El apellido a veces es injusto. Es jodido ser el primogénito de alguien muy venerado. De una eminencia. Y que te lleve a grabar sus discos con tus hermanos. Pero a partir de ahí puedes renegar de toda tu tradición. O mantenerla. Seguir con los sonidos heredados y continuar moldeándolos. Esto es lo que quiere trasmitir la cantante y cantaora (no es lo mismo, paganos) Soleá Morente cuando nos interpretó junto a conocidos músicos granadinos, su primer disco en la sala pequeña del Auditorio de Murcia.
Para empezar hay que decir lo bonito del nombre de la andaluza y el gusto de sus padres. ¿Hay algún nombre mejor que un palo flamenco? Luego también uno ha de saber el tipo de concierto que uno va a ver. Esto no quiere decir que si no eres experto en flamenco no puedas apreciar la propuesta de Soleá. Pero si uno sabe que va a ver flamenco fusión, pues que no se espere otras cosas. Abusando del topicazo de las etiquetas, la mediana de los Morente hace una especie de flamenco progresivo. Y no indie como tantos afirman.
La gente murciana que fue al Sonorama dice que flipó con el concierto homenaje a Enrique Morente. Que si pelos como escarpias, que si muchas emociones, que si un show magnífico. Exageraos. No sé quién me dijo que se le caían los lagrimones. Otros pues solo me comentaron que estuvo bien.
Hay que decir que el del viernes, fue un concierto extraño. Pero no por que hicieran cosas inexplicables. Sino porque la fusión que proponen todos ellos es algo difícil de digerir. Al principio algunas canciones de heavy o de música progresiva, o de psicodelia no me gustaban cuando era pequeño. Pero un amigo me recomendó: Tienes que escucharlas un par de veces o tres para empezar a entenderlo. A la cuarta escucha, la fusión se entiende mejor. Hay que poner la oreja correctamente. La melodía, el cante y el ruidismo todos arrejuntaicos.
Cuando ponemos las posaderas en las butacas vemos que lleva un atuendo mezcla de rock y de flamenco. Unas botas de cuero y unos vaqueros. Una camisa con volantes en las mangas. Sale junto al teclista de los Lory Meyers. J.J. Machuca. Una canción a la que le quedaría mejor una guitarra española. No tiene la mejor voz del flamenco. Pero se defiende. Que ya es decir.
Salen el resto de los seis. Un batería, Daniel Guirao. Edu Pacheco, guitarra flamenca. Antonio Arias y su guitarra-bajo Baritone. Miguel Martín, que también es el tercer guitarrista, de los ya mencionados Lory Meyers, que es su compañero. Por último, Florent, guitarrista de Los Planetas tocaba a escasos tres metros de mí. Comedido. Recatado, sin querer acaparar. Correcto pero algo encorsetado. Sin desatar todo su potente arsenal. El que ligeramente es algo más expresivo y bailón es Antonio, quien hace los trozos que canta Jota y algunos coros. El batería tiene ritmos que son puro Eric Jimenez. Irremediable y comprensible. Pues fue él el que grabó Omega y suele tocar con Los Evangelistas.
Tocan el nuevo disco de Soleá de arriba abajo. En el mismo orden. No veo mucho de conceptual en su conjunto. Pero insisto: En las canciones más épicas se salieron. Los siete. El airecillo ese a los últimos discos de Los Planetas y a las canciones heroicas de Omega. Ahí sí que sé que molaron. “La Ciudad de los Gitanos” por ejemplo. Ahí sí sé que consiguieron trasmitir y explicar lo que querían. En otras no se si no lo consiguen o no les salió. A ella a veces se le ve un poco forzada encima del escenario. Por ejemplo: Dentro del tan venerado Omega hay canciones más redondas que otras. “Eso Nunca Lo Diré” es la ostia. Una mezcla de guitarra distorsionada y cante sentío. Si no es vanguardia esto, pues ya no sé lo que es. El flamenco atmosférico. Hay veces que caen en tópicos en los que solo es añadir por añadir. A veces los acordes se tornan excesivamente melódicos, en lugar de rotos. Cal y arena alternándose.
La Sala Miguel Ángel Clares es extraña. Difícil de sonorizar. Los altavoces situados en medio del escenario hacen complicado la escucha. Se ve de lado a la banda y al caballero de mi costado se le cambia la postura cada segundo. Al tímpano que le tocaba estar de ese lado acabó mosqueado. Las luces ni se movieron durante varias canciones. Me gustaría ver la cara del Arnedo. Y reírme con su gesto de “¿Pero esto que es?”. Pero la pifia final es el homenaje a Camela de “Tonto”. Una horterada más grande que la catedral de Graná. Me da por reir. Casi lloro.
Bueno, después de la cagada electrónica, que deslució el planteamiento del concierto entero. Llegan los bises. Otras dos canciones a solas con el piano. Cuando ya va a coger las de Villadiego, la banda la aborda para tocar la última.
Aun no lo sé. Aun no sé si me gustó el concierto o no. Todavía no lo sé. Tendrá que haber un camino, canta en el disco. Pero aún debe encontrarlo. O seguir andando este.
Fotografías de May Carrión.
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