Dicen los presos que el tiempo en la cárcel pasa más lento. Micah P. Hinson dirá que la sala Miguel Ángel Clares parece una cárcel. El resto reirá, pero cuando el efecto del chiste se vaya ellos seguirán en la cárcel durante tres horas, pero no tres horas reales, tres horas a la espera del tercer grado.
Salen a escena. Este cable aquí, este acá, este ahora allí y aquel allá. Micah, Ashley (batería embarazada) y Justin Cope (bajista no embarazado) han llegado a la sala de ensayo después de meses sin pasarse por allí. Y aunque el público ha tratado de guardar respeto al artista manteniendo la seriedad durante 5 minutos sin música, al rato ríe. En estos conciertos hay dos clases de oyentes: los que hacen guardia por la noche en el porche de casa con escopeta y los que duermen con las piernas y la puerta abiertas. Los segundos serían capaces de perdonarle a Micah que entrara de madrugada a violar a su familia. Los primeros se ensañarían a plomo con su cadáver. De Sevilla y Vigo no salió bien parado, pues la crítica pertenece a los primeros. De Murcia podría salir igual, aunque podría haber leído lo escrito, cambiar algo o redimirse, pero no lo hizo, porque Micah P. Hinson no es un actor, ni un guiñapo maleable, aunque se mueva por el escenario como tal. Leyendo toda esa verborrea me asalta Stand In My Way: “No es lo que dijiste, es cómo me lo dijiste. No es lo que hiciste, es como me lo hiciste”. El fan y al parecer la crítica (fan con pluma) se ofende porque el artista se mantiene a su manera y no como ellos desearían.
Está ido. No sé hasta que punto defendería que no va drogado, pero lo defendería. Controla cada efecto de voz y guitarra al milímetro y no tiene problema en parar una canción para hacerlo, o para indicarle a su mujer que por decimocuarta vez se ha ido de tempo. Su presencia es tan esperpéntica que casi resulta incómodo mirarlo. Así que vas hacia otro de los músicos, pero todos parecen salidos de Trainspotting. Son yonkis con la mirada perdida después de un viaje que no saben en que pie dejar caer su peso. Micah está perturbado, su vacile continuo te hace imaginarlo en el suelo, pero no besa la lona. Con la boca sobre el micro apoya todo su cuerpo. Canta al aire, derrotado; canta en un hombro, derrotado; canta en una capilla confesándose, derrotado. Micah no es un actor, no hay escenario. No es un actor.
Llegamos a la hora y media de concierto (la mitad) y delego mi función en el propio Hinson:
“Justin estudió lingüística en la universidad de Texas. Es un genio, el único de la banda”
“Nadie dijo que yo fuera un profesional”
“Mi música es aburrida y repetitiva. No entiendo cómo a la gente le gusta mi mierda. Si alguien me viera por primera vez ahora mismo y se largara le daría mi enhorabuena.”
Entonces Ashley, que se ha limitado a marcar mal una nota de caja y otra de bombo cada compás, vuelve a irse de tempo. Él dice que es como un relojero. Yo creo que es indecoroso llevar a tu mujer y a un amigo de gira para no pagar a gente que sepa tocar un instrumento. Pero entiendo que Hinson, además de desafinar incluso cuando desafina a posta, también se va de tempo al igual que su mujer. Entiendo que ese es su tempo, que no necesita otro. Están más fuera que dentro, pero su mundo es otro. Cualquiera cogería y se iría. Muchos lo hicieron. Hasta yo fantaseé con hacerlo, pero su “banda” se va y por fin se queda solo. Solo como cantautor. No le preocupó que sus músicos lo hicieran mal, pero ahora ya no tiene ni que mirar atrás. La iluminación llena a Hinson de matices y hace una versión grunge de una canción grunge (Something In The Way). El ruidismo cobra sentido, el destiempo también y musita al micro que lo constriñe para que no se hunda en su agonía. Una más y acaba diciéndole a su padre que toca sus canciones para él.
Un cantautor es uno. Escribe una letra, acompaña con una guitarra y si vale, una discográfica le compone mil y un arreglos. Este resto añade, colorea, ensalza, pero la esencia proviene del cantautor que ha de ser capaz de plantarse solo en un escenario y estremecer al público. ¿Te gustó el concierto? Tenemos un vocabulario muy rico como para limitarnos a de decirle al lector «sí o no». En su mayoría fue caótico, y en ocasiones vergonzoso, tuvo momentos divertidos y en otros exhibió maneras de gran artista, pero si la crítica, ahora despechada, se enamoró de la anterior banda de Hinson es que verdaderamente no conoció el amor y se quedó, una vez más, en las formas.
Fotografías por Inés Car Mar
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