Por miedo nos resistimos a cambiar. Por miedo nos limitamos, nos bloqueamos, nos atrincheramos en nuestra comodidad rutinaria y en nuestra cómoda rutina también. Es el temor el que nos atrapa cuando las cosas van mal y el que nos hace recordar, melancólicos, aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Es curioso, siempre me lo ha parecido, la tendencia a sobrevalorar el pasado, observado con la óptica del presente, remojando los pies en las aguas mansas del ahora.
Así me lo parece cuando escucho hablar a algunos sobre la tradición del periodismo como algo de una calidad inapelable. Y me sorprendo. Me sorprendo asumiendo lo que dicen las voces de lo arcaico sólo porque han vivido más primaveras que yo. Pero lo cierto es que, pensándolo bien, no se me ocurre nada mejor que un cambio para eso que llaman “prensa tradicional”. Desde pequeña me gustó saber. Sé que no fui la precursora del movimiento infantil de la pregunta “¿por qué?”, pero, desde luego, no dudo que mis padres llegaran a verme como una radical de la curiosidad. Será por eso que desde que me conozco he leído los periódicos, me he ido a la cama con la radio y he consagrado el comentario del día sobre lo que me inquietaba de la actualidad. Es por eso que me pienso y no me imagino de otra forma que no sea leyendo. Hubo un tiempo que, como todo niño, necesité altas dosis de ficción. Quizás no estaba preparada para tanta realidad. Pero ahora sí. Y ya puedo decir alto y claro que el periodismo de siempre necesita de mudanzas.
No seré yo quien desmonte las bases de una profesión basada en la verdad, la lealtad al ciudadano, la verificación, la independencia y el control al poder. Pues eso sí que es irrefutable. Sin embargo, y citando a uno de los grandes, a Kapuscinski, el del periodista es un oficio destinado a “gente de cualquier parte lo suficientemente joven como para sentir curiosidad acerca del mundo”. Es por ello que el periodismo ha de crecer. Como lo hago yo, como lo hacemos, inevitablemente, todos. Se ha de saber que crecer tiene más que ver con progresar que con envejecer. Así, nuestra responsabilidad, la de los profesionales de la información, es adaptarnos a nuestros públicos.
Las resistencias al cambio en este mundo del ahora no son más que llamadas apocalípticas de aquellos que disfrutan de su cómoda rutina. De los que hace ya tiempo dejaron de soñar con un mundo mejor. Pero los hay fantasiosos que un día descubrieron otra forma de comunicar. Lo llaman “nuevo periodismo”, “ciberperiodismo” o “periodismo digital”. Como se dirijan a él, al fin y al cabo, da igual. Lo que interesa de éste son sus posibilidades, algo de lo que ya se han dado cuenta las grandes cabeceras, que han empezado a asumir el cambio de modelo, no como una amenaza sino como la oportunidad de renovarse, de poder ofrecer un contenido más interesante y de demostrar la permanencia de un periodismo que está lejos de extinguirse.
Es importante contextualizar, en este momento, que no es la primera vez que se escuchan tronidos que anuncian tormenta. No es la primera vez, tampoco, que el periodismo se enfrenta a una crisis. Siempre parece el final. Y nunca lo ha sido. Ha sobrevivido a todos y sobrevivirá a este golpe pero, para ello, se necesitarán esfuerzos e intereses, no por el beneficio económico sino por la verdad. Ese es el primer examen de conciencia al que se deben presentar los que pretendan seguir dedicándose al cuarto poder.
Asumido el inevitable cambio del que hablábamos, en una sociedad cada vez más conectada, se deberían tener en cuenta los aspectos en los que el ciberperiodismo nos enriquece. El primero de ellos es la posibilidad de conectar con la audiencia, de saber qué le preocupa, de escucharla, de debatir con ella y de restablecer un ágora pública donde todos puedan formar parte de la conversación. El eslabón del diálogo se engarza con el de la oportunidad al pluralismo. Internet ha democratizado la información y las minorías ya no han de sentirse abandonadas, a la espera de que el servicio público se acuerde un día de ellas. La red ha abierto un mundo de posibilidades con la promesa de la mejora por estandarte. Y ese que se está negando a aprovecharlas, lo hace desde el miedo a lo desconocido.
“Sólo la renovación puede mantener. El que se queda parado, se retrasa.” (Everhardus Johannes Potgieter)
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