Al llegar, el hall del Teatro Circo estaba a rebosar. Gente mayor, señores con bigote, y muchas señoras. Quizá es porque iban a ver una obra de Molière, que es un autor del siglo XVII… Un dramaturgo ¿viejuno? Llamémosle mejor clásico de la literatura universal.
“Se oye como bum bum bumbúm ¿lo oyes?… Tiene que ser de fuera” le decía una señora a su marido. Efectivamente, se oía un bum bum bubúm, pero no procedía de los locales de fuera. Y es que antes de empezar mientras se llenaba hasta la última butaca del patio del Teatro Circo, el escenario ya estaba calentito la actuación. Se dejaba ver la gran escenografía que parecía las escaleras traseras de una discoteca que daba a un callejón. Cajas apiladas, copas a medio terminar, papeles, barriles de latón, cubos de basura… Si no fuera porque se trataba del atrezzo de una obra de teatro, podría de decir que si me acercaba se podría oler una pestilente mezcla entre tabaco, alcohol y orín. Noche de fiesta. Borrachera. Es curioso, ¿dónde quedaba entonces la obra de ese autor del siglo de XVII?
(Pregúntenle a Miguel del Arco, que es el director, o simplemente vayan a verla cuando tengan ocasión).
Solo hacía falta la aparición de Alcestes y Filinto, interpretados por los actores Israel Ejalde y Raúl Prieto, para ponernos en situación de lo que ocurría aquella noche mediante una ácida y divertida discusión al salir de la disco.
Un Alcestes desencantado con sus “amigos”, su pareja, las personas de su alrededor (¡la humanidad entera¡); a quienes sin un pelo en la lengua es capaz de decir lo que opina realmente, se frustra cuando los demás le acogen y rodean con una sonrisa de falsa modestia: “me aterra ver cómo la misma lengua que te lame el trasero es capaz de apuñalarte en la espalda después”. Pero su desconfianza tiene un punto ciego, tan ciego como el amor. Se llama Celimena (Bárbara Lennie), su novia, quien según Filinto encarna todos aquello que el protagonista odia y llama “defectos”: la superficialidad, la mezquindad, y como todo el desfile de personajes de Misántropo, el EGOismo y la hipocresía.
Como diría siglos más tarde el escritor alemán Herman Hesse “quien no encaja en el mundo está cerca de encontrarse a sí mismo». Entonces el Alcestes de Molière, y huelga decirlo también ahora de Miguel del Arco, habiéndose encontrado y viendo su desencaje social decidirá perderse del mundo y de las lenguas viperinas.
“Me aterra ver cómo la misma lengua que te lame el trasero es capaz de apuñalarte en la espalda después”
Quizá Alcestes, siendo tan radical e idealista peca también de pretenciosidad. Pero ahí está lo cómico, en los tremendos opuestos. Y ahí también es dónde radica la esencia crítica del gran Molière que parece nacido en nuestra propia época. Es decir, el Misántropo es una vez más el retrato de esta sociedad cuyos opuestos, Alcestes, protagonista extremadamente honesto y crítico contrapuesto al resto de personajes cotillas, cínicos e hipócritas, se funden en uno la mayoría de las veces para representar el mundo de los negocios, la política, el arte, e incluso del día a día.
También es cierto que hay hueco para personajes más equilibrados: Filanto y Elianta, quienes aprenderán y tratarán de restaurar esa desconfianza para sobrepasar el hastío de su relación y poder quererse como lo hicieron en un principio.
Bajo lemas como «La verdad es siempre un tema delicado» y «Corren malos tiempos para la honestidad«, Miguel del Arco junto al equipo de Kamikaze Producciones y este gran reparto, adapta libremente con gran éxito y un ambiente de fiesta, discotecas y smartphones esta hilarante comedia, tan clásica como actual, de Molière.
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