No estamos en Memphis. Aquella estatua no homenajea a Elvis. Ese río no es el Misisipi. Esto no es el Orpheum Theather. Estamos en el Teatro Circo y son las 21:45. Salen seis tipos trajeados y ocupan sus puestos: dos guitarras, bajo, batería y dos saxos (alto y barítono). El barítono arranca. A los cinco segundos, sus compañeros se le han subido a la espalda. Ya han creado la atmósfera. Uno de los guitarristas farfulla en inglés. Presenta a alguien.
Aparece una fuerza de la naturaleza. 160 centímetros de piel marrón rodeada a medias por un vestido rojo. Es Koko-Jean Davis. Es la cantante de The Excitements y algo más, casi el 98% de la banda barcelonesa. Todavía no hemos cerrado la boca y Davis ya ha aullado una canción. Termina y no le da tiempo a saludar. La banda ya está tocando Don´t dare to tell her, perteneciente a su segundo álbum, Sometimes too much ain´t enough, que les lleva de gira por media Europa. The Excitements huelen a club de primera mitad del siglo pasado. Puesta en escena austera, solapamiento de canciones (que nadie se atreva a respirar) y ritmos contundentes.
Davis levanta al público con su garganta, tataranieta de Aretha Franklin. No para de bailar, tiene algo dentro. Un fuego que aflora cada vez que el saxo susurra o que la guitarra araña. A veces parece presa de ese fuego. Parece como si quisiera parar. Pero no puede. “El soul no es racional”, declaró esta semana en una entrevista. Esa fuerza juega a veces en contra de The Excitements. Faltan recovecos, contrastes. Contamos siete canciones hasta el primer respiro, Give it back. Un medio tiempo doloroso. Davis reclama con rabia lo que alguien le robó. Give it back ofrece un nuevo ángulo sonoro. Es un punto de inflexión, una luz que ahuyenta lo repetitivo que comenzaba a ser el concierto.
La máquina de fuego vuelve a galopar y solo descansa en otro momento reflexivo, I´ve bet and I´ve lost again. El teatro está de pie. La fuerza ha saltado del escenario y nos devora. The Excitements cierran el concierto entre sonrisas. Su música es una celebración. Davis apunta alto, pero aún no rompe. Tiene magnetismo pero no encandila. La banda desaparece pero sigue habiendo fuerza en el escenario. Uno imagina a Davis fuera del escenario, aún presa del fuego. Bailando hasta caer exhausta.
No estamos en Memphis, pero durante una hora y media hemos sido negros y hemos respirado soul. Al fin, una consecuencia positiva de la globalización.
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