Lo sorprendente no es que no sea teatro apto para la lectura; la cuestión es que es un teatro que no
cabe en la cabeza como el director y dramaturgo Juan Pablo Mendiola pudo reflejar de manera
alguna en papel. No sin razón me avisaron de que Harket (Protocolo) de la compañía PanicMap
estaba teniendo un éxito abrumador. Sin embargo, en Murcia, el número de espectadores no hizo
justicia a su actuación del viernes pasado en el Teatro Circo. Pero, los que estuvimos ahí,
intentamos compensarlo con unos aplausos larguísimos que obligaron a la actriz y bailarina,
Cristina Fernández, a finalmente optar por retirarse del escenario antes de que estos acabasen.
Comprensible. La obra, como indica la sinopsis de la propia compañía, trata de “una joven
voluntaria, en un proyecto que investiga la posibilidad de sobrevivir en un búnker durante un mes.
Cuenta con la única ayuda de un sistema de inteligencia artificial, llamado MAP#2”. Y sí, el
propio colectivo reconoce su fanatismo kubrickiano.
Sin menospreciar el riquísimo en interpretaciones argumento (aunque exista una oficial), la
realización es el potente motor que ha llevado a PanicMap a actuar por toda España. Bajo su lema
“arte + tecnología + emociones” dejarían al mismísimo Marshall McLuhan loco. En las reseñas y
programaciones ya se especificaba que se trataba de un “espectáculo interdisciplinar” que
combinaba humor, danza, teatro, diseño y video-maping. Una mezcla explosiva que está a punto de
reventar cada vez que suena aquella música* comparablemente inquietante. Pero no, ¡esto no acaba
aquí! Mi pequeña labor documentalista antes de escribir esto me lleva a descubrir que, aparte de
cargarse todo concepto de muestra artística encasillable, se trata también de un proyecto transmedia
cuyo contenido podéis consultar aquí (I/II). Una obra que reinventa los componentes de un
entretenimiento clásico, un entretenimiento sentado en la butaca, hasta elevar su número hasta las
posibilidades del Internet.
La única crítica que puede recibir esta pieza es la sobreexplicación intencional de los autores; una
lástima que en la web de PanicMap podamos asegurarnos de que “el espectáculo nos habla de la
confianza y de la traición. De la necesidad de vincularnos con alguien o algo, aunque no sea
humano“. Sí, esta es la interpretación oficial de la que hablaba y que explica el entramado filosófico
y moral que parecía imposible de deshilachar en un principio. No obstante, aunque anulen
totalmente la imaginación del espectador, la tensión intelectual igualmente aumenta conforme pasa
el tiempo en el cual Cristina Harket descubre ser el gato de la paradoja de Schrödinger. La Cristina
real, Cristina Fernández, es el puente impecablemente labrado entre la abstracción y la puesta en
escena. Aunque, para no bañar caramelo en miel, se puede decir que la danza del principio se
pasaba de duración y la voz y “tonito” de MAP#2 eran realmente desagradables. ¿O esa era la
voluntad? Fuera como fuese, una obra muy recomendable para los amantes del teatro e
imprescindible para los caza-originalidades
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