Os presento un artículo en primera persona, el subjetivismo del nuevo periodismo puesto en práctica, todo un ejemplo del estilo gonzo de Hunter S. Thompson desde C´mon. Esta es la historia de cómo acabé pelando cebollas frente a la catedral de Murcia en directo para MasterChef. Un evento en la calle del que ya os hemos hablado aquí para promocionar la tercera edición del concurso.
Las aventuras más ‘crazy’ siempre empiezan con un “y si…”, condicionales que pocas veces se cumplen. Normalmente porque surgen en momentos de ebriedad, oscuridad o juegos de cartas, y siempre se quedan en futuribles muy graciosos. “Y si robamos una cabra”, “Y si nos apuntamos a lo de cocinar con los de MasterChef en el FesTVal”. Pero esta historia, que surgió como una sugerencia inocente, sí se hizo realidad. Lo segundo, la cabra, sigue libre.
Eran las 10.00 de la mañana del lunes y me encontraba haciendo cola para conseguir participar en una prueba de uno de los ‘talent show’ de mayor audiencia de nuestro país. La gente estaba muy nerviosa, porque eran las 10.30 y todavía no habían abierto el punto de información donde registrarnos como participantes. Los nervios derivaron en una canción protesta, y al fin subieron la cortina unos voluntarios que se atrevieron a insinuar que allí había que llegar ya con la invitación al programa. Muchas caras de ‘WTF’ y amenazas de señoras, hicieron recapacitar a los voluntarios que empezaron a registrar uno a uno hasta llegar a los 72 ‘aspirantes’. Cuando llegó mi turno me pusieron delante un papel donde firmar que cedía mis derechos de imágenes, mi alma y algo sobre unas preferentes. Tras la firma me dieron una tarjeta, con pinta de plástico caro, con la imagen de una ensalada murciana junto al logo de MasterChef. Estaba dentro.
El martes amaneció lloviendo, lo que me hacía dudar que se fuera a celebrar el evento. Mi ansia de ser la mejor cocinera de productos de la huerta pendía de un hilo. Pero de la misma manera que el festival tenía dinero para acreditaciones de plástico chulas, había presupuesto para una gran carpa que nos protegiera de cuatro gotas que amenazaban mi sueño de respirar el mismo aire que Jordi, Pepe y Samanta. Nos habían citado a las 12.30 para preparar a los concursantes, acudí nerviosa y repasando en mi cabeza todos los ingredientes de una rica ensalada. Cuando llegué a la gran carpa no encontré ni maquilladores ni fuegos. Adiós a mi idea de añadir pistachos tostados y caramelizados.
Largas mesas en forma de uve ocupaban todo el espacio; encima de ellas encontré una tabla para cada cocinero, un cuchillo más grande que mi cabeza y un gorro muy gracioso de chef. Nos reunieron en grupos de 8 o 9 personas, el plan era simular una típica prueba por equipos donde preparar una ensalada murciana, con su capitán, sus piques y amenazas de muerte. Mi grupo estaba compuesto por tres chicas que estaban más cerca de MasterChef Junior, una señora de ascendencia rusa que iba ‘piripi’, una youtuber que se hacía llamar seroxpan o algún otro nombre que sonaba a explosivo terrorista, un chico súper entendido en esto de la alta cocina, y mis amigas A. y P.
Una marabunta de periodistas nos anunció que había llegado el momento. El jurado llegó a la Plaza del Cardenal Belluga rodeados de flashes y gritos de ‘Jordi, te queremos’. Los periodistas se acercaban a las mesas a hacer preguntas. A. contestaba a Bosch (patrocinador oficial de las sartenes y vitrocerámicas del concurso) con la naturalidad de una fan del programa, para luego confesarme que ella sólo vio cómo ganó Vicky y poco más. Cuando se me acercaba una cámara, empezaba a pensar en lo surrealista del momento, y que alguien me iba a ver luego en la tele y estas son las cosas que fastidian la carrera profesional de uno. Me daba por pensar que en la defensa de mi tesis alguien irrumpiría en la sala mostrando un video donde aparecería haciendo el mongolo con una ensalada murciana gigante.
Cuando los jueces llegaron a nuestra mesa para evaluar nuestro plato, los comentarios se dirigieron principalmente al emplatado. Samantha y A. tuvieron un pequeño rifirrafe, A. defendía nuestro “estilo casual huertano”, discusión que se zanjó con el “¡Pero, esto es Master Chef!”. Y en Master Chef como en Esparta no hay lugar para la réplica. Según Pepe, le faltaba sal a nuestro plato. Y Jordi sin palabras y con una media sonrisa me señaló un trozo de tomate descomunal en un plato de ensalada. Yo me reí, convencida de que la cocina es difícil y de que cortar tomates nunca fue tan divertido.
Fotografías: May Carrión, FESTVAL.
1 Comment
Eso no es gonzo, eso es una crónica de toda la vida, especialmente recatada y algo insulsa además.
La crónica gonzo habría sido ir drogado y tarde al sitio, colarte engañando a todo el mundo, lanzarle un tomate a un cámara después de haberte cortado un dedo.
Y ya sin crónica y de camino al hospital haber escrito cinco párrafos más explicando las bondades del jarabe para la tos con vodka.