El Ballet de Carmen Roche culminó de lirismo y magia el Teatro Circo con todos y cada uno de los pasos, deslizamientos y saltos de sus bailarines, cada pas de deux que mostraba los continuos triángulos de amor y desamor que se cruzan entre sí en la original de Shakespeare, El Sueño de una Noche de Verano.
La función, a pesar de ser un ballet mantiene la esencia de la obra de teatro, esto hace a la historia más visual y que hable por sí sola, pese a la ausencia de texto.
Y además de la gran técnica de neoclásica, en los bailarines, que también actores en este caso, he de destacar su acierto y sus dotes interpretativas. Por ejemplo, Titanea, que es la Reina de las Hadas, capta la elegancia flotando encima de las puntas; Oberón, su amado, un chico de gran altura y depurada técnica dejaba clara la majestuosidad característica del Rey del Bosque.
Por otro lado, de enamorados he de destacar la melancolía de amante no correspondida que le da Ana Ponce a Helena, que es quizá uno de mis personajes preferidos de la obra shakesperiana.
Y bueno, una vez más, como en todas las versiones de El Sueño de una Noche de Verano, el protagonista sin duda es el duende Puck, quien cobra vida con el bailarín Edgar Chan, que enreda y desenreda todo el ‘tinglao’ amoroso de la noche veraniega.
Lo único que puedo decir, es que hay una parte en la cual la ‘visualidad’ no llega a su culmen, o quizá sea esa ausencia de texto que hace que pierda fuerza y protagonismo la parte de Los Comediantes, una de las partes más divertidas de la obra, que explica el por qué del enamoramiento erróneo de Titanea por el actor convertido en burro, y haya quedado reducida a un simple sketch entre el Mundo de las hadas y el Mundo real.
Disculpad mi atrevimiento, pero es que a esa parte le tengo mucho cariño, sobre todo porque es un guiño del dramaturgo a la profesión del actor e introduce el ‘teatro dentro del teatro’ (en Hamlet se hace una cosa muy parecida). Pero obviamente, esto es un juicio de valor propio, y lo que hizo el Ballet de Carmen Roche es una adaptación del coreógrafo francés Tony Fabre, en la que se recoge el espíritu esencial de la obra.
Para terminar, la música de Henry Purcell hace que la magia que ya se respira de por sí en la obra y en la ejecución de cada paso de baile se acentúe.
No es el Cascanueces, tampoco Giselle, ni Coppélia, pero es una obra fresca y joven, apta para todo tipo de público. Además para aquellos shakesperianos y amantes del teatro les parecerá una obra deliciosa, que quizá les acerque un poquito más al mundo del ballet.
Fdo: una nostálgica comediante, Cynthia Patricio.
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