Adicción. Sí, creo que es la palabra más acertada para definir esto. Apoyándome en Asfixia de Chuck Palahiuk o haciendo referencia al Club de la Lucha, nos encontramos ante un mundo rodeado de personas adictas. Alcoholismo, ludopatía, piromanía, adicción al sexo… Personas como William H. Macy en Shameless, Clive Owen en The Knick, Justin Kirk en Weeds, Benicio ‘four fingers’ del Toro en Snatch o Michael Fassbender en Shame. Aún no sé cómo llamar mi categoría, pero soy un adicto.
Desarrollo el concepto: hablo de una adicción a caer, a hundirme, a llorar, adicción al estado de tristeza pleno, al clima de dudas, al estar sin fuerzas. En un principio puede parecer absurdo, malo o incluso erróneo. ¿Cómo es posible que alguien pueda desarrollar una adicción a algo de semejante naturaleza? Yo le he encontrado un significado.
Me he dado cuenta que una persona crece cien veces más rápido después de hundirse. Y joder, también soy adicto a crecer. Me estoy haciendo adicto a ese tipo de situaciones, así que te reto. Te reto a que me conozcas, te reto a que hagas que flipe contigo y me hundas. Noquéame. He perdido el miedo. Es tal el grado de lo que consigo crecer como persona cuando beso el suelo que tengo hasta ansias por volver a sentirlo. ¿Os dais cuenta? Leo mis palabras, lee mis palabras. Estoy hablando de una adicción.
No obstante, dentro de lo que en mi mundo ya he considerado una categoría –llamémosla, yo que sé: ¿Hundidopatía? ¿Estar en el mierdismo?– no hay que confundir ser adicto a crecer, con ser adicto al dolor. No soy masoquista, utilizo el dolor momentáneo única y exclusivamente con el propósito de ser mejor. De ser mejor conmigo mismo –porque a veces soy jodidamente gilipollas e insoportable– y de valorar más a los míos –donde sigo cometiendo el error de olvidarme de vez en cuando–. En los momentos de felicidad plena entra a tu vida gente con mucha facilidad, pero cuando estás en la mierda absoluta acabas fascinado de lo que las personas pueden dar de sí. Voy a montar un puto ‘resort’ de treinta habitaciones de gente sumida en el más absoluto fango y cien habitaciones de gente con problemas sin relativa importancia. Ahí es donde íbamos a conocer a las personas realmente, descubriríamos oro puro. Descubres que tu madre no es tan carca como parece ni tan mal apoyo, que ha vivido el triple de mierdas que tú y que su mera presencia es más que suficiente. Descubres a tu hermano y a la mujer de tu hermano que –indirectamente y con tres frases– resulta ser un soporte increíble. Descubres también que un clavo no siempre saca a otro clavo pero que en el camino te encuentras con clavos jodidamente increíbles y maravillosos que ni siquiera mereces, y que en otro momento de tu vida hubieran sido indispensables y no los hubieras dejado escapar. Y lo peor de todo es que acabas jodiéndolos, y sí, me siento un mierda por haberlo hecho pero es así. Pero ¡eh!, que no pasa absolutamente nada. No somos perfectos y el ‘timing’ juega para cada uno de nosotros. Descubres a tus amigos –aún más– y aprendes a valorarlos, a valorarlos tanto que al final acabaré tirándome a alguno de elos. Y sobre todo y lo más importante, acabas descubriéndote a ti mismo. Acabas descubriendo lo sorprendentemente feliz que puedes llegar a ser estando solo en casa, viendo a Uzo Aduba ganar el Emmy y emocionándote con su discurso mientras comes nachos con guacamole y el puto queso piña adictivo de Mercadona –en serio, ¿qué le echan a esa mierda?–
A lo que voy es que, es increíble que esté ansioso por estar hundido, porque sé que llegando a ese punto voy a tener esa sensación de desolación total. Pero por hundido que pueda estar, yo sigo en mi burbuja. Sigo pensando que mi rollergirl sigue ahí fuera y que se lo van a tener que currar mucho. Y cuando hablo de currar mucho es que alguna chica va a tener que venir a casarse conmigo, tener hijos y posteriormente, hacer un puto bukkake con mis ocho mejores amigos y subirlo a Youtube para que rompáis el jodido sueño que tengo en la cabeza. En el infierno de la desolación como yo lo llamo –dándole un pequeño toque dramático a esos periodos– nunca ha dejado de estar ella. Llamémosla Carmen, Daniela, me da igual. En los momentos de pánico absoluto y de sentirme realmente mal siempre ha estado ahí, sin rostro y sin nombre, pero con un apellido tan importante como la vida misma: Reciprocidad –mierda de apellido, lo sé–. Es la octava maravilla de mi mundo, el planeta del ‘y si’. ¿Y si es buena persona? ¿Y si me enamoro –como si supiera que significa esa palabra– nada más verla? ¿Y si es jodidamente mágica y espacial? ¿Y si no para de reírse? ¿Y si no puedo dejar de mirarla? Y sobre todo y lo más importante: ¿Y si le causo a ella la misma sensación? Venga vale, una más: ¿Y si ha visto The Wire?
Te reto. Lo repito, sí. Te reto a que me noquees. Porque pienso dejar que me des cada uno de los golpes. No pienso poner resistencia alguna. Que le follen a tus condicionantes, a mis condicionantes. A las frases de “es que me jodieron hace tiempo y ahora tengo miedo”, “estoy asustada, no quiero enamorarme porque me hicieron daño”, “mi mejor amiga se lió con mi ex y tardé meses en superarlo”, «no quiero conocer a más hombres, el último chico que conocí haciendo running me dijo que era ‘kiko’ y que estaba esperando perder su virginidad con alguien que amara para casarse con ella. Después follamos, me pasó una ETS y nunca más me llamó» . Que le follen a los condicionantes. Ya es hora de que empiecen a tener miedo otras personas que han jodido y de que dejemos de tener miedo personas a las que nos han jodido. Ten miedo de que no tenga miedo y de que no me importe ser golpeado una y otra vez. Porque si me hundió mi ex, me destrozó mi maldito limbo emocional y me remataron mis nueve pasos… Lo único que han provocado es que las marcas que me han dejado hoy transformen el dolor en una puta armadura titánica.
1 Comment
[…] te quiero. Sí, nos van a dejar con la mierda en la boca como en Lost pero me da igual, porque soy un adicto a sufrir. The Leftovers es un serión –serión como concepto de serie grande, no como […]