Kadavar publicó el 12 de abril su último disco. El segundo en dos años y sin nada de streamings. Su manejo de los tiempos de creación y promoción bebe tanto como su música de los 60 y 70. Solo un adelanto, Doomsday machine, que vino acompañado de un vídeo muy esclarecedor de lo que ya podríamos llamar filosofía Kadavar: equipos de grabación analógicos, carretera y el canon estético de cualquier vídeo familiar en los 70. Su debut, homónimo, sirvió al trío alemán para captar la atención del sello Nuclear Bast, discográfica de referencia en la que compartirán cenas de empresa con Graveyard, la otra gran banda europea que está glorificando a Black Sabbath y compañía 40 años después de que nacieran. Se lo han ganado. Kadavar sonaba crudo, sucio, contundente y terminaba en un suspiro. Esa ha sido la crítica más extendida al disco, su corta duración. Nos dejaba con ganas de más. Pero que algo nos deje con ganas de más es una señal inequívoca de que es muy bueno. Muy bueno.
Hablemos de música. El segundo disco de Kadavar se titula Abra Kadavar y es una tormenta. Una tormenta perfecta. Sigue dejando con ganas de más, y eso que esta vez vienen con 9 canciones más unbonus track. Digámoslo rápido: Abra Kadavar es uno de los mejores discos de lo que va de año, si no el mejor. Lupus Lindemann, cantante y guitarrista, declaró a Ruta 66 que decir que suenan a Black Sabbath es el camino fácil para definirles. Me propuse escribir una reseña sobre Abra Kadavar sin mencionar a la banda de Birminghan. Pero a la segunda escucha del disco me di cuenta de que era imposible. No solo es imposible, Abra Kadavar es lo más Black Sabbath que se ha hecho desde 1978. Sobre todo en cuanto a espíritu. La música de Kadavar transmite la misma urgencia que esos primeros discos de los ingleses, grabados en dos o tres días.
Pero lo que diferencia a Kadavar del resto de bandas que hoy hacen música con aquellos parámetros (Jet, Wolfmother o los propios Graveyard) es su pericia al mezclarlos con otros elementos. Algunos más recientes y otros coetáneos del hard rock de los 70. Está claro que su vena alemana tendría que salir por algún sitio. En Abra Kadavar la encontramos en Rhythm for endless minds, un homenaje a la esencia del krautrock teutón, siempre con el sello de los barbudos. Ese sello les hace convertir un -suponemos- intento de crear una atmósfera como las de Amon Düül o Neu! en una jam psicodélica. Quizá el único momento que no alcanza la excelencia en la trayectoria del trío. La voz de Lindemann recuerda en fiereza a la de John Fogerty. También en actitud. Kadavar, como Creedence Clearwater Revival, se desprende de artificios y va al grano. Y claro, el stoner metal. Ese género que mezclaba altas dosis de marihuana con Cream y Jimi Hendrix. Bajos indomables y desarrollos extenuantes. De todo eso hay un poco en Abra Kadavar. Sin embargo, el total es mucho mayor a la suma de sus partes. Nunca una influencia se convierte en una copia, saben delimitar inspiración y plagio.
El disco comienza con Come back to life. La vuelta a la vida. La que nos han dado en sus dos años de existencia. Esta canción es la muestra más plausible de que Kadavar mezcla sus fuentes con su estilo. Mucho Creedence Clearwater Revival hasta que aparece un cambio de ritmo que recuerda irremediablemente al de Take me out de Franz Ferdinand (Franz Ferdinand, 2004). Alucinante. No bajan el pistón hasta la penúltima canción, la citada Rhythm for endless minds. En la última canción, Abra Kadabra, dejan claro que podrían ser la banda más incendiaria de la historia del rock instrumental. Simplemente no quieren. Hasta ese punto, han entregado delicia tras delicia. Cualquiera de las canciones es un monumento al rock. Que cada uno elija: el feeling casi blues-soul de Black snake, la fuerta montaraz de Eye of the storm, el bajo asfixiante de Dust o los juegos entre voz y guitarra que Lindermann se marca en la apabullante Fire.
El segundo disco del trío alemán sigue la senda de su debut. Nos ha arrancado el miedo a los que temíamos una correa sobre su universo sonoro. Con unas letras que siguen explorando los mismos universos (tradición oscura con tintes actuales), Kadavar ha pulido algo más su sonido, un hecho atribuible a su discográfica. Ahora juegan en primera división con estudios de primera división. Esa limpieza en un sonido que sigue teniendo grasa se contrarresta con la mayor habilidad que demuestran Lindemann,Mammut (bajista) y Tiger (batería). No olviden sus nombres. Los relatos de Raymond Carver dan la sensación de que algo va a pasar cuando termine la historia. Kadavar ya nos han enseñado sus garras, pero queremos más. Asusta su potencial. ¿Hasta dónde llegarán? No sabemos cómo será el nuevo disco de Black Sabbath, pero mucho tendrán que remar Iommi y compañía para estar al nivel de sus herederos. Si tuviéramos que enseñarle a un recién nacido qué es el rock podríamos recomendarle Abra Kadavar sin dudarlo. No han inventado el rock, pero en sus dos discos está todo el rock. Toda su mística, su poder, su crudeza, su guillotina, su hacha y su condición humana.
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