(Aclaración: lo que viene a continuación es una historia real)
Se llama como tú o como yo pero su nombre, por injusticias de la vida (y razones legales), no pasará al gran anal de la historia. Vivía en la calle Cartagena realizando entusiastas pinitos de director con su cámara de vídeo; intentaba acceder (sin éxito) al curso de Dirección Escénica mientras trabajaba en la panadería de su padre, que lo mantenía transportando cajas de Estrella, dejándose la espalda. Tras ver “Historias del Kronen” se había dejado el bachillerato de Letras (puras, por supuesto) y el carné de conducir, éste último tras suspender el teórico tres veces. Pese a todo, era un zagalico optimista.
Eran tiempos mejores. 1997: Sevilla no había pasado la primera criba del COI para los Juegos Olímpicos, la economía subía como la espuma, el cine Floridablanca proyectaba “El quinto Elemento” y el joven Juan (porque a partir de ahora lo llamaremos Juan) se escapaba un miércoles (día del espectador) para presenciar un momento de puro arrebato cinematográfico: una actriz desconocida (Milla Jovovich) surge desnuda en pantalla para ser envuelta en TIRAS de PAPEL HIGIÉNICO diseñado por Jean Paul Gaultier. Esta imagen, tan poderosa y extrema (que bien podría resumir el concepto de belleza murciano) cegó de tal manera el subconsciente de Juan que más salir del cine lo tuvo claro: tenía que ponerse a dirigir porno a toda prisa.
Un apunte breve: para los nativos digitales convendría recordar que durante mucho tiempo fue normal encontrar cintas piratas en los videoclubs más afamados de la gran capital. Por razones legales no podemos indicarles con el dedo (una pista: investiguen áreas del Infante y Jaime I) pero sí que durante los ochenta y gran parte de los noventa fueron el lugar de descubrimiento de grandes joyas fílmicas y, ante todo, de porno, porno y más porno, oculto en cintas BETA y VHS.
En aquellos lugares de despertar púber (y en ciertos circuitos actuales que no serán desconocidos a los adolescentes más precoces) era (es) posible encontrar un fragmento de no más de veinte minutos de duración; el garabato sobre la cinta original podía leerse “Pastel de carne”, haciendo alusión a la masa mágica del pastel murciano de base quebrada, que no es de hojaldre como otras provincias (ignorantes) han hecho creer al resto de España.
No hace falta que describa el vídeo, tan sólo señalar su escenario (atípico, rompedor): el interior de una panadería. Invito aquí a que los valientes y aburridos (que seguro estarán de exámenes) a que la descubran, y así devuelvan el reconocimiento a ese rostro sudoroso: si soportan el azogue amateur de la cámara encontrarán su nombre en los créditos finales de la película.
Jose Manuel Sala Díaz
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