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Después de un día normal, típico, sin más, llegar a casa y abrir las dos o tres páginas de referencia de rap yanki es una buena costumbre. Sobre todo cuando te llevas sorpresas como ver que hay disco nuevo de Yelawolf, «Love Story». Lo que instintivamente me lleva a hacer una primera búsqueda para descargarlo. Un par de minutos más tarde y con la decepción de haber encontrado de un enlace caído y otro falso -os juro que yo no abrí zorrascalentitas.com- me resigno a entrar a Spotify.
En un par de escuchas estas dentro de la atmósfera del de Alabama. Un chaval que creció sin padre y con una madre de 15 años, sabe que lo tiene jodido desde el principio. Tras romperse los huesos intentando ser profesional del skate y acabar fichando por Shady Records -discográfica de Eminem- y ser parte de la BSO de Sons Of Anarchy, Yela transmite, tanto por el sonido como por la imagen, las historias del «paleto» tan Cletus del sur de USA.
Sombreros de ala ancha, botas, vaqueros de pescador, chalecos -como Daryl, el de la ballesta, sí- y un mar de tinta en la piel. Vale que estemos hablando de Alabama, pero lo mismo podríamos estar en el «Houston Livestock Show and Rodeo». Y después de tres parrafazos hablando de un yanki pensaréis, ¿Qué coño me importa eso a mí? Y si no lo pensáis es solo porque escribo de puta madre -modestia a parte-.
La cuestión es que me ha dado por pensar en el Rodeo y eso me ha llevado a las corridas de toros. Dos culturas tan diferentes pero a la par similares. Allí, en los states, se dedican a apretarle los testículos al toro para que brinque, aquí se lleva más lo de pincharle hasta que se desangre. El resultado final es el mismo, la muerte del toro en el 99% de los casos y la muerte del torero/cowboy en más ocasiones de las que se cree.
Sin entrar en profundidad en el tema, me pregunto qué lleva al ser humano a humillar y matar animales por diversión. ¿Es la sensación de sentirnos superiores? Quizá el torero piensa: «Jé, tengo una espada y si la cosa se pone fea me meto detrás de las tablas» y así demuestra su habilidad y valor. En su periodo de evolución, el «Homo Habilis», el «Erectus» y el «Neanderthalensis» mataban animales para sobrevivir, no por mero disfrute.
Ahora se supone que todos somos «Homo sapiens», que viene a significar «Hombre sabio». Quizá no nos merecemos ese nombre, quizá no hemos evolucionado tanto como creemos. Quizá y solo quizá, un paleto de Alabama con una infancia desestructurada que se dio a la música y no a matar toros por diversión forma parte de una especie diferente a la del que mata por mero disfrute. Quizá.
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