En la última semana, un total de 34 actrices han denunciado al productor cinematográfico Harvey Weinstein por abuso y violación. Un relato que estremece cada vez que una nueva voz se alza y narra la historia de cómo un solo hombre tiene el poder para abusar y conseguir que todo Hollywood guarde silencio. Tras lo sucedido, Alissa Milano ha creado el hastag #MeToo, para que todas las mujeres del mundo puedan sumarse a esta protesta cada vez menos silenciosa.
Esta monumental historia de acoso puede parecer muy alejada de la cotidianidad de cualquier persona que no forme parte del mundo del espectáculo, pero no necesitas una alfombra roja para sentirte indefensa cuando vuelves sola a casa después de trabajar. Estas 34 actrices somos todas y cada una de nosotras, las cuales hemos sido víctimas de la cultura de la violación con consecuencias más o menos graves.
Para sumarnos a esta denuncia, la redacción de C’mon Murcia! ha decidido compartir historias propias, así como de amigas, familiares y conocidas que se han visto vulnerables bajo la presión de una figura masculina. El fin de este artículo, centrado sobre todo en el acoso callejero, es concienciar de que no es algo puntual y que todas tenemos una historia que contar.
Los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de las víctimas
“Yo tenía doce años y salía del colegio en Alcantarilla, se acercó el típico abuelete y me pidió si podía ayudarle a leer una cosa. Me puso el papel al lado y me sobó el pecho, no roce, bien palpado. A día de hoy le habría dado un empujón, pero en ese momento no supe qué hacer. Para mejorarlo todo, pude ver a un vecino desde el balcón mirando lo que pasaba y no dijo nada”.
Lourdes, 41 años.
“Estaba trabajando en la zona industrial de Alquerías. Me agobio todavía cuando lo pienso. Tenía una entrevista por la tarde y al aparcar pude ver a un hombre sin camiseta. Salí del coche y volvió el chico desnudo y haciéndose una paja. Me fuí de allí y vino el gerente de la empresa, no quise decirle nada porque estaba en estado de shock”.
Rita, 38 años
“Una vez me siguió un hombre por toda la calle principal de Torre Pacheco a las seis de la tarde. Había un montón de gente y nadie salió a decirle algo o a ayudarme. El tío iba tan borracho que pude dejarlo atrás hasta llegar a casa. Tenía 17 años”.
Luisa, 26 años
“Iba a mi piso de estudiante en el centro de Murcia, cuando un vecino que bajaba en el ascensor esperó a que entrase para acorralarme. Se quedó fuera aguantando la puerta y yo dentro. Me preguntó si quería tomar un café y si tenía novio. Le dije que tenía pareja para que me dejase en paz, pero él continuó alegando que no tenía por qué enterarse. Así pasaron 10 minutos fácil”.
Miriam, 26 años
“Acababa de bajar de un Búho Bus en Alcantarilla y eran las cinco de la mañana. A medio camino apareció un hombre en una moto con un casco integral, no sé veía nada pero pude identificar que sería de mediana edad. Me asusté y cogí el móvil con una mano y con la otra las llaves de mi casa. El motorista iba parando en cada calle para ver a dónde iba. No sé cómo lo hizo, pero cuando fui a meterme por la calle de detrás de mi piso, el hombre ya estaba allí y había aparcado cerca de mi puerta. Pude abrir corriendo a la primera y cerré detrás de mí, no esperé a que la puerta se cerrase sola (ya que mi portón se cierra lento para no pegar un portazo). Cuando seguí para subir las escaleras miré de nuevo a la puerta y vi que el tío estaba enganchado a los barrotes para comprobar si se había quedado abierta. Seguía con el casco puesto».
Carmen, 26 años
“Estaba en la barra de un bar pidiendo una copa y hablando con unos conocidos que me había encontrado allí. A todo esto vino un chico que no conocía y me dijo “Isa, eres guapísima” y me enganchó la cara con una mano e intentó besarme. Me cogió fuerte y no podía soltarme, pero los chicos con los que estaban pudieron quitármelo de encima”.
Isa, 23 años.
“Un vecino estaba en el balcón de mi edificio mirándonos y haciéndose una paja”.
Lucía, 28 años
“Estaba de Erasmus en Inglaterra y la última semana antes de Navidad, pasando por un mal momento y con tres trabajos de investigación que entregar, mi ordenador murió. Estresada y preocupada por si había perdido lo que tenía, lo llevé a un informático del que había leído buenas reseñas. Me dijo que tenía que cambiarme el disco duro y actualizarme el sistema, y que me lo hacía en el momento. Iba a tardar una hora, tal vez un poco más, así que mientras tanto, me quedé y me puse a estudiar, pues ir y volver a casa no compensaba.
Cerró la tienda y bajó la persiana (‘para que nadie moleste’) y mientras copiaba el disco, sacó una botella y me invitó a beber. Me negué y durante el tiempo en que el ordenador trabajaba, empezó a hacer comentarios más y más incómodos. Me preguntó por mi vida personal y sexual, se insinuó, puso música y me dijo que bailara un poco, que como española seguro que tenía la sangre caliente. Que me quitara las gafas, que estaba más guapa, y que me abriera, que le hablara, estás muy tensa, déjate llevar.
Cada vez más incómoda y resistiendo las ganas de largarme por tener él mi ordenador, me hice la desentendida y lo ignoré todo lo posible. Se mostró molesto, incluso agresivo, y finalmente se levantó, se me acercó por detrás y me agarró del pelo. Me dijo que hiciera alguna locura y que estaba siendo aburrida. Me sentí absolutamente acorralada, en situación de desventaja e incluso asustada. Le dije que debía irme y pareció enfadarse, incluso me habló en tono algo agresivo, pero me dio igual.
