Todo comienza por un tropiezo en el instituto. Empiezas a suspender varias asignaturas y te lo tomas un poco a broma. Luego arranca la universidad y en primero apruebas una o dos, como mucho. La culpa es de las fiestas, te dices, un poco en plan “me la suda todo”. Hay tiempo para corregir errores, calma. Joder, que solo tengo 19 años, tengo tiempo para enmendarme…
Y ¡PUM! Has terminado segundo y has cometido el mismo error. Tus padres empiezan a cansarse mucho y tú empiezas a pensar que la estás liando un montón. Por si fuera poco, tu novia entonces decide que te vayas a tomar por culo, por perdedor. Engordas, yo qué sé, 10 kilazos, 15, 20… Empiezas a sentirte un poco perdedor pero piensas, “bah, la semana que viene empiezo a estudiar”.
Y ¡PUM!, han pasado dos años, y luego a luego has dado dos pasos para atrás y ni uno hacia delante. Tu otra novia acaba de decidir que te vayas a tomar por culo otra vez, por perdedor y por subnormal. Y sigues suspendiendo, y sigues hundiéndote. Y sigues escribiendo y sigues pensando que te has equivocado de camino, que no vales para esto, todo eso que piensas con tal de no decirte “oye, lo mismo y debería estudiar y dejar de darme pajas mentales”. Le echas cojones y piensas que mañana empiezas a coger las riendas de tu puta vida.
Y ¡PUM!, ha pasado otro año y estás en el psicólogo porque ya no te soportas a ti mismo y porque cada día crees tener un tipo de cáncer distinto (he llegado a pensar que tengo SIDA, sin follar ni nada, mientras veía «Dallas buyer club» con Maziu macgonagiu). Y la gente alrededor empieza a acabar la carrera, a quedarse embarazada, a casarse, mientras tú tienes un batiburrillo de asignaturas que pesan más que la cosa más pesada que puedas imaginarte. Y no te has echado novia porque, en el fondo, te crees muy fuertemente todo lo que te dicen todos los que te odian, con razones. Y te lo crees tanto, tanto, que acabas convirtiéndote en tu peor enemigo. Y piensas, esta misma tarde tengo que cambiar, decirme a mí mismo que puedo, que joder que debo hacerlo, que puedo terminar esta carrera, o puedo escribir un libro, o dibujar un cómic.
Y ¡PUM! Te enamoras, esta vez de la buena, de la mejor. Y por la mañana te metes a sakai y ahí está tu nota, una nota por la que has sufrido no solo horas de estudio, sino ansiedad, depresión, hipocondría… pero ahí está tu nota, un cinco. La miras, creías que ibas a estar eufórico, llevabas pensando en ese momento, en la meta, tantísimo tiempo, que creías que ibas a llorar de emoción. Pero no lloras, de hecho llora ella, que está más contenta que tú. Creías que ibas a ser por fin feliz, que ibas a estar en paz, pero… joder, pero no eres feliz. ¿Por qué no eres feliz? Antes creías que era por amor, antes creías que era por la carrera, porque no habías escrito un libro, porque no habías hecho un cómic… pero lo tengo todo y sigo… así… triste… no sé… ¿qué es esto? ¿Soy así, y ya está?
Llevaba tantos años intentando aprobar Bioquímica II que ya ni lo recuerdo. Mientras estaba en todo el apogeo del estudio, en ese estrés desbordante, descubrí «Bojack the Horseman«. Al principio pensaba que iba a ser una serie de animación adulta corrosiva y subversiva más. Y lo es, pero de repente, como si el guionista sufriese el peor de los accidentes, te sueltan uno de los más sutiles y brillantes tratados sobre la depresión. Y te dejan roto. Más de lo que estás, quiero decir.
Bojack es un hombre caballo cuyo sueño era triunfar en una sitcom. Su infancia fue traumática y, desde entonces, siempre pensó que podría arreglar su mente con fama y dinero. Lo que ocurre, me temo, me temo porque también me ocurre a mí, es que Bojack lo consigue todo y aún así continúa deprimido. Porque, y esta frase lapidaria rondará en mi cabeza hasta el fin de mis días, hay una enfermedad para la que no hay cura:
Bojack, podrás alcanzar tus metas, cumplir tus sueños, pero nunca serás feliz. Porque no hay cura para tu enfermedad: ser Bojack.
¿En qué punto del camino nos rompimos? Quiero decir, yo antes no era así, tú antes no era así, Bojack antes no era así, el hijo de puta ese que te mira por encima del hombro porque ha conseguido con la chorra todo lo que tú no has podido conseguir ni aun dejándote los cuernos en el camino, antes no era así. Entonces hay que preguntarse, irremediablemente, ¿en qué punto del camino nos rompimos? Ay, si lo descubriésemos…
Ojalá no estuviese roto, os prometo que lo pienso mucho. Nadie puede aceptar una perpetua infelicidad tan fácilmente. Pero la verdad es que Ángel Abellán no puede curarse de ser Ángel Abellán. Ni tú de ser tú. Tal vez ahora no lo veas y esto te suene absurdo y suene muy contradictorio, pero me cago en la puta, menos mal.
Cuando Bojack intenta ir en contra de sí mismo, cuando no acepta e incluso abraza ese carácter depresivo que, le guste o no, forma parte de lo más profundo de su mente, no es capaz de actuar bien. Y cuando acepta que jamás será todo lo feliz que creía que podría ser, sale el mejor de los actores que puede llegar a dar. Por eso, insisto otra vez, de verdad, menos mal.
Menos mal.
No Comments