Las arrugas, las marcas del paso del tiempo, deben ser motivo de orgullo. ¿Pero qué ocurre cuando no puedes recordar por qué? Nadie sabe qué se siente al sentir que olvidas. Si uno olvida algo, cuando se quiera dar cuenta ya lo ha hecho, pero sentir como una cara, o un nombre va borrándose, ser consciente de ello y no poder hacer nada para que no se escape… en fin, como decía nadie puede saber qué se siente.
Debo confesar que este es un tema para mí muy personal, extremadamente personal. Mis dos abuelas sufrieron alzheimer, pero una ya me dejó, y siento que al hablar de “Arrugas” le estoy ofreciendo mi pequeño homenaje personal. Quiero que, los que no comprendáis qué es, sepáis de lo que hablo: poco antes de fallecer, mi abuela me preguntó dónde estaba mi abuelo, y fue algo muy doloroso. Fue doloroso porque mi abuelo (una de las personas que más recuerdo en mi vida), murió hace varios años.
Pero mi respuesta fue clara, sin mentiras, sin compadecerme. Y aunque sabía que no podía comprender lo que decía, también sentía que me agradecía mucho que le hablase como le hablaba cuando aún me recordaba. Pues bien, esta es una lección que me enseñó la obra que pretendo que todo el mundo lea o vea: “Arrugas”.
Paco Roca, el mejor autor actual de novelas gráficas de España, y uno de los mejores internacionalmente, me dio la obra más importante de mi vida. Cuando vi la adaptación (película de animación que se llevó un goya), me obsesioné con ella durante semanas. Caprichos de la vida, una persona especial que pretendo no olvidar nunca, me hizo un regalo especial: EL CÓMIC, en mayúsculas.
Ni siquiera es necesario abrir el cómic: en su portada aparece Emilio, un anciano con principios de alzheimer al que, mientras disfruta de un paseo con sus amigos, se le escapan fotografías de su mente y se van con el viento, rostro tras rostro, para siempre. No pienso realizar un análisis exhaustivo de cada punto clave de Arrugas, porque no creo que sea necesario.
Hablaré de Emilio, de cómo todos se compadecían de él porque no era capaz de recordar, de cómo le molestaba eso. Pero me centraré en Miguel, su compañero de asilo. Miguel es un personaje irrepetible, es simplemente clave para entender como siente un anciano. Es la prueba viviente de cómo Paco Roca es capaz de ponerse en la piel de una persona mayor que sufre por ser mayor, en vez de disfrutar de haber llegado hasta ahí.
Miguel es extrovertido, es un ladrón, trafica con pastillas y trata a Emilio como un igual. A él no le importa que tenga alzheimer, o demencia senil, no es su problema. Emilio es Emilio, y como a Emilio le va a tratar. La cabeza simplemente me daba vueltas con lo que Roca quería decirme, me di cuenta de tantas cosas que me costaba seguir viéndola. Pero es que además, por si fuese poco, me hizo reír ¡Reír!
También lloré, por supuesto, más que con cualquier otra película o novela (gráfica o no) que recuerde. Lloré de tristeza, lloré de alegría, lloré por llorar. Lloré por los ancianos que Roca había creado, por las ancianas que estaban en mi vida, por aquel que ya me había dejado. Y juré que nunca más trataría a mis abuelas como unas niñas pequeñas porque, en realidad, les debía hasta la última gota de respeto que quedaba en mi cuerpo.
Sólo me queda dar las gracias a Paco Roca, dar las gracias a mi abuela, y decirle que nunca voy a olvidar esos bocadillos de salchichas frankfurt, o los batidos de Goofy e hijo, o las regañinas por romper vasos.
Que jamás voy a olvidar lo que es olvidar…
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