Al día siguiente regresé a por mi portátil. Lo había arreglado, aunque me había borrado archivos y ‘cosas que no necesitas’. Cuando le pregunté por qué, me dijo que había sido mala. Que había jugado con él. Cogí mis cosas, pagué y me fui. Una de mis compañeras me dijo que quizá estaba exagerando”.
Silvia, 25 años
“Una vez iba cogida de mi novio y un tío me sobo el culo por debajo de la falda”.
Marta, 42 años
“Tenía doce años e iba a la casa de una amiga por la zona de San Basilio (Murcia), me paré y vi a un hombre haciéndose una paja en su coche con un clínex en la otra mano”.
Rosa, 27 años
“Mi prima estuvo trabajando en una zapatería cercana a la zona del Romea hace unos tres años. Su jefe la metió dentro del almacén para forzarla pero pudo salir a tiempo”.
Carla, 28 años
“El otro día estuve en el malecón sentada leyendo un libro, a eso de las 7 de la tarde. Llevaba los auriculares puestos y estaba muy concentrada y disfrutando de mi lectura, cuando un hombre de unos 45 años se me acercó con la excusa de preguntarme dónde estaba la estación de autobuses. Yo, que de primeras no quise juzgar, le indiqué el camino dejando a un lado lo que estaba haciendo, cuando sin ton ni son va y me suelta el tío que si sabía dónde estaba el Infante, que su amigo daba una fiesta allí. Al oírlo me hice la loca pero el tío insistió en invitarme, que le acompañara, no sin antes hacerme LA pregunta: ¿tienes novio?. Cómo no quise ser desagradable, recurrí al más que socorrido: sí, sí tengo”.
Miriam, 25 años
“Estaba sola en la barra en un concierto en Mariano Rojas y un tío me dijo que me invitaba a algo, a lo que yo le contesté que no, insistió con la misma respuesta por mi parte; a lo que seguidamente me suelta: «¿Te puedo decir una cosa? Te comía to’ el coño hasta que te corrieras viva» (literalmente), eso, obviamente sin ningún precedente por mi parte y sin haberlo visto antes en mi vida. Que parece poco, pero en ese momento se vive diferente, sientes miedo, mucha inseguridad, y la incertidumbre de pensar, ¿y si me hacen algo?”
Sara, 30 años
“Iba por la calle y se me cayó algo. Un chico lo recogió y comenzó a preguntarme cosas y a decirme que era muy guapa mientras me seguía con la bicicleta. Me lo encontré al día siguiente y pasó lo mismo”.
Lorena, 24 años
“Estaba en la parada de autobús del balneario de Archena y un hombre se acercó y me dijo que folláramos. Tal cual”.
Lidia, 28
“Volvía a casa de la universidad a las 3 de la tarde, me bajé del bus y en mi parada se bajaron 2 hombres más, extranjeros, de mediana edad.
Yo no los había visto nunca, y me extrañó porque normalmente la gente que se baja en mi parada es gente que vive por la zona (que está a las afueras de un pueblo, a las afueras de Murcia, así que no suele haber gente «de paso»). Pero al principio no le di importancia.
Vi que ambos seguían el mismo camino que yo y pensé que irían a alguna casa… Pero ya me extrañó cuando vi que seguían y seguían subiendo justo detrás mío’, riéndose cada vez más y haciendo el amago de asustarme con varios «¡uh!» y dando patadas en el suelo. Ahí ya me asusté y llamé a mi madre, para que si me pasara algo ella supiera donde estaba.
En ese momento en mi casa no había nadie y mi madre me dijo que no entrara, porque podían colarse ellos… Así que me aconsejó llamar a la vecina, y eso hice.
Cuando los dos pintas entraron a mi calle, después de 20 minutos siguiéndome y haciendo amago de venir a cogerme, vieron que la vecina se asomaba a la ventana al oír el timbre que yo había tocado previamente pidiéndole que se asomara y se quedara un momento hablando conmigo, se quedaron parados en el sitio, no se lo esperaban… Al poco siguieron andando y yo pude entrar a mi casa”.
María, 27 años.
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Hace algunos años, iba por una calle de alcantarilla sobre las 4 de la tarde, cuando un hombre de unos 60 años en su moto, empezó a llamarme cuando me giré tenía su miembro fuera del pantalón, pero en cuanto apareció otro hombre por la calle arrancó la moto y se fue.
Un año después por otra calle me paró un hombre similar, también en moto para preguntarme por donde se iba a la base aérea, mientras se lo explicaba aprovechó para tocarme el pecho llegando a hacerme daño, mi reacción fue pegarle en la espalda pero no llegué a darle bien porque arrancó la moto y se fue riendose.
Cuando tenía 13 años, estaba con mi madre viendo como bajaban a la Virgen en el barrio del Carmen en Murcia. Había mucha gente, y detrás de mí, se puso un hombre de unos 60 años frontándose contra mi trasero. Me agobié y me puse un poquito a la derecha, y el hombre volvió a ponerse detrás mía y siguió restregándose. Yo, en mi inocencia no sabía que pasaba, solo que hacía mucho calor y no entendía porque ese hombre estaba tan pegado a mi. Mi madre se dió cuenta y empezó a gritarle.
Ayer iba camino a la Universidad, pasaba por las oficinas del Banco Santander en Santo Domingo, las tres de la tarde. En las escaleras del banco había tres hombres de unos cuarenta años. Uno de ellos me gritó guapa y pasé de él. Yo estaba bebiendo un granizado con pajita y él gritó: «eso es, pégale otra chupada guapa». Asco me da y asco debería dar a la gente que pasea por las calles permitir que esto se repita.