Recientemente el reformado Teatro Circo reabrió sus puertas para su uso y disfrute de los murcianos. Entre otros proyectos, el TCM presentó una coproducción de la Compañía Alquibla con la obra Federico García Lorca “La Casa de Bernarda Alba” dirigida por Antonio Saura.
Con el cartel de “todo vendido”, colgado varios días antes, llegó el día del estreno. Las ocho actrices elegidas para representar esta obra indispensable estaban preparadas para enseñarle al abarrotado teatro, sobre todo jóvenes estudiantes de instituto acompañados en algunos casos por sus profesores, su particular versión de este drama.
Cuando aun se estaba avisando del comienzo de la obra, una mujer sentada en una silla en uno de los laterales del desguarnecido escenario hacía pequeños movimientos, pasando casi desapercibida para la mayoría de los espectadores o siendo un mero entretenimiento previo al inicio para el resto. Fue una gran sorpresa cuando comenzó a hablar, no era ni más ni menos que Lola Martínez, dando vida a “la Poncia”. Sublime, con un monologo que puso los pelos de punta y con el que enganchó a un público que cayó en el más puro silencio.
No tardaron en hacer acto de presencia el resto del reparto que se dejó la piel en la representación con un atrezo abstemio, casi vacío, con apenas ocho sillas, una mesa y una soga que recorría el escenario y marcaba los 3 actos y el final de la función. Una visión existencialista que hacía recaer todo el peso sobre las actrices, en general exuberantes, que contagiaba la angustia, el ansia de libertad, el amor, el odio y sobre todo la sexualidad reprimida típica del siglo XX de la España profunda. En algunos momentos no tan profunda y no tan atrás en el tiempo, ya que los cuchicheos de un atónito del público más mozalbete entrecortaban los diálogos.
Por otro lado, tal vez a esta Bernarda, interpretada por Lola Escribano, le faltó la contundencia y el despotismo característico de la Bernarda de García Lorca. Demasiado empeño en hacerse oír en todo el teatro hizo que sus ¡Silencio! perdieran fuerza.
La que sí consiguió atrapar los presentes de principio a fin fue Allende García con su interpretación de la rebelde Adela, con su abanico, su vestido verde, su manera de golpear la pared mientras gritaba ¡Quiero irme de aquí! o ¡Mi cuerpo será de quien yo quiera!
No se quedan atrás Esperanza Clares y su Angustias frágil y débil, ni María Alarcón representando a una Martirio a medio camino entre la maldad y una falsa indignación, ni siquiera, aunque pasaron un poco más desapercibidas, a Verónica Bermúdez y Toñi Olmedo encarnando a Magdalena y Amelia respectivamente, transmitiendo su casi total sometimiento a Bernarda. O Josefina Castillo dando vida a María Josefa, con sus “locas” verdades.
En definitiva una obra muy recomendable y que esperemos no tardemos en volver a ver en los escenarios, con algún sonido más para hacer referencia, por ejemplo, a Pepe el Romano, no estaría mal. Después de una merecida ovación de más de casi diez minutos poco más se puede decir. ¡Silencio!
María Ayuso.
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