El tercer día del IBAFF puede resumirse, efectivamente, con dos ilustres destellos de genio: el primero lo vivimos en el Teatro Circo con el cortometraje Enero 2012 o la apoteosis de Isabel la Católica de Los Hijos, obra que conmovió a más de un espectador. Finalizó la sesión “El cine en la poesía”, y la sensación de encontrarnos en el ecuador del Festival reanimó cierta expectación: si lo visto hasta ahora había dado lo prometido, lo que quedaba no debía desfallecer (El huracán Erice y Rosales, de nuevo, llamando a la puerta)
La última sesión de la Filmoteca había causado destellos de divina locura entre los espectadores supervivientes. Hoy La sala B volvía a rebosar y la expectación estaba garantizada y allí fue donde encontramos el segundo destello: la actualidad volvía al acecho con El maestro Saharaui. Documental nada imparcial de Nicolás Muñoz al que le faltó una crítica más severa a los agujeros negros del régimen cubano y una mayor clarificación histórica del papel de España y Marruecos. La cinta hizo llorar a más de un implicado, más por sus logradas escenas y la sensación de que no hay soluciones fáciles ni sencillas, ni narrativas que logren plasmar la complejidad en la que nos hallamos inmersos.
A la salida varios comentamos una teoría perversa: “El maestro saharaui” podría ser una exagerada y peligrosa metáfora de la situación actual de muchos universitarios que han tenido la suerte de emigrar al extranjero. Al volver a su país de origen tras finalizar sus estudios los saharauis del documental encuentran un páramo sin jurisdicción en perpetua crisis, el desierto de lo real donde sus carreras apenas tienen uso y sentido. Las posibilidades que se presentan son pocas: tratar de huir nuevo hacia el paraíso del trabajo y el conocimiento o quedarse en la arena y tratar de luchar y levantar el país que quieren tener con sus propias manos. Las respuestas a estas preguntas no las da el documental, claro. El IBAFF propone tan sólo una puerta a la realidad (política) que se está viviendo: cruzarla o no depende sólo de nosotros.
Jose Manuel Sala Diaz
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