Qué enfermedad más curiosa esta, que hace que las personas se vuelvan sonámbulas y deambulen por los tejados con los ojos cerrados. Me he estado fijando cada día desde mi tejado, que tiene una visibilidad perfecta, en varios sujetos afectados para ver si descubría algo nuevo y algo nuevo sí que he descubierto: da igual el lugar donde duerman, siempre acaban en el mismo sitio y nunca recuerdan nada. Pero, ¿por qué?
Hoy es San Valentín y la anciana del tercero está en el balcón, sin otro amor que su perro. No es un perro cualquiera, pues le encanta hacer sus necesidades en los periódicos de derechas. Si le pones El País, no hace nada, y si le pones el ABC lo suelta absolutamente todo. Su vecina Yu, una asiática de anchas caderas, le pregunta si va a celebrar San Valentín y ella le dice que no está para tonterías.
Es verdad que es una tontería San Valentín, y yo soy un poco como esa mujer mayor, un gruñón un tanto anticapitalista. Pero por otro lado me apetece celebrarla. A ella. A A.
Ya se han hecho las cuatro y no tengo ni idea de qué regalarle… ¿una flor? Eso está tan visto que repele. ¿Bombones? Qué va, tampoco me convence. Yu le está comentado a la vecina que el chico policía se ha vuelto a colar en su cama esta noche, y eso que tenía candados puestos. Dice que no sabe cómo puede colarse cada noche sonámbulo, abrir una puerta cerrada a cal y canto y acostarse en su cama sin despertarla. Dice que ya no sabe qué hacer, pero yo sé que miente.
Son las cinco, Yu debe vestirse con unos pantalones muy anchos para sus anchas caderas y entrar en la lavandería donde trabaja. Si os fijáis en el edificio que está más a la izquierda, donde vive el chico policía, observaréis que está haciendo lo mismo que Yu con el fin de verla y disculparse. No llego a ver demasiado bien la lavandería desde aquí, pero ambos suelen salir a fumarse un cigarro a la puerta y yo creo que se sonríen siempre.
Mierda, las siete de la tarde y yo sin regalo… ¿qué hago? ¿Le compro una pulsera? No, voy a ser realista, no tengo mucho dinero. Podría escribirle algo… pero es que ella ya lee tantas cosas que no sé yo si merecerá la pena. Esperad, el niño del edificio de la derecha se ha despertado de la siesta como cada día y está jugando con su tren. Está muy contento hoy, y es normal, le ha dicho a su madre que Mirtel, la vecina del cuarto, le ha invitado a jugar mañana.
Las nueve, ya ha anochecido. En los tejados las noches son muy frías pero también bonitas. Hay muchas estrellas hoy y no es porque sea San Valentín. El niño está cenando salchichas Frankfurt con kétchup y un poco de pan, el chico policía se está atando unas esposas a la cama para evitar colarse en la cama de Yu. Yu, por su parte, está echando los candados y atrancando la puerta con una silla mientras su amante la espera en la cama. La anciana ya no está en el balcón y en el diario de ABC ya no se lee la A, ni la B, ni la C. Pronto comenzará todo.
Las diez, creo que ya es un poco tarde para comprar algo. Puedo pillar algunas golosinas en algún chino, una gran bolsa que lleve de todo… nah, a ella no le gustan mucho las golosinas. ¡Puedo invitarla al cine! Pero espera, son las diez y ya no da tiempo. Maldita sea, ahora me siento mal porque no creo en San Valentín pero es que…
Las once, ya ha empezado. El niño del edificio de la derecha ha salido por la ventana y camina con los ojos cerrados y en pijama hasta la habitación de la niña del cuarto. El chico policía se ha librado de las esposas y ya va, sin ver, en busca de Yu. Yu se ha levantado sin que su amante se entere y sin ni siquiera enterarse ella para abrir los candados, quitar la silla que atranca la puerta y volverse a acostar, todo sin abrir los ojos. Y sin abrir los ojos la anciana y su perro comunista han salido a pasear bajo las estrellas, pero estos dos no tienen ningún destino, ellos solo pasean.
¡Ah, las doce! Y allí está ella, A. Como cada noche a las doce, ha salido a su tejado con su pijama del principito y se acerca a mí, sin abrir los ojos. Se acurruca a mi lado y sigue durmiendo sin saber cómo ha llegado hasta mí y sin que le importe ni un poco. Pues mira A., te voy a ser sincero ahora que estás dormida y no te enteras de nada, te voy a decir que ya se me ha hecho tarde para comprarte un regalo por San Valentín.
Lo que si que te prometo es no soltarte nunca en este tejado y darte agua cuando te despierte la sed.
Aunque tu enfermedad no te permita recordar nada por la mañana.
No os perdáis «El paseo de los sueños» (Norma Editorial), de Zidrou y Mai Egurza
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