Lolito. Sí, como Lolita de Nabokov. Lolito, como el libro con la portada más bonita de los últimos tiempos (Blackie Books, 2014)). Lolito, como una mirada transparente, cruel y honesta hacia la soledad.
Esta novela, escrita por Ben Brooks (Gloucestershire, 1992) duele. Duele cuando la lees porque vuelves a tener quince años, como Etgar, su protagonista. Duele porque revives sensaciones que ya dolieron en la adolescencia, esa época indecible que nos colocó en el camino que ahora intentamos sortear. Y sucede, al mismo tiempo, que te ríes. Te ríes de verdad sin sonrisillas tontas y melosas. Y eso es algo que hay que tener en cuenta a la hora de leer una novela, sobre todo, si antes o después ella misma casi te hace llorar.
Brooks, con tan solo veintidós años, va muy en serio y no solo escribe: escribe y además lo hace bien. Con un estilo fresco, simpático y casi irreverente, este jovencísimo escritor cuenta los sentimientos con una pasión tan efervescente que acabas descubriéndote parte de ellos. Supongo que ahí radica su punto fuerte: no hay nada de impostura en lo que pone por escrito, todo parece tan real que no te extraña en absoluto que eso mismo pueda pasarte mañana o, incluso, que te pasara ayer.
Leemos lo que le ocurre a Etgar cuando descubre que Alice, su novia guapa, simpática y adorable lo ha engañado. Leemos lo que le ocurre mientras está solo en casa, bebiendo para olvidar y recordándolo todo. Leemos su soledad, sus miedos, su rabia. Leemos también los poemas casi escatológicos que le escribe a Alice y leemos su tristeza. Leemos a un joven que busca refugio en las ventanitas de los chats y a uno que acaba convirtiéndose en el lolito de una mujer con la que comparte necesidades pero no edades. Nos leemos a nosotros hace ya algunos años llorando por las esquinas y desaprendiendo lo que creíamos que era el amor. Nos leemos reconociéndonos antes, pero sobre todo ahora en reflexiones lúcidas, francas e hirientes:
“Lo que hace las cosas más difíciles de lo que son es cuando ves a alguien y estás seguro de que esa persona no quiere estar sola y tú sabes que no quieres estar solo pero no podéis no estar solos los dos juntos por culpa de algo como que ella tiene cuarenta y dos años y tú quince, o porque ella tiene hijos y a ti te espera tu madre en casa.”
Lo leemos a él y acabamos leyéndonos a nosotros mismos. Quizá, lo que ocurre, es simplemente eso.
Supongo que no todo el mundo busca lo mismo en una novela. Como ocurre con las personas, la ropa o los restaurantes. Cada uno busca una respuesta diferente. O quizá una pregunta distinta. Yo soy de las que prefiere las pijotadas en los restaurantes, las prendas básicas y la gente a la que se iluminan los ojos cuando habla. En una novela busco más preguntas que respuestas y frases, muchas frases que subrayar. También me gusta encontrar secretos (míos, suyos, de ellos) y sentir que soy amiga de los protagonistas para poder decirles en cualquier momento algo así como “Estás loco si haces eso” o “Joder, qué habría hecho sin ti”.
Evidentemente esas cosas no pasan cada vez que abres una novela así que cuando tienes la suerte de experimentarlo, al igual que cuando conoces a una persona que no te puedes quitar de la cabeza o comes en el mejor restaurante del universo, lo único que quieres hacer es enseñárselo a tus amigos, convencerlos para que se unan a tu liga de descubrimientos que hacen que la vida merezca la pena.
Esa es la razón de esta entrada (y de las que están por llegar). No puedo hacer otra cosa que deciros “Leed. Leed esta novela. Leed aquella otra. Ha sido un gran descubrimiento. Está cambiando mis preguntas. Sé que te encantará.” Así que a partir de ahora os hablaré de libros que leo, que me gustan y que estoy deseando que leáis y que os gusten. ¿Qué hay más interesante que hablar en el mundo real de los mundos irreales?
Ilustración por Pablo Sandoval
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