Chick Corea no pudo venir. El festival de jazz de San Javier contrató a uno de los bajistas que más han colaborado con él (Carles Benavent), al omnipresente Antonio Serrano y al desparpajante Tomasito. Tras ellos tocaría Joe Louis Walker, el hombre que desde 2013 comparte pared con BB King o Howlin’ Wolf en el Blues Hall of Fame. El experimento vino de los primeros, la seguridad de los segundos. Al finalizar nadie quiso salir, sabían que ya no habría más jazz a ese nivel en un año.
Voy a ser totalmente sincero con ustedes: No me enteré del concierto. Tuve que hacer fotos, muchas porque a pesar de escribir, gustarme los trenes y tener un bonito par de manos, no sé hacer fotos. Y claro, aquella burbuja de oxígeno a los 5 años hizo que no fuera capaz de fijar la atención en demasiadas cosas a la vez. En los ratos que pude sentarme a disfrutar pude ver un bajista con alma de guitarrista, posición de seis cuerdas y una lucha interna por salir del armario y declarar al mundo su evidente atracción por la guitarra. Esto hizo que, en suma, nadie se acordara del instrumento del pueblo.
Obcecado cual mono aprendiendo a usar una herramienta, me llegaba el aroma Corea, es decir, esa forma tan jodidamente incomprensible de componer. A latigazos el olor a ibéricos que ‘te se’ mete en la napia cuando pasas un bar de carretera coronado por un cartel de CARNE A LA BRASA más grande que un puzzle a escala del Taj Mahal. Pues estos músicos ya mencionados junto a un Roger Mas (piano) correcto y al trompetista Renaud Colomb invitado por sorpresa e hizo que toda esta caterva de chefs y camareros hicieran un menú desgustación Chick Corea con temas de nuestra tierra y músicos patrios como Paco de Lucía, representado en cuatro cuerdas por el catalán Carles.
Por fin consigo tirar dos fotos buenas seguidas, y sin embargo no me hace feliz. Veo a los fotógrafos que curran con sus enormes objetivos con los que podrían evitarse el desplazamiento hasta San Javier y echar las fotos desde sus casas sin pantalones. Anhelo trabajar sin pantalones, aunque más aún hacerlo escribiendo sin más, ya que total, nadie me va a pagar. Entonces me sale la vena orgullosa y digo “que le den al texto, voy a echar las mejores fotos del festival”. Y ahí que por fin se abrió el cielo, pero no salió la Luna, sí Tomasito. Me miró fijamente, y a mí cuando un gitano me mira me da el canguele, pero seguí firme, empuñando un objetivo como si de apuntar a un a un vietnamita se tratara. Fue maravilloso. Tomasito es un Fred Astaire que danza tal y como le viene, precisamente una de las máximas del flamenco, no dar significado a los pasos. Tomasito va más allá, te mezcla un claqué con un taconeo flamenco con un foxtrot. Eso sí, su claqué es complemente hilarante. Creo realmente que el público no toma en serio a un gitano bailando claqué. Pero claro… Tomasito coge el micro y canta tres tontás, hace unas palmas con contrapunto sencillas como los votos de un abogado y un taconeo que por elogio a la fusión debería exponerse junto a sus zapatos blancos en un museo, y el público se arrodilla, lo alaba y aquello parece una mezquita.
Es el último día de jazz para mí. El año pasado me perdí a Chick Corea en el Fijazz de Alicante. Resignado creí que jamás escucharía Spain fuera de un bar de jam sessions. Me alegra no haberlo hecho aquel día, así pude degustar con la inocencia del ignorante el experimento que el festival ha tenido la maestría de organizar. Antonio Serrano demostró con su armónica que un pene pequeño es capaz de honrarse aquí en Murcia como el pene de Mozambanga, el hombre elefante, en el corazón de África.
Joe Louis Walker tiene flow, tiene soul, tiene tiene tiene… tiene muchas cosas que no pude ver. Joder seguía con la puta cámara y una pulmonía provocada por la lluvia. ¿Saben que el concierto casi se cancela? Pues vaya, cuando Joe salió sí que salió la luna. Y aunque Joe no tiene la gracia de Tomasito, también brilló. Joe tiene más mala hostia, más pose, más rudeza y toda la sonrisa viene de su bajista. La cadencia la pone él, Joe compone un roll bordado al blues y toma por derroteros más cercanos a la experimentación, eso sí, sin renunciar a su condición de bluesman trepidante.
Una última observación a este desastre de crítica; no sé si se han fijado, pero el blusero coge la baqueta por el extremo. Quizá tema tanto dar el golpe fuerte como puntilloso. El blues en su mayoría suele carecer de preciosismo. Está bien. El blues nunca fue para sufrir a Stendhal, fue para sufrir al patrón y a la vida, no se lo digo yo, se lo dicen esos largos 12 compases que Joe condecoró esa noche de luna llena.
Fotografías y texto por Javier Arnedo
No Comments