Clic, clac, clic, clac. Un reloj no ha dejado de sonar desde que comencé a leer la primera viñeta de “Píldoras azules”. El secundero suena como si fuese a explotar el mundo y un encuentro, un primer vistazo a la izquierda que bien podría haber sido a la derecha pero que no, que ha sido a la izquierda, hace que Frederik se fije en la chica de pelo corto que reposa melancólica en el sillón.
Clic, clac. El reloj es de esos de pared que hacen un ruido que más vale que sepas eludir si no quieres obsesionarte. Se fija en la chica porque mientras todo el mundo deambula por la fiesta fingiendo ser normal, ella está apartada sin fingir nada. Esto atrae a Frederik con la fuerza de un imán. Maldito reloj.
Clic, clac, clic, clac. Frederik ya no está en la fiesta pero el secundero resuena en su cabeza con la fuerza de aquel pelo corto. Tal vez era evidente que este no quería ser el final de esta caprichosa historia. Es odioso no poder hacer nada contra las historias, y todo por culpa de ese maldito reloj.
Clic, clac. El tiempo ha pasado y la chica del pelo corto se ha casado, ha tenido un bebé y se ha divorciado. Frederik, por otro lado, ha estado pasando por los días sin pena ni gloria. En circunstancias normales esto no debería ser una mala noticia, pero ese reloj… ese maldito reloj.
Clic, clac, clic, clac. Frederik había conseguido olvidar el sonido del secundero, por fin. Un día de estos sin pena ni gloria, se encuentra por la calle con la chica del pelo corto. Sería sorprendente si no fuese porque aquel secundero, olvidado o no, ya tenía todo esto planeado desde el principio. Se acaban saludando y, por supuesto, se invitan a cenar y a mirarse con picardía y tensión sexual.
Clic, clac. Ahí está otra vez el secundero. Frederik vuelve a escucharlo y posiblemente sea porque él mismo ha comprado uno de esos relojes de pared que más vale que sepas eludir si no quieres obsesionarte, tal vez con el fin de obsesionarse, no lo sé. La risa de la chica de pelo corto enseñó a Frederik a hacerlo, ya no le molestaba el secundero y por lo tanto olvidarlo no era necesario.
Siguen cenando, siguen riendo, siguen maravillándose el uno al otro sin remedio. El secundero se ríe de ellos y ellos no saben que están siendo manipulados por el secundero. Maldito reloj.
En ese momento se produce un silencio. A este silencio le sigue un “soy seropositiva”. A ese “soy seropositiva” le sigue un “mi hijo también lo es”. A ese «mi hijo también lo es» le sigue…
CLIC, CLAC, CLIC, CLAC. El secundero está sonando a tal volumen que a Frederik le va a explotar la cabeza. Con la esperanza de que Cati lograse escuchar esa mentira que lo cambiaría todo, Frederik dijo: “no pasa nada”. «Pero todo pasa«, pensó.
En fin, ¿alguna vez os habéis preguntado qué se siente cuando se enamora uno de una persona con sida? ¿Qué se siente al saber que serás siempre esclavo de la goma? ¿Qué siente un niño que nace siendo seropositivo? ¿Es culpa de la ciencia que el amor de su vida haya sido clasificado como un objeto? ¿Debe Frederik sentirse culpable por no sentirse culpable por no aceptar siempre que su vida ha de danzar al son de una enfermedad incurable?
Pues tendréis que leer un cómic si queréis saberlo. Pero uno sincero, sin un atisbo de compasión. Uno que ocurrió de verdad.
¿Por qué me quieres?
Porque cuando atraviesas un paso de cebra parece que le hagas el amor a la calle entera
«Píldoras azules», de Frederik Peeters (Astiberri Ediciones), está disponible en Amazón en formato digital y en Fnac en formato físico
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