Risas, silencios y aplausos, ese era el bucle que se repetía una y otra vez a lo largo del concierto de The New Raemon el sábado en el Auditorio de Murcia.
Risas con los pequeños monólogos, a veces no tan pequeños, que Ramón se marcaba entre canción y canción. Silencio, casi sepulcral, cuando comenzaba a tocar los primeros acordes de su guitarra. Y aplausos, muchos aplausos, para agradecer cada una de las canciones que nos regaló. Así fue el concierto.
Y es raro porque si escuchas sus canciones lo último que puedes llegar a pensar es que te vas a pasar el concierto riendo. Pero así fue, y en ocasiones a carcajadas. Sus imitaciones del cantante de Maná solo fueron superadas por las de Miguel Ángel Blanca, voz (por decir algo) de Manos de Topo. Debo reconocer que ahí terminó de conquistarme. Anécdotas de sus viajes en tren, de sus hijas, de sus fracasos amorosos (que por lo que cuenta todos lo son)… todo un repertorio que puso en duda algo que nos dijo al poco de empezar el concierto: «soy un cómico frustrado, solo me hago gracia a mi mismo».
Ni cuando pidió que cantáramos con él se rompió el silencio que acompañaba a sus canciones. Cuando comenzó “La Cafetera” nos animó a que dejáramos de estar tan callados y cantáramos, y así fue durante los primeros segundos pero conforme la canción avanzaba el silencio volvió a tomar el poder, como si nadie quisiera estropearlo. Incluso con canciones como “Te debo un baile”, “Lo Bello y lo Bestia” o “El refugio de Superman” que consiguieron hacer suspirar a más de uno apenas se oían coros. Quizás el ambiente de una sala del Auditorio también contribuya a ello. No es lo mismo un concierto desde una butaca que en pie junto al escenario.
El silencio tan presente a lo largo del concierto sí que se rompio cuando en «Tú, Garfunkel» nos pidió ayuda para hacer un pequeño juego con los coros del final de la canción. Por un lado chicos, por otro chicas. La verdad es que quedó bastante bien.
La sencillez del concierto también contribuía a ese ambiente íntimo y delicado. Un taburete y su guitarra es lo único que había sobre el escenario. Y no hacía falta más. Un repaso a toda su discografía hizo que todos saliéramos contentos con el setlist, más de 20 canciones en total.
Cuando termina el concierto es imposible no quedarse con ganas de más. De más canciones y de más Ramón. Porque él, con su simpatía, acabó conquistando a todos los que, sentados en su butaca, lo escucharon por primera vez. Y volvió a enamorar a los que repetían. Daban ganas de irse a tomar algo con él, charlar un rato y, si las cervezas comenzaran a hacer su efecto, pedirle matrimonio.
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