Desde que tengo memoria siempre quise escribir un artículo sobre el porno murciano. Como la historia de este grandioso país podría decirse que la mitología del porno murciano (o para simplificar búsquedas, “porno de la huerta”) se construye a base de contradicciones inesperadas, fugaces ráfagas de genialidad y grandes, grandísimos talentos desperdiciados. De la misma manera que no se entiende el murciano sin una genealogía y un vocabulario propios, la pornografía netamente murciana ha tenido que abrirse paso en el imaginario colectivo a escondidas, no siempre con la misma facilidad que otras industrias.
Sólo así se entiende que mientras existe un porno catalán o un porno gallego claramente definidos el porno murciano aún fuera leyenda antes de la llegada de Internet. En aquellos tiempos de oscuridad “el porno de la huerta” se relacionaba injustamente con el delito y el pillaje: un cuidado plató de rodaje en un sótano de Espinardo equivalía en la mente de muchos padres murcianos a ir a la huerta del Eroski. Con este tipo de asociaciones y complejos, cómo se iba a construir una industria en la región. Imposible.
Es así que todo aquel que quisiera buscar fortuna tuvo que marcharse a las ciudades capitales que impulsaban el país, cabizbajos, ocultando en las cartas que escribían a sus padres a qué se dedicaban, camuflando su acento en los rodajes y filmaciones. ¿Creen que exagero? Imagen cualquier rollo fílmico de los años ochenta: fíjense con atención en ese rostro sudoroso y apocado de la esquina que parece ahogarse, ése que minutos antes ha pronunciado una frase con todas las eses.
Dirían que ha salido del mismísimo Valladolid, ¿verdad? Tres de cada cinco veces se equivocan: ese hombre sofocado es de Aledo, o con total probabilidad de Jumilla. La historia del porno español está de este modo llena de héroes ocultos para siempre en la historia.
Durante los noventa el porno murciano rugía en los subterráneos de Murcia como una pulsación sudorosa esperando ser liberada de forma brutal y descontrolada. El sociólogo Eduard Villens ha relacionado este fenómeno con la exaltación de las féminas de quince años en adelante que se lanzan al dildo ardiente de los achoneros, presas de una corriente histérica, “mascullando vocablos ebrios e ininteligibles” (Villens, 2013).
Podemos afirmar sin duda que hay un antes y un después con la llegada de Internet al territorio murciano. La herramienta más importante de la historia de la humanidad no liberó a la región murciana de sus tensiones reprimidas, sino que las hizo compartir de la misma manera que comparte sus comidas y tradiciones con los extranjeros y turistas. Sin embargo, esto no quitó que la tradición popular chocara con los sueños de las nuevas generaciones por innovar.
Sólo así se explica que los casos más conocidos que detallaremos en la segunda parte de esta crónica. El porno murciano: LOS VIDEOS y LAS ESTRELLAS.
José Manuel Sala Díaz
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