Después de la catarsis que me provoca Owen Pallett tomo aire, respiro profundo y voy directa al Parque Torres –quedándome prendada del anfiteatro romano por el camino- donde me esperan mis amigas con ganas de mover el esqueleto. Noche de chicas. Sale al escenario una muchacha menuda con el pelo color rosa chicle y unas zapatillas mágicas que no la dejan que pare quieta ni un solo segundo. Es Francisca Valenzuela, a quien llaman la princesa del rock chileno, que trae su último álbum Tajo abierto. Me recuerda a una de esas muñecas modernas que tienen las niñas ahora y la manera en la que se mueve sólo consigue afianzar mi creencia, al igual que me ocurre cuando el escenario se vuelve rosa como si de algodón de azúcar se tratara.
Pero no os llevéis a engaño porque por muy color de rosa que parezca todo, Francisca Valenzuela tiene garra y de eso dan fe sus bailes non-stop y las letras de sus canciones. Lo comprobamos, sobre todo, en Insulto, que como ella misma dice es “un manifiesto contra el deber ser, una canción de empoderamiento, de rabia y de reflexión”. Canciones pop, sí, algunas con mensaje y otras simplemente para pasarlo bien una noche en la que hasta la luna, desde su nube particular, parece estar atenta a lo que ocurre en Cartagena. Valenzuela termina el concierto echando mano de su Buen soldado y lo hace porque sabe que el público no podrá quedarse sentado escuchando una canción tan pegadiza, una canción que nos hace sonreír y que volvemos cantando en el coche de camino a casa. Sólo por eso, ya ha merecido la pena conocerla.
Porque siempre consigo lo que quiero / es éxito lo tengo / tengo un buen rabo / soy un buen soldado /
Llega el turno de Javiera Mena. Tengo ganas de escucharla de nuevo en directo porque guardo buen sabor de boca de su actuación en la edición de 2013 del SOS 4.8. Mis amigas y yo bailamos sin parar y hoy está sucediendo lo mismo. Presenta Otra era, un álbum mucho más bailable que los anteriores al que, además, le da un giro radical en el escenario aportándole un giro discotequero que hace que los asientos del Parque Torres se queden vacíos –la mitad del auditorio se acerca al escenario para bailar a sus anchas y prácticamente la otra mitad se va yendo poco a poco porque quizá no esperaba que aquí las chicas sólo querían divertirse. Vale, es cierto que hubo algún que otro problema técnico y que el sonido no era para tirar cohetes, pero oye, si venías a pasártelo bien como nosotras, puedes irte más que satisfecho.
Javiera presenta un show en el que ella queda en un segundo plano, ataviada con una vestimenta deportiva que choca totalmente con el aspecto de su paisana Valenzuela –con la que, por cierto, hace un dueto-, permanece casi todo el concierto en la tarima donde ella misma hace las mezclas de sus canciones, mientras que un séquito de bailarinas –superheroínas- convierten en movimiento la música que escuchamos y nos provocan la envidia más profunda con sus bailes, para qué negarlo. Yo lo tengo claro, si algún día hago una fiesta por todo lo alto, Javiera y sus chicas están contratadas para animarla. Suena la mítica Ritmo de la noche y ya empiezan a caernos gotas de sudor de tanto bailar. Vuelvo a mirar a mis amigas M y P y sonríen. Lo estamos pasando bien, como esperábamos, con Javiera Mena y su Espada (láser):
Quiero que tu espada me atraviese solamente a mí /al centro de mí/
Las chicas son guerreras, decían y estas dos chilenas lo dejan bien clarito en esta edición de La Mar de Músicas.
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