La primera vez que entré a la habitación de mi mejor amigo tendría yo menos de dieciocho años. En esa época, salía con mi primera novia y comía hamburguesas casi todos los días. Pesaba casi noventa kilos y treinta se acumulaban en mi cara de forma exclusiva. En esa tesitura, como os digo, entré en la habitación de mi mejor amigo y vi, por primera vez, un iMac.
Era alto, ancho, gigantesco; Blanco, simple, llamativo; Era algo de un magnetismo salvaje, hasta con algún que otro matiz sexual. Le pregunté, curioso y algo envidioso, cuánto costaba aquella criatura. Cinco mil euros me dijo, y os juro que no se me va a olvidar esas tres palabras seguidas, “cinco”, “mil” y “euros”. ¿Cinco mil euros por un ordenador? “Para ver porno flipas”, me dijo. Y seguro que era verdad, que flipabas cuando veías “threesome compilation homemade” en una pantalla así… pero, joder, con ese dinero yo podría comprar hamburguesas y patatas deluxe durante varios años y además un ordenador Asus medio decente.
Mi amigo siguió y siguió comprando productos de Apple hasta el día de hoy, con un fanatismo un tanto enfermizo a veces. El último iPhone, el “6 no sé qué”, le costó 600 pavos. El anterior a este, el iPhone “5 no sé cuánto”, se parecía un montón y hasta él debía admitir en secreto, cuando no miraba nadie, que hacía básicamente lo mismo que el «6 vete a saber qué«. Y cuando me lo mostró con la cara iluminada como el que acaba de enamorarse, me volví a preguntar irremediablemente: ¿Qué coño tiene Apple?
Al ver «Steve Jobs«, de Danny Boyle y de Aaron Sorkin (el genio flipado de «The newsroom») a partes casi iguales, diría yo, descubrí que lo que tenía Apple era precisamente eso: a Steve Jobs.
Steve tenía un concepto tan claro en la mente, lo tuvo tan clarísimamente claro desde el principio, que a uno le cuesta creer que la posibilidad de fracaso, o más bien de no éxito, sea posible con el tiempo. Lo vemos caer durante la película, y no una vez, varias, pero esa seguridad, esa fiereza animal, lo convirtieron en una máquina que podía arrasar con cualquier metal, persona o animal que se le pusiera por delante. Era la personificación pura de la convicción. Y de eso va al final todo esto de alcanzar sueños, de convicción.
La narrativa es deliciosa: nos diseccionan a Jobs a través de diálogos que ocurren con las mismas personas (de una forma pretendidamente ideal), justo antes de las diferentes presentaciones previas a conseguir, de una vez por todas, pasar a las historia. Las personas que deambulan alrededor de la mente y figura de Apple son complementarias a él pero a la vez ejemplos a no seguir. Es decir: para él están por debajo de la cadena alimenticia, donde personas como él, o como John Lennon (con el que no tiene ningún problema para compararse), son los reyes.
Me gusta cómo muestran la verdadera cara de Jobs sin pudores. Y me gusta porque es precisamente esta actitud la que le llevaron a hacer historia. Para empezar, era la persona más egocéntrica que uno pueda imaginarse. Nadie lo aguantaba pero todos lo escuchaban, y no queda más remedio que aceptar que cuando decía que él era como un director de música, que él tocaba la orquesta y la orquesta cada instrumento, tenía toda la razón.
Lo que yo no sabía, y lo que me ha dado toda la información que necesitaba, es que esta obsesión con la exclusividad eran los conceptos que movieron a Jobs a crear el primer Macintosh. Creía en la exclusividad como clave comercial. La burbuja de aislamiento de un sector, el crear una marca exclusiva que no pudiese compartirse de otra forma, crear un ordenador personal que significase estar a mucha distancia del resto. Exclusividad, un aspecto simple pero único. Un estilo personal. Un cuadro pintado por él. Una forma de vida al final.
Elitismo, así funciona la mente humana, así de triste es y Jobs lo sabe muy bien y los demás, que son menos listos que él, no se dan cuenta. Crear con un par de pinceladas algo totalmente simple e incompatible con todo es crear el mercedes de la tecnología. Una marca y al final una moda. Es una estrategia de marketing propia de un genio, y da un poco de miedo porque se nutre de un impulso, casi de un instinto.
Me explico:
- Mi mejor amigo ahora tiene ese reloj que no sirve para absolutamente nada pero que es de Apple y que puede hacer un montón de cosas que me enumeró y que hasta ahora, jamás ha hecho
- El padre de mi mejor amigo tiene un iPad de no sé qué (cuesta más de seiscientos euros) que ha usado tres veces
- Mi padre, que no sabe ni enviar whatsapp, ya tiene el último iPhone y dice que él no cambia de compañía por nada del mundo.
- Y lo más importante: entre esta absurda actitud borreguil, yo mismo veo mi iPhone y pienso, “joder, me encanta”.
Jobs creó una marca mentirosa pero sincera, lo que quiere decir que estamos deseando que nos engañen, y por tanto nadie está mintiendo cuando nos mienten. Él creó una caja negra llamada Next que, literalmente citado de Jobs, «no sirve para nada». Pero era negra y de forma cúbica y eso mola mucho. Su utilidad como ordenador (que es lo que era), era irrisoriamente débil, pero decidió crear un par de aristas con un milímetro de diferencia para compensar el engaño óptico natural que surge al observar un cubo.
Si eso lo hago yo, posiblemente se estén riendo de mí de aquí a Julio. Pero Jobs consiguió que al hacerlo él, miles de personas se reunieran en el teatro y se mordieran las uñas para ver de qué forma les engañaban esta vez.
Sin duda, merece la pena ver Steve Jobs, aunque las niñas de ocho años tengan diálogos de personas de cincuenta. Pero es Sorkin, y con Sorkin nadie puede librarse de ser pedante (menos mal). Merece la pena ver Steve Jobs porque Seth Rogen CASI actúa en vez de ser él mismo. Y merece la pena porque Seth Rogen vuelve a estar gordo. La dirección estresada y estresante de Boyle aporta dramatismos y acentos que también logran crear tensión en situaciones con absoluta calma, tarea ardua por cierto.
¿Tan vacía es nuestra vida, que nos hemos convertido de forma inconsciente en unos elitistas de tres al cuarto? Fíjate que él, el creador de uno de los conceptos más consumistas de la historia, al final solo podía pensar en una hija a la que quería. Y fíjate también, que llegado el momento, justo cuando estaba a punto de subir al escenario a presentar el nuevo (y primer gran éxito) Mac, no pudo hacerlo hasta demostrarle lo mucho que la quería.
“Te voy a meter mil canciones en el bolsillo” le dice Steve Jobs en la azotea a Lisa, porque para eso estoy trabajando, al final del camino, para ti. Para mi hija.
A ver si caemos en la cuenta antes de cumplir los ochenta años y que ya sea tarde. Y que podrás comprarte todos los móviles que te salgan de ahí, de tu entrepierna, pero que en la vida podrás tener la melena tan hipnóticamente rubia de la que yo gozo. ¿El precio? Dos jagger, y un “¿Bailas?”. Barato, cuanto menos. No sé si me estás entendiendo o no…
Y ahora os dejo, que se me ha roto la pantalla del iPhone y tengo que arreglarla (por cien euros, con un poco de suerte). ¿Os he dicho que casi no tengo para comer?
No Comments