Tenemos suerte de vivir aquí. Puede que en otros aspectos como corrupción, enseñanza, oportunidades o qué sé yo, no estamos acordes al resto de Europa, pero joder, qué buenos grupos tenemos en este extraño país. Pongo dos ejemplos. Los Coronas, puede que sean el mejor grupo del mundo actualmente de música surf. Por lo menos están entre los de cabeza. Innegable. Lo mismo pasa con Toundra. Están entre lo mejorcito del continente en cuanto a metal-rock instrumental se refiere. Indudable.
Para los murcianos, los conciertos de Toundra son noches marcadas en fosforito con varios meses de antelación. La gente de por aquí aguarda con gran expectación la presentación de los discos numerados en orden de este cuarteto, que son la punta del iceberg de este estilo de música en España. El lugar elegido para mostrarnos «IV» fue la Sala REM. Los teloneros, la reciente formación Galgo.
Dejaron enmudecidos e impresionados a muchos, que no se esperaban para nada semejante brutalidad. Un dúo haciendo lo que otras bandas necesitan a seis personas. Miguel, el guitarrista de los también vegabajenses Virgen, con ayuda de los pedales y la afinación, consigue llenar huecos inimaginables y acaparar toda la sala. Mientras que el batería Gustavo, de los separados Zombies & Diamonds, con pocos tambores y platillos, y sencillez en los ritmos, engulle y empuja las melodías y los riffs genialmente. Su reciente primer trabajo se llama «La Ruta Psicoactiva. Parte 1» es una serie de canciones unidas entre si. Tocan buena parte de este. Los aplausos y los vítores interrumpen sus transiciones y se sonríen entre sí.
Por momentos evocan a sonidos tipo Deftones, otros tipo Stoner. Pero lo más remarcable es su sinceridad, su sencillez y especialmente u contundencia. Rock instrumental sin fisuras.
Tras media hora de cambios, el público empieza a tener ganas y empiezan los gritos de «Tuuuundra, Tuuuundra». Se enciende una pantalla de color rojo intenso. Y suena el himno a capella de los hinchas del Liverpool, el «You’ll Never Walk Alone». Los de la capital no se hacen de rogar, saludan y empiezan con una de las nuevas: «Strelka». Es calmada, suave para lo que es su sonido. Casi se pueden oler y tocar sus melodías entrecruzadas. Empezamos a adentrarnos en el Bosque Toundra.
Pero la tras la aparente calma, que dura poco, unos redobles de la caja de la batería preceden la estampida de «Marte». Y su electricidad nos despierta y nos pone las pilas a todos. «Magreb» es la explosión de la épica. Te entra un subidón de los pies al estomago y empiezas a dar cabezazos. Te dan ganas de coger la armadura y empezar a correr por el bosque para buscar al dragón que está quemando la tierra.
El batería Álex es como un reloj suizo de precisión. Me recuerda a veces a Brann Dailor de Mastodon, especialmente cuando emplea los 3 timbales a modo de cascada a gran velocidad. Es curioso, que sin hacer para nada el mismo estilo, algunos puntos en común tienen el grupo de Atlanta con los madrileños.
Las nuevas «Lluvia» y «Belenos» son geniales, pero tienen un pelín menos de fuerza. Entre las primeras filas, las bocas abiertas de muchos explican lo inexplicable. Están viendo a Toundra. Continuamente los tres músicos que están delante, se ponen a bailar entre ellos. Se hacen gestos y ríen a carcajadas. Todo esto mientras efectúan intrincadísimos punteos.
La parte gruesa del bolo es la de «Ara Caeli» y «Cielo Negro». En el centro de la sala la gente no para de corear y aplaudir. Hacen honor a su nombre. La tundra es un tipo de hábitat espectacular que se encuentra sobre todo al norte del planeta, compuesto por vastas llanuras recubiertas solo arbustos pequeños, cuyo conjunto es un regalo visual natural. Al igual que ver a el grupo de Madrid lo es para los oídos.
A ratos Esteban y Víctor, alzan sus guitarras Les Paul, se acercan al borde del cercano escenario de la Sala Rem, y retan al respetable. La respuesta es un bramido de todos ellos.
Sin duda uno de los mejores primeros minutos o introducciones de tema de toda su discografía es sin duda el de «Oro Rojo». Una suerte de sinfonía de cuerdas que te hace flotar. El resto de la canción es fantástica, pero te dan ganas de rebobinar hasta los primeros momentos del tema. La más metalera y ruidista es «Medusa», donde sacan todo su arsenal de decibelios. Se divierten con sus pedales y haciendo sudar las pobres pastillas de sus guitarras.
Alberto con su bajo y sus cacharros hacen temblar los cimientos del escenario. Como quienes yo me se cantarían: «Distorsiones que hunden edificios».
El final es «Bizancio». Puede que sea una de las que mejor explique el sonido Toundra en directo. Una base vigorosa de acordes, unos punteos acelerados y un puente apacible. Gloriosa contundencia. Un sentimiento de alegría enorme te invade entre cada uno de los complejos temas.
Se abrazan y deciden hacer algún bonus. En los bises, la compleja «Zanzíbar», pone la guinda a una noche, una vez más, memorable. No hay un adjetivo mejor para definir el bolo que épico. Como siempre, se hablará del concierto del año. Seguramente lo sea.
Si lo heroico se puede tocar y escuchar, si lo gloriosos se puede hacer canción, entonces la épica mas extraordinaria y el éxtasis de una canción están en un concierazo de Toundra. Lo más curioso de todo es que a pesar de la extensa duración del las piezas, estas pasan rapidísimo. Podremos quejarnos todo lo que queramos, pero no de estos grupos geniales que tenemos.
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