Viernes por la mañana: hora de ir al gimnasio y a trabajar un poco. También debes afrontar las últimas asignaturas de una carrera que deberías haber acabado hace años. No importa, te levantas de la cama con un esfuerzo titánico (resulta que pesabas trescientos kilos y no te habías dado cuenta), y te obligas a arrancar. Desayunando bien, que la dieta también importa oiga.
Viernes por la tarde: deberías tocar la guitarra, que ayer no la tocaste joder. Pero estás taaaan cansado… bah, mañana la tocas más tiempo y ya está. Mejor vamos a ver una serie. Esta semana no has visto ni “Shameless” ni “Better Call Saul”, así que de momento eres feliz. Oye, qué pena da Saul, te dices a ti mismo.
Viernes por la noche: estás rodeado de amigos que te quieren, de chicas que te gustan. Te sientes bien y, chupito a chupito, todas tus neuras se van esfumando. Es momento para hablar sin pelos en la lengua, de hacer todas las locuras que se te ocurran y de sentir a flor de piel. Vamos, que si no gritas al cielo alguna estupidez del tipo “¡Soy el rey del mundo!” con perfecto acento americano, es porque estamos en Murcia y lo mismo y hasta te dan una paliza (bien merecida).
Sábado por la mañana: empieza lo jodido, te despiertas y son las nueve de la mañana (has dormido unas dos horas apenas). Estás solo y tienes una resaca propia de haber pasado los 26 años y de acercarte a los 27. No ayuda pensar en tu edad… mejor te das la vuelta. Pero cuando cierras los ojos te acuerdas de lo que pasó ayer y la ansiedad viene como un puto tsunami. Los ojos como platos y aún quedan unas cinco horas para comer, más unas ocho hasta dormir.
Entonces comienza una horrible, terrible y asfixiante sensación de vacío.
Y como ya no hay amigos alrededor que puedan subsanarla, ni tampoco trabajo que pueda permitir a tu mente evadirse, ni tampoco puedes ir al gimnasio sin vomitar en la cinta de correr… pues solo te queda una escapatoria: actividades en solitario.
Viendo “500 días juntos” uno puede regocijarse en el dolor y disfrutar de cada uno de los tormentos que el amor tiene la necesidad de lanzarnos a la cara. Te ríes de lo que te da ganas de llorar y te sientes feliz básicamente porque te identificas con las situaciones, a pesar de que a simple vista tengan poco que ver con tu realidad.
Cuando ves “10000 km” reconoces la pena que supone separarse de alguien a quien tienes a unos centímetros. Por una hora y media, estás curado del dolor y traspasándolo a los protagonistas. Cuando ves “El diario de Noah” te preguntas hasta qué punto puede ser algo empalagoso. También te das cuenta de que la historia de los ancianos está pensada y requetepensada para hacerte llorar. Pero no vas a llorar, no vas a llorar, no vas… mierda.

Una pareja no es la herramienta para ser feliz, sino la persona con la que compartir la felicidad que ya tienes.
Así es como te ayuda el cine a sentir que estás vivo, que conectas con los sentimientos de la vida real, que no te estás perdiendo en un mundo de fantasía muy peligroso. Porque al final lo único que quieres es identificarte para saber que no eres tú el único que se siente así.
Ha acabado la película y a pesar de ese breve momento de felicidad, vuelve la horrible, terrible y asfixiante sensación de vacío.
Hora de poner música. Esta no, que me trae malos recuerdos; esta menos, que me recuerda a ella; no puedes seguir así y lo sabes… entras a C’mon Murcia en busca de textos de calidad y evitando la publicidad gratuita o los escritores pelotas. Los encuentras, pero te llama la atención esta cosa que tienes ante tus ojos, que dice así:
Os escribo hoy para deciros a todas esas personas que no han encontrado su puto camino que tranquilos, que es normal, que tengáis veinte, o veintiséis años, no todos tenemos la suerte de cazar y mantener nuestros sueños, o de incluso saber de qué sueños estamos hablando. Lo que sí que importa es no aprender nunca a disfrutar de dicho camino, y eso y no vivir es lo mismo.
Si una canción duele por los recuerdos que evoca, no te preocupes. Párala, respira y relájate. Vuelve a ponerla de nuevo, pero esta vez abraza esos recuerdos que tan peligrosos creías. Verás muy claro la belleza del pasado y, sin duda, merecerá la pena defenderla con uňas y dientes porque, le joda a quien le joda,fue, es y será muy real.
Disfruta de la vida, siéntete mal el día que tengas resaca porque, por desgracia, tú y yo tenemos esa naturaleza. Pero permítete solamente ese margen y, al día siguiente, cómete al mundo por los pies. Yo no lo sabía hasta ahora, pero el mundo quiere que te lo comas, está deseando que lo encuentres y lo devores. De hecho, si no te lo comes tú a él, acabará comiéndote él a ti. Tú verás.
Si una persona te cierra la puerta, no te preguntas cientos de veces por qué, no busques malos y buenos, no pienses qué demonios ocurre. Sigue moviéndote, no te pares. Hay personas en esta vida que creerán que estás loco, o que ya no eres el mismo, simplemente porque quieres sacar hasta la última gota de jugo que te ofrece la puta vida. Nunca les hagas caso, las recompensas llegarán pronto, te lo aseguro, y serán mucho mejores que aquellas que obtenías de hacer caso a los escépticos.
No olvides nunca que todos nos caemos alguna vez, por bien que caminemos o por más atención que pongamos en ello. No olvides que levantarse siempre es muy difícil, y que volver a echar a andar siempre cuesta, pero mantén la vista fija en esa sensación de superación que tuviste una vez y vuelve a alcanzarla las veces que haga falta. Nunca es tarde.
Queda poco ya, lo noto en mi cabeza, lo noto en los muchos escalofríos emocionales y en los pocos de terror. Lo sé, lo presiento, estoy a punto de volver a vivir sin miedo. Y tú también puedes, te lo aseguro.
Miyazaki, director de «El viaje de Chihiro» dijo una vez que no creía en personajes buenos ni malos, que creía que las personas albergaban el bien y el mal. Yo pienso exactamente igual, que no existen las malas personas, ni las buenas personas, simplemente algunos hemos declinado la balanza para un lado determinado de manera totalmente inconsciente. Abrazar aquellas cosas de ti que tanto odias puede ser la clave para terminar de quererte.
Cambiar no es malo, no debemos ceñirnos a esos «comecabezas» que nos insisten en que el problema no es nuestro, en que no debemos cambiar nunca, en que nunca es culpa nuestra. NO, a veces es culpa nuestra, a veces sí que deberíamos actuar de otra manera. Pero es que el ser humano es errático por naturaleza, y como ser humano vas a equivocarte. No te tortures más, aprende de tus errores y vuelve a cometerlos hasta que, al final, acabes siendo aquella persona que tú quieres ser. Debemos cambiar, sí, pero siempre por y para nosotros, para nadie más. Y que le den por el culo a todo el mundo, ya que estamos.
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