La cosa con el cine está cada vez más jodida. Con pareja (soy hetero por cierto) todo era más fácil, pero cuando estás soltero, ir al cine acompañado puede ser una odisea. Tanto es así, que he tenido que mentir sobre el precio de las entradas para que una panda de zumbados me acompañasen a ver una película de gays. O de mineros, según se mire. Menos mal que ha merecido la pena.
Tampoco tenía pensado hablar sobre «Pride«, una joya inglesa que desde ya se va a la no muy extensa lista de películas a recordar, pero me lo han pedido, y que a un servidor le pidan un escrito es algo que no se puede rechazar.
Aún recuerdo la primera vez que escuché las palabras “soy gay”. Venían de la boca de unos de los mejores amigos que tenía y que, por supuesto, sigo teniendo. Y si lo que estáis pensando es que yo era tolerante, os equivocáis. Pero nadie podía culparme de ello porque, como el ser gay, es algo que no se elige. No, tuve sensaciones, no pude evitarlo y no es nada malo.
Tampoco era intolerante, así que hablaba con él del asunto con absoluta naturalidad, aunque para mí fuese algo sumamente extraño. Con el tiempo me fui acostumbrando a ello, a verlo con su chico, a verlo de la mano, hasta que al final y sin darme cuenta, acabó siendo para mí algo muy normal. Era aprendizaje, solamente era eso, algo que debemos (y deberíamos) aprender, que nos sorprende al principio y que no pasa nada. Como el que viaja y conoce culturas nuevas, es humano sentirse extrañado.
Tanto es así, tantísimo es así que ahora, sin quererlo ni beberlo, varias de las personas más especiales que hay en mi vida son homosexuales y, yendo un poquito más allá, parejas gays que para mí ya son preferencia, guías a seguir. Y como podéis ver, no estoy diciendo en ningún momento que seamos iguales, porque no lo somos.
La pregunta que «Pride» plantea es muy sencilla, ¿Qué tiene de malo decir que ni los gays, ni las lesbianas ni los heteros somos iguales? Orgullo, orgullo de ser quien eres, orgullo de que las personas que más quieres sean quienes son. Eso es lo importante y eso es lo que grita «Pride» a los cuatro vientos. “No somos iguales, somos gays, y no cambiaríamos eso ni por toda la tolerancia del mundo”.
Yo tengo claras varias cosas en esta vida, y «Pride» me ha ayudado a organizarlas en esta casi dedicatoria a todos mis amigos gays y lesbianas: sin vuestra sexualidad no seríais los mismos. Decir que somos iguales es casi insultaros, es rebajaros a intentar camuflar parte de vuestra personalidad para ser aceptados por individuos que no lo merecen. Eso es lo que «Pride» reivindica y ese es el siguiente paso que debemos dar cuando estemos preparados. Hemos conseguido una sociedad más tolerante, pero no es suficiente.
Siguen habiendo palizas, siguen habiendo tapaderas, personas maravillosas que no pueden salir del armario por razones que escapan a la lógica. Mis ojos han visto parejas maravillosas (pokems) que se esconden de otras parejas heterosexuales que, simplemente, dan asco. He escuchado de primera mano como un padre rechazaba a su hijo por ser gay. Es un drama social que desgraciadamente sigue sucediendo.
Pero no hay que estar triste, porque las cosas han cambiado mucho. La lógica aplastante ha acabado eliminando una gran cantidad de la intolerancia que existía hace apenas treinta años, y todo gracias a la lucha de unos pocos. La de Pride es solo una (una que cuesta creer que ocurriese de verdad), pero no fue la primera ni será la última. Porque esta sociedad todavía tiene mucho que cambiar.
Yo, por mi parte, te suplico que no dejes de ir a ver «Pride«, en El Tiro, a las once menos cuarto y antes del viernes. También me queda despedirme de esas personas que me han acompañado al cine. No lo sabéis, pero me habéis enseñado una lección de humildad y amistad. Y particularmente a ti, Jota, porque me siento orgulloso de contar con un amigo tan gay. Porque si dejases de ser tan jodidamente gay (y tan cabrón), ya no molarías tanto.
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