagonista y vuelven muchos de los personajes secundarios ya conocidos (tanto de los vivos como de los muertos). El logro indiscutible de este Capítulo 3 es dar coherencia a una franquicia, enlazar con lo contado anteriormente y dotar de sentido elementos que carecían del mismo.
Aquellos que sean muy seguidores de esta saga estarán contentos con lo mostrado hasta el momento, aunque habrá también quienes no la consideren digna ni de su misma existencia. Pero lo que no podemos obviar es que con sus sustos el respetable salta de su butaca, se sorprende, se deja llevar… Al fin y al cabo, es el objetivo de un film de terror: dar miedo, para bien o para mal.
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