Es curioso cómo uno de los más grandes escritores vivos de nuestro tiempo puede entrar a una sala en la que no cabe ni un alfiler como si tal cosa. Así lo hace Michel Houellebecq y ¿qué queréis que os diga?, a mí, cuanto menos, me llama la atención. Se entremezcla con la gente antes de subir al escenario en el que esta noche debería cumplir con sus deberes de buen escritor y ser la estrella más brillante del ciclo Escritores en su tinta, que lleva ya celebrándose en la localidad de Molina de Segura durante siete años consecutivos. El pequeño municipio, de no más de 70.000 habitantes, lleva meses esperando este momento. Es la primera vez que un escritor internacional y con tantos méritos sobre a su espalda pisa estas modestas tierras. Sin embargo, he de confesar que si no llega a ser porque Lola Gracia (coordinadora del acto) lo acompaña en todo momento como su más fiel admiradora, no habría sido capaz de reconocer a uno de los hitos de la nueva narrativa europea, pues Michel Houellbecq parece un hombre corriente. Ni siquiera francés se me antoja cuando lo veo hablar tocándose el flequillo, con aspecto más bien desaliñado y una mueca inexpresiva en su cara. Minutos más tarde se deciden y suben al escenario.
La primera en hablar es la concejala de educación y cultura de Molina de Segura. Nos agradece nuestra presencia en el acto y nos cuenta que esta velada es doblemente satisfactoria para ella. Por un lado, ha ascendido en su cargo político y por el otro, se despide del actual recibiendo a un escritor de la valía de Houellebecq. Tras esto, el turno de palabra le llega a Lola Gracia. Pide disculpas porque al parecer ha olvidado en su casa la presentación que había preparado sobre Michel y comienza a hacer un escueto resumen de las obras y visiones del escritor francés. Olvida también presentar a las otras dos personas que hay sobre el escenario, pero lo cierto es que esta vez no pide disculpas por ello. Luego, un espectador aclara que estas personas son los intérpretes que darán voz a las palabras del autor francés. El público se une en un murmullo cómplice, y el acto sigue.
En la presentación que Lola hace, entre otras cosas, cita una de las muchas ideas brillantes de Houellebecq; el amor es quien nos hace reconciliarnos con la vida. Y así, medio reconciliada con el público por sus fallos anteriores, Gracia da paso al comienzo de una conferencia que se basará en una ronda de preguntas del público a Houellebecq. Como una rueda de prensa, pero mejor, porque es con él. O eso creíamos antes de que comenzara.
Cuando el escritor empieza a responder preguntas pronto deja entrever que fuera de la soltura de su pluma, es un hombre tímido, conciso, lacónico y pausado. De hecho, no deja de intercalar largos silencios entre frase y frase, y entre pregunta y respuesta. Así lo hace ahora.
“Sus libros cuentan historias que esconden ideas en su trasfondo ¿Qué van antes?, ¿las ideas o las historias?”, le pregunta uno de los asistentes al acto. Él se para. Hace un silencio. Largo. Lo piensa, y tras esta extensa prórroga contesta lo que menos espera de él un público expectante. “Ninguna de las dos cosas”. Se calla haciéndonos creer que esta es su sentenciadora respuesta, pero pronto descubrimos que se trataba de otro de sus vaciladores y engañosos silencios, y continúa hablando. Explica ahora que para él lo primero son los personajes y que a raíz de ellos deja que surja la historia y la idea. Tras esto da un pequeño salto y pasa a hablar del positivismo y negativismo. Al parecer Houellebecq encuentra un punto común entre estas antagónicas actitudes. Para él ambas sustentan la idea de que las personas pueden cambiar. Nadie es capaz de llevarle la contraria. Lo cierto es que este peculiar hombre tiene la razón, de modo que se pasa a la siguiente pregunta. Y a la siguiente, y a la siguiente. Algunas son más interesantes que otras. Él responde, la mayoría de veces seco, pero se le nota con bastante facilidad cuál le gusta contestar y cuál no. La de ahora le gusta, de modo que comienza a hablar sin que se le apriete demasiado. “Para poder escribir uno tiene que tener la preferencia de no vivir y así la ciclotimia no afecta en su forma de escribir”. Por ello, aconseja a una niña del público que dice querer ayudar a su amiga a escribir un libro, empezar por la mañana temprano y no hablar a nadie en mucho tiempo. La soledad es, según este escritor, el más fiel aliado de un buen letraherido. Esta soledad, sin embargo, no parece ser tan útil en las relaciones sociales de un solitario escritor. Houellebecq asume que esto le ha podido causar problemas en su forma de relacionarse con los demás y nos recuerda la célebre idea de que nunca es sencillo ser marido o esposa de un escritor. A pesar de ello, cuando se le pregunta si todos los escritores son desgraciados, Michel afirma que “no es suficiente ser desgraciado para poder ser un escritor. Todo el mundo tiene desgracias alguna vez en su vida, pero no todo el mundo es escritor alguna vez en su vida”.
El acto sigue. No por demasiado tiempo, pues Lola Gracia pide las últimas preguntas antes de dar el cierre al acto. En una de ellas, una mujer de entre el público hace una interesante reflexión. Esta mujer observa las descripciones de los cuadros que Houllebecq realiza en su libro El mapa y el territorio como un nuevo concepto de arte. La forma en la que Michel hace ver al lector los cuadros podría ser una manera distinta de “pintar”, de crear arte. El serio escritor la mira atento desde el escenario y le confiesa que su idea no es nada disparatada.
Antes de acabar, este reconocido poeta, novelista y ensayista toca dos temas distintos; poesía y política. Sobre su poesía comenta que el personaje principal siempre es él, aunque no en un sentido biográfico, y escoge la palabra “piel” para definirla. Piensa que cuando la gente lee sus versos el sentido que más se despierta es el del tacto; los lectores sienten. En cuanto a la política, Houellebecq se declara contrario a la Unión Europea. Apunta otra de sus brillantes ideas: “La Unión Europea es demasiado grande para poder ser democrática. Incluso Francia es demasiado grande para ser democrática”. Y así, sin mayor despedida ni dilación, Lola nos agradece nuestra presencia al acto y da por concluida la velada.
La visita de Michel Houellebecq a la biblioteca Salvador García Aguilar no ha coronado el ciclo Escritores en su tinta. Ahora el público comenta en la puerta la mala organización y el carácter agriado de su mayor invitado. Michel, de nuevo mezclado entre la muchedumbre, da una larga calada a un cigarrillo al que vive encadenado. Me mira por descuido y le sonrío en un último intento de creerme su escondida, pero existente simpatía. Él hace una mueca, casi parece que va a sonreír, pero no, no lo hace. Mejor. Habría sido muy típico que el primer escritor de sobrenombre que asistiera a este ciclo hubiera puesto la guinda al pastel. Y las cosas típicas no van con los escritores, ni con las tintas, ni conmigo. De modo que me marcho. Contenta. Pues la guinda aún sigue viva, lista y preparada para rematar la receta de un dulce delicioso.
No Comments